Por su mano
En Callosa, ayer, él se sentó a fumar ante el cadáver de su ex esposa después de haberla cosido con 15 puñaladas y le dijo a un vecino que "esto se veía venir". Supongo que con el tiempo se podrá saber quién lo veía venir, y por qué nadie pudo evitarlo. La última heroína en las páginas de Sucesos (¡todavía!) tiene 11 años y sólo necesitó un bote de laca para espantar al maltratador. Sucedió en Calpe: el padre estaba zurrando la badana a esposa e hijo de 20 años y si la chiquilla no interviene la cosa quizá habría sido irreversible.
Estos sujetos, todopoderosos ante la debilidad mostrada durante años por la gente más cercana, se llevan una desagradable sorpresa cuando la víctima se le encabrita y le para los pies, o cuando otro miembro de la familia planta cara con palabras y/o hechos.
Otro caso, del 2004: el padre de la apaleada descerrajó dos tiros de escopeta en la cabeza del ex yerno y luego le dijo, por si aún le quedaba un hilo de vida para poderle entender: "Será la última vez que le pegues a mi hija". En San Juan ya habían oído comentar al preocupado cazador: "Antes de que acabe con la vida de mi hija tendré que hacer algo, aunque sea mi perdición".
Los archivos de violencia machista están llenos de episodios parecidos sin necesidad de remontarse a 1981, al protagonizado por la tribu Fuenteovejuna de La Dulce Neus. Este abril una cría ibicenca de 15 años apuñalaba a su padre mientras dormía, harta de las palizas que propinaba a toda la familia. Hace unos días, en Mijas, la Guardia Civil detenía a un chaval de 18 por haber matado a martillazos al novio de la madre, que les golpeaba e insultaba con frecuencia. Algunas veces estas agresiones no habían sido denunciadas previamente, aunque fueran la comidilla del barrio. Otras sí. En Álava, tampoco hace mucho, un hombre ya talludito (38 años) se cargó a golpes a su anciano (y al parecer iracundo) padre, de 74. Antes de eso, el hijo había denunciado a la Ertzaintza que el energúmeno estaba profiriendo insultos y amenazas contra su madre. La policía se presentó e imputó un delito de maltrato, pero no detuvo al agresor "porque carecía de antecedentes". La bronca fue a más, y pasadas varias horas el hijo pidió a la mujer que se encerrara en su cuarto. Luego pasó lo que pasó y más tarde el detenido diría a la policía que no se arrepentía de nada. "Le he quitado un peso de encima a mi madre", dijo, "iba a acabar matándonos a todos". Cuentan las crónicas que el hombre se bajó al bar y se pidió "lo mejor" antes de entregarse, quizá a sabiendas de que en el fondo muchos de estos acontecimientos han de pasar por el aparato digestivo, y que por eso hablamos de sed de venganza y de hambre de Justicia. ¿Pero cómo llamar a este tipo de respuestas? ¿Autodefensa? ¿Crímenes evitables? ¿Hay atenuantes, eximentes sociales (si no legales) ante situaciones de crisis extrema en que alguien, harto de aguardar Justicia, se toma la justicia por su mano? ¿Condenamos al justiciero del mismo modo que abominamos del somatén, de la patrulla ciudadana, del sheriff del condado y del mantenimiento del orden a costa de blandir un bate de béisbol? ¿Cómo reaccionaríamos ante una situación similar?
La última novela de Carmen Botello, Un perro en las nubes, es para mí la más inquietante porque se basa en hechos reales y porque trata precisamente de esto: de uno que hace purgar a otro su mezquindad con la satisfacción de no haber pasado por el cuartelillo. Y de un pueblo que mira para otro lado excepto una, que le empuja y respalda asegurando que "la primera palabra fue no en su acepción de basta, de ya vale, de negativa a permanecer en un determinado estado de cosas".
PD. Hablando de autodefensa, anunciados fueron a bombo y platillo cursillos de artes marciales para mujeres en riesgo. Y las vimos en la tele ante las autoridades, con sus instructoras y figurantes, haciendo llaves y volteretas, tumbando e inmovilizando al chulo que las atacaba. Hace de esto cuatro días, pero ya se han acabado las clases. ¿Para qué más, si ya se cumplió el objetivo principal, que era salir en los telediarios?
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