Entre divos anda el juego
Hay óperas que sólo sobreviven al paso del tiempo porque los divos siempre han deseado cantarlas. Manon, de Jules Massenet, es una de ellas. La reputación de su autor -ya saben, músico de encanto melódico, refinado y elegante, muy propenso al desahogo lacrimógeno- ha ido conociendo altos y bajos en su cotización en el mercado lírico, pero Manon se sigue representando sin cesar desde su estreno, en 1884, en la Opéra Comique de París. La clave de tan perdurable éxito está en las grandes oportunidades de lucimiento que brinda a la pareja protagonista. Y el Liceo, que cierra con esta obra su ciclo consagrado al personaje creado por el abbé Prévost, se ha asegurado el éxito contratando los servicios de dos divos de moda: la soprano francesa Natalie Dessay y el tenor mexicano Rolando Villazón.
Manon
De Jules Massenet. Libreto de Henri Meilhac y Philippe Gille basado en la novela del abate Prévost. Intérpretes: Natalie Dessay, Rolando Villazón, Manuel Lanza, Samuel Ramey, Francisco Vas, Didier Henry, Cristina Obregón, Marisa Martins, Anna Tobella, Lluís Sintes. Coro y Orquesta del Liceo. Director musical: Víctor Pablo Pérez. Director de escena: David McVicar. Escenografía y vestuario: Tanya McCallin. Iluminación: Paule Constable. Coreografìa: Michael Keegan-Dolan. Producción basada en la original de la English National Opera con colaboración con la Ópera Lírica de Chicago y Liceo. Teatro del Liceo, Barcelona, 21 de junio.
Verlos en acción tiene, además, un extraño aliciente: son como la noche y el día en técnica, temperamento y expresión teatral, pero, curiosamente, funcionan bien: hasta saltaron chispas en su electrizante dúo en Saint-Sulpice. Dessay ahonda hasta la obsesión en la psicología del personaje, domina el estilo, lo controla todo y busca la perfección en mil matices vocales, a los que le añade la naturalidad que proporciona cantar en su lengua materna, lo que en Massenet es un valor añadido. Villazón es un ciclón, puro ardor y pasión, y, aunque pasa de puntillas sobre cuestiones de estilo y su dicción francesa es, digámoslo así, exótica, se mete al público en el bolsillo derrochando efusividad, calidez y generosidad vocal. Cada día se parece más a su ídolo, Plácido Domingo, lo que no es reproche, sino elogio.
Ellos disparan la emoción del espectáculo -Dessay actuó encima aquejada de faringitis-, aunque no son los únicos alicientes de la velada. No se pierdan, por ejemplo, el inspirado trabajo de Víctor Pablo Pérez en su tardío debut liceísta. Dirige con la elegancia, el colorido y la brillantez que requiere Massenet, pero añadiéndole un punto de ardor latino que no le sienta nada mal. Bajo su mando, la orquesta y el coro rindieron a muy alto nivel. Para nota, también, la actuación del veterano bajo Samuel Ramey, que dio vida al conde Des Grieux con gran empaque y nobleza vocal.
Buen nivel en el resto de un amplio y solvente reparto en el que destacan dos voces españolas -el barítono Manuel Lanza, Lescaut pícaro, descarado y rotundo, y el tenor Francisco Vas, histriónico y siniestro Guillot- y el barítono francés Didier Henry, impecable Brétigny.
La propuesta escénica de David McVicar -otro debut- fue concebida para la londinense English National Opera, y tiene sus hallazgos: bailarines y cantantes del coro, con vestuario de época, son utilizados como voyeurs que espían la relación de Manon y Des Grieux en un espacio único, delimitado por las gradas de un anfiteatro: teatro dentro del teatro, para variar.
Babelia
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