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Reportaje:La unión de España y Portugal, a debate

Cuatro siglos de espaldas

Los vecinos peninsulares se han mirado con recelo desde la unión política que se prolongó entre 1580 y 1640

Miguel Ángel Villena

"En definitiva, Felipe II era y seguiría siendo el rey enigmático, el reservado, el que tendía al apartamiento del mundo, pero no del poder. En ese sentido, Lisboa estaba demasiado abierta, no dejaba resquicios para la intimidad".

"Portugal ha defendido una hiperidentidad nacional", dice el catedrático Villares
"Una unión política no es algo posible ni deseable", afirma el traductor Losada
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Iberia, capital Lisboa

Así relata el historiador Manuel Fernández Álvarez en su monumental biografía Felipe II y su tiempo (Espasa) las impresiones del monarca español tras conseguir, por la vía de la reclamación dinástica y por la fuerza de las armas, la unión de las coronas de España y Portugal. "El Escorial frente a Lisboa", sigue el relato del historiador, "el refugio frente a la expansión; el bullicio cortesano de una de las ciudades más animadas de Europa frente al silencio apenas turbado por los cantos de los religiosos; el mar, en fin, frente a las desnudas rocas".

Esta elección del llamado rey prudente determinó que el centro de gravedad de la península Ibérica radicara desde entonces y hasta hoy en la meseta. Corría 1583 y hacía tres años que las coronas se habían unido, una alianza que terminaría en 1640 cuando el conde-duque de Olivares, primer ministro de Felipe IV, logró sofocar la rebelión en Cataluña pero fue incapaz de frenar las ansias independentistas de Portugal. Algunos piensan que si el todopoderoso Olivares hubiera concentrado más esfuerzos en Portugal, quizá hubiera cambiado el curso de la historia ibérica. Fuera como fuera, desde aquella lejana mitad del siglo XVII los dos países han compartido una misma península, aunque han vivido de espaldas. A pesar de los esfuerzos de los iberistas, José Saramago, premio Nobel de Literatura, el último de ellos.

"No es la primera vez que surge una propuesta de unión política entre Portugal y España, pero nunca por parte de una personalidad de la talla de un premio Nobel". El catedrático de Historia en la Universidad de Santiago de Compostela y experto en el pasado portugués Ramón Villares recuerda que la tradición iberista cuenta con ilustres antepasados en España, desde el gallego Castelao al catalán Balmes. Tras señalar que contempla con simpatía las opiniones de Saramago, este antiguo rector ve difícil, a corto plazo, cualquier unión. "Hay que considerar que Portugal se ha construido sobre una hiperidentidad nacional, que incluye un enorme recelo hacia España o, mejor dicho, hacia Castilla. Por otra parte, la falta de reconocimiento real de la diversidad cultural en España, a pesar del Estado de las autonomías pesa en las relaciones entre los dos países. En suma, el debate de Saramago es interesante, pero hay que tomarlo con mucha calma". A la hora de aventurarse en la historia-ficción, Villares no se halla entre los que opinan que la elección de Lisboa como capital en tiempos de Felipe II hubiera mantenido unidos a los dos Estados. "Probablemente", cuenta, "la capitalidad de Lisboa hubiera alumbrado como contrapeso un Estado mediterráneo, con sede en Barcelona o en Valencia".

Desde la orilla española, otros conocedores y amantes de la cultura portuguesa defienden la utopía a la que ha apelado el autor de La balsa de piedra. Mario Merlino, traductor de autores lusos, comenta: "Cualquier utopía, sea más o menos posible, siempre será mejor que la tendencia al encierro. Ciertos nacionalismos a ultranza creen que cuanto más se encierre el capullo, mejor será la seda. Reanudar la idea de una unión entre Portugal y España me parece una propuesta honesta y deseable y que alentaría cambios bienvenidos en América y las relaciones entre Brasil y los países de habla hispana". Ahora bien, no todos los españoles que han dedicado su vida al estrechamiento de los lazos entre los vecinos peninsulares se muestran favorables a una unión política. "Es una utopía porque con los dos países en la Unión Europea, en la práctica esa unión podemos darla casi por hecha. En cualquier caso, creo que una unión política ni es posible ni deseable". Esta opinión del catedrático de Filología Gallega y Portuguesa y traductor, entre otros, de José Saramago está sustentada sobre el nuevo papel de las naciones en la Europa de hoy. "En la definición clásica de nación", comenta Losada, "los pilares eran unas fronteras, una moneda y un ejército. Dentro de la Unión Europea han desaparecido esos tres elementos característicos de una nación".

Sin embargo, aquello que defienden con pasión tanto Losada como muchos otros lusistas españoles se refiere a la necesidad de una relación cultural más intensa, de un conocimiento mutuo mayor, de una presencia más amplia de la historia y la cultura de los dos países en los sistemas educativos a un lado y otro de la antigua raya, de un orgullo común por Cervantes o Camões, por Eça de Queiroz o Benito Pérez Galdós. "Ya no tiene sentido", afirma Losada, "recordar batallas o litigios antiguos entre España y Portugal. Hay que reforzar los intercambios culturales que, en honor a la verdad, se han incrementado mucho en las últimas décadas, en especial tras el ingreso de Madrid y Lisboa en Europa en el año 1986. Puedo entender que algunos portugueses tengan un sentimiento de que han sido colonizados al contemplar la céntrica Avenida da Liberdade llena de bancos españoles. De todos modos, esa influencia española no representa algo negativo en un ámbito de libertad económica".

El escritor Manuel Rivas, uno de los intelectuales españoles que mejor conocen Portugal, califica de "brincadeira" [una broma con aires de provocación] las declaraciones del premio Nobel portugués. "Existe una ironía interna en Saramago, y en su entrevista al Diario de Noticias lo que plantea es una agitación mental de cara a un país como Portugal, que se encuentra sumido en una profunda depresión". Si bien a Rivas le gusta mucho este ánimo provocador de Saramago, se apresura a matizar que el uso del lenguaje resulta anacrónico. "Estamos hablando de una España con comunidades autónomas o de dos países integrados en la Unión Europea. Están lejos ya los tiempos de las dictaduras de Franco y de Salazar, largas e idénticas, tan nacionalistas ambas y tan desconfiadas con el vecino". Rivas prefiere apostar por los intercambios culturales y por las relaciones comerciales en lugar de la unión política... El novelista gallego se permite, no obstante, un reproche a sus amigos portugueses. "Han sucumbido a una impresionante desmemoria hasta el punto de que no se estudia apenas la revolución de los claveles de 1974 y el dictador Salazar aparece votado, en una encuesta de televisión, como el portugués más importante de la historia".

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