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Columna
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Fondos-buitre (2)

Sigo con la finanza carroñera. La sociedad Donegal International domiciliada en un paraíso fiscal, las Islas Vírgenes británicas, adquieren, por 4 millones de dólares, una deuda que Zambia, uno de los 41 países más pobres del mundo, con un salario medio de un dólar al día, había contraído con Rumania para la compra de tractores. El señor Michael Sheehan, presidente del trust Debt Advisory International, especializado en este tipo de operaciones desalmadas, que controla Donegal reclamó a Zambia 55 millones de dólares para renunciar a la ejecución del crédito que había adquirido. La Corte Suprema de Londres obligó a Zambia a pagarle 40 millones de dólares, es decir, casi todo el principal más los intereses. El invento de los fondos-buitre fue obra del multimillonario Paul Singer que, con Elliot Associates, ha lanzado numerosas intervenciones de las cuales la más escandalosa es la montada contra Congo Brazzaville en la que pide 400 millones de dólares por una deuda que adquirió por 10. Por su parte NML Capital, con domicilio social en las islas Caimán, lanzó hace unos meses una agresiva operación contra Argentina comprando por apenas el 15% de su valor 172 millones de dólares de deuda argentina y reclamando el pago total de dicha cantidad o la confiscación de propiedades del Estado argentino. Un tribunal del distrito de Columbia congeló 10 edificios propiedad de Argentina, incluida la residencia del embajador, a pesar de la inmunidad diplomática, con la esperanza de que la actitud contemporizadora que exigen los 81.000 millones de deuda externa que Kirchner heredó de Menem y de De la Rúa, y sobre los que se está negociando, le ayuden a sacar tajada. En línea con ello, la sociedad financiera Kenneth Dart pudo embargar las reservas que el Banco Central de Argentina tenía depositadas en la Reserva Federal estadounidense. Por lo demás, el volumen total de este tipo de agresiones financiero-judiciales, efectivas y potenciales, contra los países más pobres y endeudados del planeta se acerca a los mil millones de dólares, y los Estados miembros del grupo PPTE deberán seguir pagando cerca de 100 millones de dólares diarios.

La aceptación y/o complicidad de la mayoría de los Estados del norte y de sus clases políticas con este estado de cosas tal vez explique la práctica que los españoles conocemos bien, de los jefes de Gobierno, que cuando cesan en sus cargos se reciclan profesionalmente en las grandes multinacionales o en los fondos especulativos. Actitud que contrasta con la esforzada lucha de las ONG, así como la valiente movilización de los jubileos que llevan años intentando resolver la crisis de la deuda, y en particular acabar con este cruel y repulsivo negocio de los buitres. Con ocasión del último G-8 una fuerte movilización reiteró la protesta contra la deuda que ya se había formulado en las cumbres anteriores, reclamando una vez más el cumplimiento de los Objetivos del Milenio y pidiendo medidas concretas e inmediatas para poner fin a la depredación de las hienas financieras. Pero de nuevo los Gobiernos de los grandes países se escondieron tras las mismas promesas retóricas, siempre incumplidas y ni siquiera aceptaron la propuesta de Angela Merkel de regular los hedge funds, basados en los paraísos fiscales. Con lo que los grandes esquilmadores mundiales -Paul Singer, Jay Newman, Michael Sheehan y compañía- podrán continuar dedicándose a su siniestra actividad. Con lo fácil que sería cerrarles la tienda condonando la deuda exterior de los países del Sur y desmontando todos los paraísos fiscales, poniendo fin así a uno de los aspectos más escandalosos del capitalismo financiero, aunque sin llegar a su núcleo central, ni siquiera a esa periferia que representan los fondos mutuos y los de pensiones. Pero es evidente que sin una regulación de la esfera de las finanzas en su conjunto las perversiones que representan los fondos-buitre acabarán reapareciendo con otro disfraz, aunque tengamos que reconocer que esa reconsideración total tiene hoy todos los vientos en contra. Los datos y argumentos que acaban de leerse no proceden del izquierdismo senil del que me acusan algunos lectores disentientes, sino de Danny Leipziger, vicepresidente del Banco Mundial y responsable de su programa contra la pobreza.

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