En busca del tiempo perdido

Granada ha comenzado la 56ª edición de su festival con propuestas novedosas. Marcel Pérès y su Ensemble Organum llevaron sus liturgias y cantos medievales a la catedral y al Cubo de la General, un espacio seductor del arquitecto Campo Baeza, con sus paredes de alabastro y sus columnas imponentes. Y en ese entorno los cánticos de San Pedro de Moissac y San Marcial de Limoges adquirieron una luminosidad especial, no solamente física sino también espiritual.

En el patio de Carlos V se recuperó una ópera de Manuel García, estrenada en Nápoles en 1813. García: compositor, tenor rossiniano, profesor de canto, padre de María Malibrán y Pauline Viardot. Rousset se entrega con ahínco a esta resurrección, y en el empeño se deja vestir por José Enrique Oña, de Loewe, que le pone de blanco de arriba abajo, pantalones abombados orientalizados y una especie de babuchas con los talones al aire. No le condiciona el atuendo y su versión musical es alegre, chispeante, fresca y detallista. Se contagian los cantantes de esta atmósfera ligera y animosa, con el tenor granadino José Manuel Zapata al frente de un reparto en el que no sobresale nadie pero todos están en su sitio.

La dirección de escena de Olivier Simonnet se queda varios pasos atrás del resto, y es una pena. No tiene la agilidad y el tono que la obra requiere. Su estatismo deja para la contemplación algunas composiciones plásticas, pero no es suficiente. Oña, en representación del mundo de la alta costura, diseña un vestuario elegante -tal vez demasiado, en personajes como el de la criada- y vistoso. Se integra en la ópera, al forzar un toque de comedia estilizada, que no interfiere en el carácter bufo.

En versión semiescenificada o de concierto, Il califfo di Bagdad se puede escuchar esta tarde en el teatro de La Zarzuela de Madrid y el jueves en el Palau de Barcelona.