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Columna
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Enarcas rusos

Andrés Ortega

Comprender (no comprender) a Putin como fenómeno ayuda a comprender Rusia. Para empezar, en la Rusia soviética no hubo ninguna revolución ni de terciopelo ni de ningún color. La caída del comunismo vino desde arriba. Gorbachov puso en marcha un movimiento que acabó con el Estado soviético y, con ayuda de Yeltsin y otros, con el imperio soviético. En lo que quedó en Rusia, una federación sumamente compleja, se había roto la espina dorsal del Estado que había sido el Partido Comunista. Ni siquiera valía el Ejército que, aunque con muchas armas, nunca tuvo demasiado poder interno en la URSS. Sólo permaneció en pie el antiguo y todopoderoso servicio secreto interno y exterior, la KGB (la FSB desde 1995). En términos de vertebración de Rusia se puede considerar la KGB como una ENA (École Nationale d'Administration, creada en Francia por Napoleón). Putin es un enarca a la rusa.

"En la KGB están los mejores analistas", dijo ya en los noventa en Moscú un oligarca que los había contratado y ofrecido sus servicios a España. De ella surgió Vladímir Putin. No fue algo improvisado sino un movimiento del poder. Putin, que había sido el jefe de la FSB y que siguió una carrera política, fue nombrado primer ministro para prepararlo como presidente tras el caótico (pero más demócrata) Yeltsin. Putin significó no ya la llegada al poder de la KGB, que nunca lo había dejado, sino la oficialización de sus métodos y su cultura. Con Putin, Moscú y San Petersburgo han vuelto a ser ciudades seguras. Nada importante se hace sin su consentimiento. Es un autoritarismo sin ideología. O si se prefiere, el puro poder como ideología. Lo que le ha llevado a silenciar toda crítica. También a introducir orden y previsibilidad. ¡A qué precio!, a juzgar por el caso Litvinenko y otros. Ha ganado elecciones, aunque no quepa decir que Rusia sea una democracia. En Rusia falta además una clase media sobre la que asentarla, que está creciendo. De 10 a 20 millones, que es lo que se calcula constituye hoy esa clase media, son insuficientes en un país de casi 140 millones.

Putin ha afirmado por activa o por pasiva que no forzará un cambio constitucional que le permita presentarse a un tercer mandato en 2008. Se va, aunque después puede volver. Dinero, no le falta. Es posible que se refugie en algún centro de poder, como la presidencia de Gazprom, del Consejo Nacional de Seguridad, o de la CIS (Confederación de Estados Independientes). ¿Avanza Rusia hacia un liderazgo rotatorio? Si el sucesor designado, a votar, es Serguéi Ivanov, su amigo desde sus tiempos de estudiante en San Petersburgo, significará la continuidad de la KGB en el poder.

Putin comprendió enseguida que el poder de Rusia hacia afuera estaba en las armas (aunque obsoletas) pero sobre todo en el gas y el petróleo (y la energía nuclear). Y lo que ha hecho desde el Kremlin es recuperar el control político, del Estado, sobre estos bienes naturales expoliados por precipitadas privatizaciones de Gazprom o Rosneft. Pues desde sus tiempos de San Petersburgo, Putin ha mezclado negocios y política. Eso sí, ahora trata con los oligarcas siempre que no se metan en política. Hoy Rusia puede ser vista en gran parte como Estado petrolero, además de policial. No exporta ni industria ni servicios. Ivanov añade una visión para crear un imperio industrial desde el Estado (aeronáutica, naval, nanotecnología), pues Putin poco ha invertido en el país.

Está también su visión del mundo, también muy formada en la cultura de la KGB. Pero no es volver a la guerra fría. Pese a sus diferencias con Occidente o su suspensión del Tratado sobre Armas Convencionales, Rusia colabora con EE UU y la OTAN por ejemplo en Afganistán, aportando armas y logística, pues ve ahí un rebrote del islamismo armado que podría acabar amenazando a la propia Rusia. Putin ha querido recuperar una cierta grandeur para Rusia. Se trata de quitarle a Rusia la sensación de haber perdido la guerra fría. Como comentan occidentales, Rusia "tenía un complejo y se lo está quitando". aortega@elpais.es

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