_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Caín en Palestina

La ocupación manu militari de la franja de Gaza por las milicias de Hamás no sólo ha provocado la segunda partición de Palestina -la primera se produjo por la resolución de la ONU que adjudicó parte del antiguo protectorado británico al naciente Estado de Israel en 1948-, sino que ha terminado con la leyenda de que los palestinos no se mataban entre sí. Las luchas fratricidas entre hermanos árabes eran cosa de otros, de argelinos, jordanos, libaneses o iraquíes, solían presumir los palestinos. Los acontecimientos de los últimos días en Gaza han demostrado que la lucha fratricida ha llegado también a Palestina y que el sufrido pueblo palestino paga otra vez las consecuencias de un desastroso liderazgo, incapaz, sea en su versión secular o fundamentalista, de dar respuesta a las necesidades básicas de una población que sólo desea paz, seguridad y trabajo en un Estado propio, añorado desde hace cerca de 60 años y que la ineptitud de sus dirigentes impide su nacimiento cada vez que parece próximo a convertirse en realidad.

Como a finales de los 90, con Bill Clinton y Ehud Barak (felizmente retornado a la política como líder del laborismo), cuando la ceguera de un Arafat, más cómodo en su papel de guerrillero trotamundos que como estadista, impidió consumar un principio de acuerdo entre israelíes y palestinos, preludio de un futuro tratado de paz. Como ahora con EE UU e Israel, comprometidos por primera vez públicamente en la creación de un Estado palestino, pero frenados en sus intenciones por la victoria hace 15 meses de un movimiento, como Hamás, que sigue empeñado en rechazar el terrorismo, niega el derecho a la existencia de Israel y no aclara si reconoce los acuerdos internacionales firmados antes por la Autoridad Palestina.

Podemos buscar otros malos de la película y recurrir una vez más a la conspiración sionista-americana para explicar la situación actual. ¡Qué duda cabe que la ilícita expansión de colonias judías en Cisjordania, la ocupación militar y los presos políticos palestinos en cárceles israelíes sólo contribuyen a la humillación y desesperación de la población árabe! Y que la actual Administración americana, escaldada por el fracaso de Clinton, ha perdido seis años preciosos, en los que la crisis se ha enconado todavía más. Pero, los hechos a día de hoy son los que son y de ellos hay que partir. Una Gaza, ya bautizada como el Hamastán, en poder del ala más radical de Hamás, financiada y armada por Irán, condenada al más absoluto aislamiento por parte de la comunidad internacional. Y una Cisjordania, bajo el control, por ahora total, del presidente Mahmud Abbas y de los históricos de Al Fatah, que cuenta con todos los apoyos políticos y económicos de EE UU, la UE y los llamados Estados árabes moderados. Y también de Israel, que se ha comprometido en Washington y en Bruselas a liberar los 500 millones de euros de derechos aduaneros de los palestinos, retenidos desde la constitución del Gobierno de Hamás.

La finalidad de este cerco político y económico de Gaza es evidente. Demostrar a sus cerca de 1.500.000 habitantes que con Hamás al frente de sus destinos nunca conseguirán ni la prosperidad, ni la paz con Israel, y mucho menos un Estado palestino. Es una estrategia arriesgada, porque, en estos momentos, Hamás está en manos de los defensores de la teoría de "cuanto peor, mejor". Pero tampoco hay que olvidar que cuando más del 44% de la población de Gaza y Cisjordania dio su voto a Hamás lo hizo para conseguir una mejora de su situación y no para seguir lanzando misiles Kassam contra Sderot y otras poblaciones israelíes.

En todo caso, hay algo que la comunidad internacional, incluido Israel, no debe olvidar. La teoría de dos Gobiernos, dos Palestinas no funcionará en el futuro. Hamás y la dirección de la Autoridad Palestina pueden aparecer a la vista de los recientes acontecimientos como enemigos irreconciliables. Pero comparten un objetivo común: la indivisibilidad de un futuro Estado palestino, integrado por Gaza y la Cisjordania. Cualquier intento de consolidar la actual división por parte de terceros está condenado al fracaso. El conflicto regional que temía el monarca saudí en su reciente entrevista con Ángeles Espinosa estaría garantizado.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_