Musharraf felicita a los militares de Pakistán por la toma de la mezquita
Miles de personas asisten al entierro del líder de la revuelta islamista
El presidente de Pakistán, el general Pervez Musharraf, reafirmó anoche su compromiso de acabar con el terrorismo en su país, aunque no dio señales de que vaya a cambiar de estrategia, durante un mensaje a la nación tras la conmoción causada por el asalto a la Mezquita Roja. Al contrario, flanqueado por una bandera nacional y el retrato del fundador del Estado, Musharraf felicitó a las fuerzas de seguridad por la operación.
"No permitiremos que algo así vuelva a ocurrir", aseguró. El general anunció que va a reforzar la vigilancia en la frontera con Afganistán y que en los próximos seis meses aumentará la presencia policial en las áreas tribales. El presidente también defendió la labor de las madrazas o escuelas coránicas ("las mejores ONG del mundo", dijo), y atribuyó el desafío de la mezquita a que sus líderes se desviaron "del camino recto de la religión".
"A pesar del éxito de la operación, hoy es un día de pesar porque hemos tenido que actuar contra nuestra propia gente", declaró el general en urdu y vestido de civil. Musharraf habló de 75 muertos en el asalto, aunque para esa hora un portavoz oficial ya reconocía un centenar (además de 10 soldados, un policía y las víctimas que causaron los militantes entre quienes intentaron huir los primeros días), aunque la convicción generalizada en Pakistán es que la cifra tuvo que ser mayor.
La propia actitud de las autoridades ha alentado las especulaciones. Antes del asalto, portavoces oficiales hablaron de "entre 300 y 400 rehenes, entre mujeres y niños". Además, han mantenido alejada a la prensa hasta ayer, cuando ya habían "limpiado" el recinto.
El presidente calificó la intervención militar de "inevitable" y admitió que el Gobierno había actuado "bajo presión". Sus palabras parecen indicar que el incidente de la Mezquita Roja no va a marcar un punto de inflexión en la lucha contra los radicales islamistas, sino que más bien se ha tratado del resultado de la acción de los militantes. "A pesar de todos los esfuerzos, las negociaciones", dijo, "fallaron porque [Abdul Rashid] Ghazi [el líder de la Mezquita Roja] pidió que no se le juzgara y una salida segura para él y sus amigos, incluidos los extranjeros".
El Gobierno de Musharraf, que tomó el poder en un golpe de Estado en 1999, ha alentado, o cuando menos tolerado, a los grupos islamistas locales, a la vez que luchaba contra los infiltrados de Al Qaeda que se refugiaron en su país tras la caída de los talibanes. A cambio, le han dado respaldo político en el Parlamento y le han servido de arma frente a India y Afganistán. Muchos observadores consideran que es un juego peligroso que le está pasando factura.
El entierro de Ghazi ayer puso de relieve los equilibrios de Musharraf para no alienar a los extremistas a la vez que demuestra su compromiso en la lucha contra el terrorismo que alientan. El general permitió que el hermano de Ghazi, y conspirador del desafío que los radicales lanzaron en el centro mismo de Islamabad, oficiara el funeral a pesar de estar detenido.
"Podemos dejar que nos corten la cabeza, pero no podemos humillarnos ante gobernantes opresivos. Nuestra lucha va a continuar", proclamóAbdul Aziz Ghazi ante los varios miles de personas que se dieron cita en Basti Abdullah, la localidad de Punjab de donde procede su familia. Abdul Aziz, que fue detenido el día 4 cuando trataba de burlar el cerco a la mezquita disfrazado con un burka, se mostró convencido de que "Pakistán tendrá una revolución islámica pronto".
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