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Reportaje:Juicio por el mayor atentado en España | 11-M

Zapatos de claqué

El abogado de Trashorras encandila a su cliente pero deja una sensación de condena inevitable

El chivato Zouhier llega al juicio de punta en blanco. Camisa de seda, pantalones ajustados, zapatos como de claqué. Si el programa se cumple, su abogado subirá al estrado a media mañana para pronunciar su alegato final y el juez Gómez Bermúdez, como tiene por costumbre, permitirá que el acusado abandone durante unos minutos la habitación de cristal blindado y siga el juicio desde la primera fila. De ahí la inusual compostura del confidente. Pero a las dos de la tarde, y después de casi cuatro horas de retórica, Gerardo Turiel, el abogado del traficante Suárez Trashorras, continúa erre que erre.

-Nunca en los 50 años que llevo de abogado -llega a decir Turiel- había asistido a un proceso donde se manipularan tanto las pruebas. ¡Estamos ante una auténtica corruptela procesal!

Turiel: "En 50 años nunca había asistido a un juicio donde se manipularan tanto las pruebas. ¡Estamos ante una auténtica corruptela procesal"!
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Trashorras -él sí sentado en la primera fila- abandona su habitual letargo para soltar algo parecido a una sonrisa. No será la única. Cada vez que el abogado de pelo blanco lanza una pulla contra el juez Juan del Olmo o la fiscal Olga Sánchez -sus blancos favoritos-, el traficante pone cara de ¡uy lo que ha dicho! y se ríe a continuación. Hay abogados, y Turiel es tal vez el mejor ejemplo, que sintonizan a la perfección con sus clientes. Otros casos son los de Endika Zulueta con El Egipcio y Antonio Alberca con el propio Zouhier.

-No, no, no, ¡que no!

Zouhier se desgañita sin éxito en el interior de la habitación de cristal blindado. El abogado de Trashorras acaba de decir en la sala que el confidente de la Guardia Civil dio con sus huesos en la cárcel de Villabona por reventar con explosivos una joyería en 2001. Zouhier lleva razón al decir que no. Lo pillaron, sí. Y por desvalijar una joyería, también. Pero no fue ayudándose de dinamita, sino empleando un sutil método llamado alunizaje que consiste en estampar un vehículo robado -a ser posible del tipo todoterreno- contra el escaparate de una joyería o una tienda de pieles y salir de najas -a ser posible antes de que llegue la policía- en otro vehículo -a ser posible de gran cilindrada-. Da igual. Aunque a estas alturas del juicio todo el mundo en la sala sabe cómo se perpetró aquel robo -en el que también participó El Conejo-, Turiel continúa su alegato y Zouhier, cansado, deja de decir que no.

-Mi cliente -vuelve a la carga el abogado de Suárez Trashorras- no sabía que El Chino era un terrorista...

Ahora no es Zouhier el que dice que no, pero una sonrisa guasona aflora en el rostro de abogados y público habitual. No una ni dos veces, sino muchas más durante las 52 jornadas del juicio, la fiscal Sánchez y los abogados de la acusación han puesto sobre la mesa un altercado protagonizado en febrero de 2004 por Carmen Toro, la entonces mujer de Trashorras, y El Chino.

De regreso de su viaje de novios, el traficante y su mujer visitaron a su amigo marroquí en la finca de Morata de Tajuña. Jamal Ahmidan les ofreció un refresco de Mecca Cola y Carmen Toro le respondió que prefería la Coca-Cola. Se ensarzaron y terminaron malamente. El Chino ya no era el traficante de hachís que siempre fue, sino un fundamentalista convencido. Hasta les justificó sin cortarse un pelo el atentado de Al Qaeda contra las Torres Gemelas de Nueva York.

La intervención de Turiel -del que se esperaba mucho- continúa por ese camino. Encandila a sus colegas cuando habla y a su cliente cuando le atiza a la fiscal, pero naufraga cuando de lo general desciende a lo particular.

-Porque Cartagena, quiero decir Lavandero, o Lavandera...

Hace años se hizo famoso por los juzgados de Madrid un orondo abogado cuya especialidad consistía en encandilar a sus clientes durante el juicio con grandes gestos y palabros difíciles de entender.

-Don Emilio, don Emilio, ¿usted cree que pondrán en libertad a mi Jonathan?

-Sí, mujer, ya hablaré con el señor juez.

Al Jonathan lo terminaban condenando a una larga temporada en la cárcel, pero para entonces don Emilio ya había cobrado su minuta en dinero contante y sonante cuando no en un Mercedes de los grandes. Nada que ver por supuesto entre aquel don Emilio -que a día de hoy expía sus muchas culpas en prisión- con el prestigioso Gerardo Turiel. Salvo en una cosa. A juicio de muchos de los presentes, lo satisfecho que ayer caminaba el tal Suárez Trashorras de vuelta a la habitación de cristal blindado no se correspondía con los argumentos aportados para desbaratar una petición de pena que se acerca a los 40.000 años. De hecho, hay un momento en que Turiel termina concediendo:

-Acepto que mi cliente indicara a El Chino dónde conseguir los explosivos, pero de ahí a ser colaborador necesario...

El chivato Zouhier sigue el juicio como nadie. Aplaude, protesta, utiliza el banco desocupado que tiene delante para apuntar notas que más tarde envía a su abogado para ayudarle en su defensa. Ayer se desesperó esperando que el abogado de Trashorras dejara de hablar. Hoy, siguiendo el ritual, Gómez Bermúdez mandará a los guardias que lo saquen de la habitación de cristal blindado y lo sienten delante en la primera fila. Con sus músculos bien afilados y sus zapatos de claqué, pero, sobre todo, con la sensación -visible en sus gestos- de que ya nadie se creería aquello que dijo el primer día del juicio.

-Soy superinocente, señoría.

Rafá Zouhier, imputado en la causa, toma notas mientras habla el abogado de Emilio Suárez Trashorras.
Rafá Zouhier, imputado en la causa, toma notas mientras habla el abogado de Emilio Suárez Trashorras.EFE

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