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Reportaje:

Vida de un perfume

Carmen Mañana

Una mujer rocía un perfume sobre su muñeca. Al destapar el frasco, asciende un aroma cítrico a limón, mandarina y casis. Mientras aspira el perfume a unos centímetros de su mano, percibe el olor a rosa y jazmín, con toques de pachuli, vetiver y vainilla. Es Quizás, quizás, quizás, de Loewe.

Hasta llegar a ese momento han pasado más de dos años de trabajo, alrededor de 80 componentes, 200 pruebas de perfume, decenas de bocetos del frasco, la búsqueda a veces frustrada de materias primas y algún susto de última hora. Porque la historia de un perfume no comienza cuando se aprieta el vaporizador, sino mucho antes y, en la mayor parte de las ocasiones, en un lugar tan poco romántico como un despacho. La industria de la perfumería mueve mucho dinero: el año pasado facturó más de 1.000 millones de euros, según datos de la Asociación Española de Perfumería y Cosmética (STANPA).

En el caso de Quizás, Quizás, Quizás y de otros muchos perfumes no se elaboró primero una fragancia, después se bautizó, diseñó un frasco para ella e ideó una campaña publicitaria. Como explica Emilio Valeros, director técnico de Perfumes Loewe, el concepto de una nueva fragancia basada en la seducción, el diseño del frasco y el propio perfume se gestaron de forma simultánea.

Valeros y su equipo tenían claro que la nueva fragancia debía ser floral y comenzaron la búsqueda de materias primas. En un principio eligieron el iris como uno de sus componentes fundamentales. Pero se encontraron con un obstáculo insalvable. El problema no era que cada litro de esencia de esta exclusiva flor cueste 125.000 euros, sino que no existe una producción suficientemente grande para satisfacer sus necesidades. "Entonces decidimos emplear rosas centifolias: muy nobles, muy caras y muy delicadas", cuenta Valeros. Y tanto. Para conseguir un litro de esencia de esta rosa son necesarios 1.000 kilos de flor. Además deben recogerse a mano, ya que, como explica el director técnico, la esencia de máxima calidad está sólo en los pétalos, y si se arrancase también parte del tallo, como sucede en una recolección mecánica, "se añadirían notas verdes no deseadas al producto final".

En el campo de rosas de Sebastián Rodríguez, en Grasse (Francia), la jornada laboral comienza a las cinco de la madrugada. En ese momento, las flores están ya abiertas, y la concentración de perfume, que se irá reduciendo a medida que salga el sol, es máxima. Cada trabajador recoge, manualmente, entre seis y siete kilos de rosas por hora. Es decir, tarda 20 días en conseguir la cantidad de flores necesarias para obtener un litro de esencia, que los perfumistas compran por unos 6.000 euros. La plantación de Rodríguez es pequeña ?sólo seis recolectores?, pero especial: en ella no se utilizan pesticidas ni abonos químicos. Es un experimento de la compañía perfumera International Flavors and Fragances (IFF), productora de Quizás, Quizás, Quizás, que pretende extender a más campos.

Este año, la cosecha de rosas, que se recogen entre mayo y junio, ha sido muy buena. Rodríguez asegura que "su olor es de máxima calidad". Cada temporada, la misma parcela produce flores con un aroma particular, "de igual forma que las mismas vides dan cada año un vino diferente", explica.

Una vez que las flores han sido recolectadas, deben llevarse a la fábrica en menos de dos horas o su perfume comenzará a perderse. Aquí arranca la parte mágica de la creación de un perfume, como la define Bernard Toulemonde, director del laboratorio Monique Rémy, de Grasse. El objetivo ahora es retener un aroma que, si siguiese su proceso natural, se perdería. Atrapar algo intangible, etéreo. Las flores, en este caso las rosas, se vuelcan en unos enormes alambiques metálicos donde se mezclan con un disolvente durante alrededor de hora y media para que éste arrastre el aroma. Después se pasa a un evaporador donde se separa el disolvente (que se evapora) del perfume. Lo que queda se denomina concreto. El concreto tiene aspecto de residuo industrial y un aroma bastante poco apetecible. "Los perfumistas no pueden trabajar todavía con este producto, es necesario aún otro paso", advierte Toulemonde. El concreto se solidifica al enfriarse porque contiene unas ceras que actúan como antioxidantes naturales y permiten conservar el aroma durante al menos dos años.

"Cuando los perfumistas nos piden esencia de una flor, sacamos la pastilla de concreto del congelador y la tratamos", dice el director del laboratorio. El concentrado se mezcla con alcohol etílico y se pasa por un destilador que tiene una especie de filtro. Sobre él quedan las ceras, y pasa al fondo el perfume suspendido en alcohol. Cuando se evapora el alcohol, se obtiene el absoluto, la esencia con la que trabajan los perfumistas. La transformación de un aroma en una sustancia líquida es la parte de todo el proceso que más le gusta a Frederic, uno de los ocho ingenieros químicos que trabajan en la planta de Grasse. Sentado, espera pacientemente a que caiga en un tarro, gota a gota, el absoluto de la flor de iris. Ese recipiente, ese líquido, equivale a cinco años de su sueldo.

"Muchas veces, al perfumista la esencia le parece demasiado fuerte, o no le gusta el olor. Entonces podemos volver a tratarla para darle lo que quiere", apunta Toulemonde. "El absoluto se somete a un proceso de destilación molecular en el que se descompone en sus distintas partes y se vuelve a recomponer cogiendo sólo aquellas que nos interesan". Es entonces el turno del órgano: una mesa en la que se disponen las esencias de cientos de flores y productos. Es también el hábitat natural de los narices, que, además de ser al perfume lo que un sumiller al vino, mezclan y crean nuevos aromas. Emilio Valeros es uno de los mejores de España y define así su trabajo: "En el órgano, el perfume es como una composición que está formada por distintas notas, y las notas son las esencias combinadas de diferentes formas". Probando, añadiendo dos gramos de jazmín y restando uno de pachuli, corrigiendo... se va dando forma a la receta del perfume.

Valeros comenzó a componer Quizás, Quizás, Quizás por el cuerpo, la parte generalmente floral del perfume que le da su carácter. Se decantó por rosas del tipo centifolia y tuberosa, jazmín y un toque del carísimo y escaso iris. Con esta selección viajó a uno de los laboratorios más grandes del mundo, situado en Nueva York, y empezó a hacer pruebas para buscar "acordes de fondo". "A las flores hay que darles un fondo, algo que les dé consistencia", cuenta Valeros. El de este perfume está compuesto por vetiver, vainilla, musk, sándalo, ámbar y pachuli. En la perfumería, como en cualquier otro sector del mundo del lujo, hay modas. El director técnico de Loewe cuenta que el pachuli, utilizado generalmente en colonias masculinas, "se lleva ahora mucho, destilado y suavizado, en las femeninas".

Con el cuerpo y el fondo elegidos, sólo queda encontrar las notas de salida, las más volátiles y frescas. El primer impacto. "Probamos con melón, naranja y menta, y no funcionaba. Un día metimos un toque de fruto del limón y ¡el perfume estalló!".

Pero estos aromas son sólo el tronco del perfume. Éste es de los que menos componentes incluyen y ya tiene más de 80. El 20% de los de esta fragancia son naturales. El 80%, sintéticos, y se utilizan, entre otras cosas, para fijar el perfume o hacer que perdure. Tras terminar el frasco de cristal, inspirado en la cinta de Moebius, el perfume está acabado. Ahora sólo queda elaborar la campaña publicitaria, casi tan compleja, costosa e importante como el propio líquido. Pero eso es otra historia.

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