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Reportaje:

Sudán, capital Pekín

El Gobierno de Jartum recibe de China inversiones, apoyo político y armas a cambio de petróleo y materias primas

Junto a la barrera que impide el paso, un gran cartel de la empresa petrolera estatal china CNPC repleto de obreros sonrientes y la mirada fija en el horizonte. Dentro de las instalaciones, miles de trabajadores chinos trabajando a destajo, viviendo en diminutos bungalós. Parece normal, pero a su alrededor sólo hay la inmensidad del desierto. Un sol abrasador quema la piel y los carteles de una pequeña gasolinera que están en árabe. Esto no es China, sino Sudán, aunque ambos países están cada vez más interconectados. Cercado desde hace lustros por EE UU, el régimen de Jartum ha encontrado un salvavidas en Pekín, que ha desembarcado en África con hambre de petróleo para alimentar su espectacular crecimiento económico.

China es el socio ideal. No pregunta, compra, vende y tiene poder de veto en la ONU
Sudán tiene cinco veces la superficie de España y complejas fronteras con nueve países

La refinería de Al Jaily, 100 kilómetros al norte de Jartum, es una de las tantas propiedades que empresas chinas han adquirido en África a ritmo de vértigo. Pero ningún lugar del continente es tan importante como Sudán, donde hay unas reservas probadas de 6.400 millones de barriles de petróleo (algunas estimaciones sugieren que muchísimo más) aún casi vírgenes tras más de 20 años de guerra entre el Norte y el Sur.

Las sanciones económicas que Washington impuso sobre Jartum en 1997 -acentuadas ahora por el conflicto de Darfur- han dejado el paso libre a China, convertida a la vez en compradora compulsiva de petróleo y dueña de pozos, junto a India y Malaisia. La mitad de todo el petróleo que Pekín importa al año procede de Sudán.

China es el socio ideal para Sudán: no hace preguntas incómodas, se limita a comprar y vender y tiene poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, todo un chollo para un régimen tan asediado como el de Jartum. El desembarco no se ha limitado al petróleo, sino que cubre todas las áreas: los productos de consumo han inundado el mercado local, las concesiones para las grandes infraestructuras han sido asignadas a empresas chinas, responsables además de facilitar los créditos, desarrollar los proyectos de electricidad y vender armas al Gobierno del general Omar Hassan al Bashir, que tiene abierto el frente de Darfur, al oeste del país.

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"Yo mismo propicié la entrada de las inversiones chinas, pero esto es demasiado. ¡Sin los chinos, el país se colapsaría al instante! Creo que ni el monopolio ni una dependencia tan elevada son buenos", opina en su casa del emblemático barrio de Menshía, en Jartum, Hassan al Turabi, el ideólogo islamista del actual régimen convertido ahora en su rival más implacable y temido. Su opinión es compartida por los diplomáticos occidentales acreditados en Jartum.

Pese a su creciente peso, los chinos llegados en masa son discretos, casi invisibles. No se les ve pasear por Jartum ni por ningún lado, salvo por el aeropuerto internacional, cuando llegan y se van. Viven recluidos en pequeñas ciudades móviles, levantadas y liquidadas a toda velocidad, en función de las nuevas obras protegidos por barreras y soldados sudaneses.

Llegaron 10.000 para construir el oleoducto que conecta los pozos de petróleo con Puerto Sudán. Y ahora hay miles trabajando en la faraónica construcción de la gran presa de Merowe, a 350 kilómetros al norte de Jartum, que exige el desplazamiento forzoso de 60.000 personas.

China está detrás del auge económico de Sudán, que creció este año el 12% y tiene una previsión para 2007 del 11%, según el FMI, gracias al tirón petrolero recién estrenado: en 1999, se producían sólo 2.000 barriles al día; ahora, 500.000. Jartum tiene en marcha todo tipo de gigantescos proyectos, como la construcción de un enorme centro comercial y financiero inspirado en Dubai, donde se unen el Nilo Azul y el Nilo Blanco, y que costará 4.000 millones de dólares. Mientras tanto, el 40% de los 38 millones de sudaneses vive por debajo del umbral de la pobreza y en Darfur se consumen millones de desplazados.

La importancia estratégica de Sudán va más allá del petróleo: une el mundo árabe con el África negra. Y es tan inmenso -cinco veces la superficie de España- que tiene fronteras con nueve países e ingentes reservas de oro, diamantes y muchos minerales. Siempre ha sido una prioridad para Estados Unidos, del que era aliado (Chevron descubrió las grandes reservas de petróleo) hasta que en los años ochenta Jartum inició la senda de la islamización. Desde entonces, Washington se ha apuntado siempre a todas las causas que le debilitaban: espoleó a los rebeldes cristianos del Sur en los ochenta, lo situó en su lista de patrocinadores del terrorismo tras albergar a Osama Bin Laden y quiso ahogarle con sanciones económicas en los noventa. Desde 2003, abandera la presión internacional contra Jartum por las atrocidades en Darfur. Hay consenso en los crímenes de guerra auspiciados por el régimen en esta región, pero sólo Washington lo llama genocidio.

"Tenemos todos los ingredientes para revivir la guerra fría en África, empezando por Sudán, sólo que ahora el rival de EE UU es China", opina Bullen Kenyi Yatta, el director del semanario independiente Juba Post, con base en la capital de Sudán del Sur. En esta región rica en petróleo y que votará su autodeterminación en 2011 ha concentrado Washington sus mayores esperanzas: la ha dejado exenta de las sanciones contra Sudán, la ayuda humanitaria de Washington puede verse por todos lados y la empresa estadounidense Dyncorp está dirigiendo la reconversión del antiguo Ejército rebelde en el Ejército del Sur.

El interés de EE UU es tan alto que, pese a las sanciones, Washington está construyendo en las afueras de Jartum su mayor embajada en África, que albergará además el mayor centro de la CIA. Está a apenas 20 kilómetros de la fábrica farmacéutica que EE UU bombardeó en 1998 creyendo que protegía a Al Qaeda. La fábrica sigue igual que entonces, en ruinas, como si se hubiera parado el tiempo en el mugriento polígono en los suburbios de la capital, que acumula de basura. Pero el tiempo no se ha detenido: avanza tan rápidamente que ya se vislumbra una nueva guerra fría con distintos protagonistas. Si se materializa, Jartum estará en la primera línea de fuego.

Habitantes de Jartum, con una bandera china al fondo, días antes de la visita del presidente Hu Jintao en febrero.
Habitantes de Jartum, con una bandera china al fondo, días antes de la visita del presidente Hu Jintao en febrero.AP

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