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Reportaje:BILINGÜISMO

Vivir en catalán y en castellano

No hay persecución lingüística. La convivencia entre los dos idiomas se da con la inmigración

Meses antes de morir, el mágico Joan Perucho me explicó sus dos postreras epifanías como ciudadano. Como juez que era, le preguntó a un acusado: "¿Quiere usted decirme su nombre y apellido, por favor?" El acusado le respondió: "Se lo diré si me pasa por los cojones". Mientras se afeitaba a la mañana siguiente, el juez tomó una decisión: jubílate, Perucho. La autoridad de este país está en crisis.

Como ciudadano que almorzaba en un restaurante, Perucho vivió su segunda epifanía cuando pidió en catalán, como postre, melón con jamón. "Lo que quiera, me lo pide en castellano", aulló el camarero. Mientras sorbía el café, Perucho reflexionó: ni decretos de la Generalitat ni inmersión lingüística servirán de nada. El catalán tiene un futuro difícil.

Calle del Hospital de Barcelona: 39 tiendas con rótulos en español, 30 en catalán y 16 en otros idiomas
La realidad es que muchos profesores, en todos los niveles, dan sus clases en castellano

Y sin embargo, a partir de unos casos, pocos y concretos, parece que el castellano esté sufriendo una persecución. Que esos casos se dan es cierto. El fundamentalismo de algunos sectores, la falta de tacto y la estupidez van por libre. Está la señora que se niega a hablar en castellano cuando entra en una tienda, pero tiene una ecuatoriana como canguro de sus hijos porque sale más barato que tener a una catalana, aunque en lugar de aprender el noi de la mare los niños aprendan los pollitos dicen pío, pío, pío.

Está la bibliotecaria que solicitó información en catalán a una biblioteca de Oviedo y se indignó cuando la respuesta llegó en bable. Y están los comisarios culturales que quisieran convertir a cada maestro en un agente al servicio de la pureza lingüística: "Vigile lo que hablan los niños en el patio", sería la orden del comisario.

¿Tan perseguido está el castellano en escuelas e institutos de Cataluña? Reflexión de Jaume Fabre, profesor de instituto: "Me gustaría saber de dónde salen esos padres angustiados de los que escriben algunos diarios porque a su hijo alguien les habla en catalán en la escuela. Llevo muchos años de profesor de instituto y jamás he encontrado ninguno. Si escuchas a los que hablan de esos padres angustiados, parece como si todas las clases fuesen en catalán y que existiesen comisarios políticos en las clases para comprobar quiénes no usan esa lengua. La realidad fácilmente comprobable es que muchos profesores, en todos los niveles, dan sus clases en castellano. No hablemos ya de la Universidad, donde el catalán sigue siendo una rareza".

Viajemos hasta Santa Coloma de Gramenet, población en la que en su día Federico Jiménez Losantos expulsó de una asamblea a un estudiante que se dirigió a él en catalán, y otro día el automóvil de Jordi Pujol fue apedreado por un grupo de vecinos cuando presidía la Generalitat. Santa Coloma es un buen observatorio de lo que está cambiando.Tiene 120.000 habitantes, 30% catalanoparlantes. Tiene también 5.000 chinos, 3.000 marroquíes, 3.000 ecuatorianos y miles de ciudadanos de procedencias diversas, hasta configurar un censo en el que están empadronadas gentes de 108 países.

A su aire. De esa forma vive la sociedad catalana, la que habla castellano y la que se expresa en catalán, la convivencia de las dos lenguas. Los datos no revelan que el castellano esté en peligro: sigue siendo hegemónico.

¿Qué aporta sobre este tema Eladio Gutiérrez, experto en el tema de la edición? "En el año 2004, últimos datos del Gremi d' Editors de Catalunya, solía leer sólo en catalán el 4,4% de la población; alternaba de forma indistinta la lectura en castellano y catalán el 45,8%, y a veces leía en catalán el 18,8%. Según datos de la Federación de Gremios de Editores de España sobre Cataluña, del 50,3% que no suele leer en catalán, un 36,8% lee en este idioma a veces, y en total lee en catalán el 68,2% de los catalanes".

¿Qué aporta un recorrido por las calles barcelonesas del Hospital y del Carme anotando cuantos establecimientos están rotulados en catalán, en castellano o en idiomas extranjeros? El reportero hizo el recorrido. Las anotaciones en su cuaderno reflejan que en las escuelas de uno de los barrios barceloneses con más complejidad étnica y cultural se enseña catalán, pero en esas dos calles, cruciales en el tejido del barrio, el comercio se ajusta con precisión a la diversidad: en la calle del Hospital, 39 comercios tienen los rótulos de sus puertas en castellano, 30 en catalán y 16 en otros idiomas, la mayoría de grafía árabe (supermercados, barberías, carnicerías, restaurantes y tiendas todo a cien). En la calle del Carme, la proporción se mantiene: 15 comercios rotulan en idiomas extranjeros, 24 en castellano y 12 en catalán.

¿Qué dice la policía autonómica catalana cuando se le pide datos sobre denuncias en castellano y en catalán? Responden que de los cuestionarios tramitados a través de Internet en el periodo comprendido entre noviembre del año pasado y enero de éste, el 78,4% se presentaron en catalán; el 19,6%, en castellano; el 1,5%, en inglés, y en menor porcentaje, en francés, alemán e italiano. Ni una denuncia en árabe.

¿Cuántas películas en catalán pueden verse en Barcelona? Según la cartelera de diciembre pasado, en los 33 cines sólo podían verse seis películas en catalán.

Y la justicia, ¿en qué proporción ve casos en catalán, en castellano o a través de intérprete, por ser extranjero el procesado? Habla la juez Araceli Aiguaviva: "En teoría, se ha de preguntar a las partes la lengua en la que se han de hacer las resoluciones. En la práctica, en cada juicio se habla como se quiere, y es habitual que en un mismo juicio se hable en castellano y en catalán, lo cual no deja de complicar el trabajo".

También la calle de muchos barrios de Barcelona y su gran periferia es una babel. El bilingüismo, tan negativo para muchos, es positivo para Carles Combarros, un joven que al regresar tras unos años trabajando en Francfort, Nueva York y Seúl, explica que le ha enriquecido sumergirse en otras culturas y lenguas.

El comerciante Miguel Molina tiene una percepción distinta. Asegura que el cliente se identifica por su lengua, que la imposición de un idioma molesta, que la clientela es bilingüe y que muchos de los que reivindican anticatalanismo son los mismos que gritan 'Visca el Barça' más que un club, salvo cuando durante el franquismo, la gente del textil que dominaba el club pedía ser recibida en audiencia en El Pardo por Franco para negociar la enésima reconversión del sector o cupos de algodón en los años de autarquía.

¿Qué más observa o le explican al reportero las gentes a las que se ha aproximado? Que las universidades barcelonesas van a la búsqueda del estudiante latinoamericano con dinero, y alguna prestigiosa escuela de negocios dará sus cursos en inglés como lengua vehicular. Que la mayoría de los cofrades de las hermandades de Semana Santa que salen a la calle en las poblaciones del cinturón barcelonés hablan en catalán, y que Santa Coloma, que se puede considerar séptima provincia andaluza, tiene altísimas tasas de paro y de fracaso escolar, pero si se ponen en línea sus coches, explica Manel Olivés, concejal de Convergència i Unió que llevó a cabo el cálculo, la población tiene seis kilómetros más de automóviles que de calles.

El profesor de instituto acaba su discurso: "Se han creado dos mundos: las clases y el patio. En las clases, los alumnos usan el catalán, si hace falta, con toda normalidad, sin ningún acento. Imposible distinguir una colombiana de una alumna nacida en Vic. O el castellano, si el profesor o algún alumno lo prefiere. En el patio domina el castellano en buena parte de los institutos y no sólo en los del cinturón barcelonés. Es decir, entre ellos les une la lengua familiar, mientras que en las clases usan otra lengua, sin siquiera ser conscientes de ello. Con total normalidad. Ésa es la grandeza de la introducción del catalán en la escuela desde hace un par de décadas. Los alumnos aprenden dos lenguas, lo que es una riqueza, de la misma manera que antes aprendían sólo una. Tanto los chicos como sus padres lo ven bueno y saludable. Los casos que aparecen en algunos medios de información son auténticas rarezas, piezas de museo".

En los barrios en los que la inmigración foránea supera el 30%, los recién llegados de otros países se quedan los pisos de 60 metros cuadrados que dejan los que hace unos años llegaron desde Andalucía, Castilla, Murcia o Extremadura y ahora buscan zonas mejores porque se sienten incómodos con los recién llegados. Han olvidado sus años de hambre. Se sienten clase media.

Es algo mucho más profundo que el debate entre el catalán y el castellano lo que está en juego: es un nuevo modelo social, el que la inmigración, autóctona y foránea, está poniendo en marcha, guste o no, mientras lo que queda del naufragio de la burguesía catalana, en su mayoría sociológicamente franquista, sigue mirándose el ombligo o viviendo de las fortunas amasadas en los años de las grandes oleadas migratorias de los sesenta, con la construcción de barrios sin servicios y edificios levantados con malos materiales en calles estrechas por las que ahora no pueden circular los modernos camiones de limpieza. Algunos de esos hombres que hicieron fortuna como constructores eran alcaldes con Franco, y sus hijos son alcaldes con la democracia.

La lengua pasa factura. Por eso, el empresariado catalán, por muy partidario que sea de la normalización lingüística, aparca sin rubor el tema del etiquetaje de productos en catalán. Es consciente de que su mercado está en el resto de España, donde comprar un producto etiquetado en inglés está bien visto, pero en el que antes que comprar un agua mineral etiquetada en catalán, mejor Perrier, que la multinacional Nestlé distribuye en la península Ibérica con etiquetaje en tres idiomas.

Evaristu se ha hecho mayor. La empresa textil en la que trabajaba quebró por culpa de la competencia china y ha tenido que buscar trabajo como contable, a ocho euros la hora, en la tienda de un ciudadano paquistaní. Ésa sería hoy la historia de Evaristu, si Manolo Vázquez Montalbán y Jaume Lorés la recuperasen en el punto en que la dejaron a principios de los años setenta. Evaristu era el protagonista de una película sobre el Barça que esbozaban Vázquez Montalbán y Lorés. Pero no cuajó. Los que tenían que poner el dinero estaban de acuerdo con las cartas que Evaristu escribía recriminando a los árbitros las derrotas del Barça, pero que la película finalizase con el monasterio de Montserrat desmoronándose, amasijo de cascotes tras una derrota azulgrana ante el Madrid, era intolerable.

¿Qué es hoy intolerable en la sociedad catalana, con poca fe en sus políticos, en su jerarquía eclesiástica, en sus vecinos, en casi todo? No lo es la imposición del catalán en la escuela. Mientras se discute si catalán o castellano, galgos o podencos, la sociedad va por otro lado. En palabras del profesor Manuel Castells al autor de este reportaje, "en la sociedad multicultural no hay más remedio que ser tolerantes, aunque no se tengan muchas ganas".

Libros en catalán y castellano en una librería del barrio barcelonés del Raval.
Libros en catalán y castellano en una librería del barrio barcelonés del Raval.

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