Turismo administrativo
Para hacer frente a la competencia caribeña y a la huida masiva del personal hacia destinos en donde aún puede verse el mar sin necesidad de atisbarlo entre callejones, la Administración ha ideado un plan maquiavélico, una nueva forma de hacer turismo sin desplazarse al extranjero.
El plan consta de dos fases: en la primera, se intenta que la documentación necesaria para salir, el pasaporte, se convierta en algo tan codiciado como lo es en aquellos regímenes de los que (parece ser) nosotros no formamos parte. Para ello se cierran comisarías, se eliminan turnos de tarde y se van de vacaciones los funcionarios encargados de suministrar el deseado tesoro. Resultado: si usted quiere pasaporte, hágase cinco o seis horas de cola de madrugada a ver si consigue uno de esos codiciados 30 números que se reparten al día con meticulosa parsimonia, y que no entienden de reservas de avión o de vacaciones pagadas.
La segunda fase de este elaborado plan es consecuencia de lo anterior: ya no se trata de desarrollar el turismo rural, ni el cultural, ni las miradas interiores; ahora se trata de fomentar el turismo administrativo. Oleadas de desesperados ciudadanos de las grandes urbes se desplazan en busca de menores colas a las ciudades limítrofes, generando gasto de transporte, hostelería, camas y una oleada de pérdidas de horas de trabajo. Además, la tan deseada solidaridad territorial corre el riesgo de socavarse, ante el resentimiento de aquellos afables ciudadanos que ven la habitual placidez de sus pequeños centros rota por hordas de estresados urbanitas que colapsan sus ya pequeñas infraestructuras administrativas. El plan tiene, además, un efecto suplementario: el ciudadano se entera, por fin, de lo que es la descentralización administrativa.
Todo lo cual sólo parece atender a un único propósito: no quieren que nos vayamos; si no, no se puede comprender cómo el mismo Estado que da todo tipo de facilidades para pagar a Hacienda (bancos, cajas, oficinas, Internet) sea tan incompetente a la hora de proporcionarnos un pasaporte en la temporada de verano.
(En Soria, a las 7.30 de la mañana, sólo hay que hacer una hora de cola, si no se colapsa el sistema informático. Ya lo puedo decir porque lo he hecho; he conseguido uno: mi tesoro).
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