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El futuro de España
Columna
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El cartel rasgado

Nada más concluir ayer por la mañana el discurso del presidente del Gobierno que abrió el debate sobre el estado de la nación, los portavoces de todos los grupos parlamentarios criticaron su tono triunfalista en una improvisada rueda de prensa. Tal vez Zapatero consideró prudente tomarse una cucharada de reconstituyente y protegerse con una chichonera en la seguridad de que el líder del principal partido de la oposición saltaría al hemiciclo para castigarle los flancos. Los paralelismos periodísticos entre los debates parlamentarios y los combates de boxeo (dignos del viejo Campo del Gas madrileño por los golpes bajos de la oposición durante esta legislatura) pueden extenderse a las ferias rurales: mientras el vendedor elogia hasta la hipérbole la fortaleza y oculta las mataduras del semoviente puesto en subasta, los compradores exageran sus defectos y niegan sus cualidades. En ese sentido, la división del trabajo escenificada por Zapatero y Rajoy era inevitable: el presidente del Gobierno eligió su mejor perfil para la fotografía y el jefe de la oposición le caricaturizó como un conjunto de males sin mezcla de bien alguno.

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Obediente a esa previsible lógica, el presidente del Gobierno seleccionó los aspectos más brillantes de sus tres años de gobierno y pasó como gato sobre ascuas o silenció los incumplimientos o los fracasos de gestió n. El amplio espacio concedido en sus intervenciones a la economía -desde la elevada tasa de crecimiento hasta la creación de casi tres millones de puestos de trabajo, pasando por el recorte del déficit público- estuvo sobradamente justificado por las satisfactorias cifras aportadas. Rajoy negaría después a Zapatero -y a su Gobierno- cualquier mérito por la buena situación económica con el argumento de que el kíkirikí tempranero de los gallos en la madrugada no es la causa eficiente de la aurora; idéntica observación podría formularse retrospectivamente, sin embargo, sobre la pueril jactancia expresada por Aznar en su día: "El milagro económico soy yo". Dentro de esa orgullosa exhibición de los deberes bien hechos, el presidente del Gobierno incluyó la regularización de los inmigrantes, la ampliación de los derechos (el matrimonio homosexual, la simplificación del divorcio, la igualdad de género), la ley de dependencia, la enseñanza (el aumento de las becas, la asignatura de Educación para la Ciudadanía), la política de sanidad, la construcción de infraestructuras y la mejora de la seguridad. Abstracción hecha de la orientación pro domo sua de las materias seleccionadas, los logros son notables. La picardía de anunciar un premio a la natalidad de 2.500 euros avisa de que sólo faltan ocho meses para las elecciones.

En sus turnos de réplica, el presidente del PP recurrió al manido estereotipo de oponer la España real a la España oficial (la diputada de Eusko Alkartasuna, Begoña Lasagabaster, fue más original al enfrentar el optimismo macro de las grandes cifras con los problemas micro de la vida cotidiana) para amargarle la fiesta a Zapatero recordándole problemas concretos en diversos ámbitos. Pero las cuatro casacas gubernamentales vestidas sucesivamente por Rajoy durante el mandato de Aznar -ministro de Administraciones Pública, de Educación y de Interior y vicepresidente primero- forman un delicado techo que cualquier leve granizada puede hacer añicos: Zapatero recordó al líder del PP su grisácea gestión al frente de esas carteras.

En cualquier caso, el principal -o casi único- objetivo de las intervenciones parlamentarias de Rajoy ayer era acusar a Zapatero de mentir y engañar a los españoles durante el fracasado proceso de negociaciones con ETA -al amparo de la Resolución aprobada por el Congreso el 17 de mayo de 2005- y de rehuir medrosamente y no dar la cara ante situaciones peligrosas y comprometidas que requerían el liderazgo del presidente del Gobierno. Según Rajoy, la tardía reacción de Zapatero frente al atentado perpetrado el 30 de diciembre por ETA en Barajas y a la mortífera emboscada en Líbano de siete soldados españoles el 24 de junio demostraría su falta de gallardía y su mínima talla. Ya sabemos cuál va ser la estrategia de la campaña del PP para las legislativas: rasgar el cartel electoral del PSOE acusando a su candidato Zapatero de ser un político de mala fe, indigno, mentiroso, traicionero, incompetente, miedoso, imprudente, desleal, cobarde e infiable.

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