El 'orientador' necesario
En el camino de España a Guantánamo, que la defensa de José Emilio Suárez Trashorras ha denunciado ayer con elocuencia, el tribunal anotó, quizá entre pocas otras, una línea no menos expresiva pero dirigida al fondo del proceso: "Esta defensa acepta que quizás algún comentario de Emilio pudo orientar a El Chino hasta la mina". En una clase de derecho que presume de cierto peso, frases tan mundanas como esa contaminan de levedad el resto del discurso.
La figura penal, siguiendo el razonamiento, no sería ya la del cooperador necesario ni la de colaboración con organización terrorista islamista, no. Simplemente te trata de un acusado que por sus comentarios ayudó a orientarse al líder del 11-M, Jamal Ahmidan, El Chino, hacia la mina Conchita. Vamos, una charla de café allá por Avilés. La figura novísima es...la de orientador necesario.
El letrado ha actuado todo este tiempo de ventrílocuo, y su cliente, de muñeco
Quizá por aquello del síndrome de Estocolmo entre letrados y acusados, y aunque Suárez Trashorras no rece el Corán, el abogado del ex minero asturiano ha ampliado la frontera de su alegato a una defensa colectiva de todos los acusados contra un juez y una fiscal que han puesto proa hacia Guantánamo, esto es, hacia el campo de concentración o limbo jurídico montado por la Administración Bush en su presunta guerra contra el terror. Todo lo demás, como el testimonio incriminatorio de Gabriel Montoya Vidal, El Gitanillo, no vale nada. Son pamplinas.
La técnica utilizada es bastante sencilla. En realidad consiste en adornar las afirmaciones básicas que Suárez Trashorras hiciera durante la instrucción sumarial, en declaraciones de varias páginas al periódico de la conspiración y, más tarde, en su testimonio durante el juicio oral. Suárez Trashorras ha demostrado que maneja muy bien las coartadas y argumentos, a menos que se pretenda que en realidad el letrado ha actuado todo este tiempo de ventrílocuo, y su cliente, de muñeco.
Suárez Trashorras mantiene, según lo que se puede prever como el relato de hechos probados de la sentencia, una relación de culo y calzoncillo con Mogwli como el ex minero llamaba a Jamal Ahmidan El Chino, que, todo hay que decirlo, en esta película real hace más de tigre Shere Khan que de aquel pequeño y entrañable personaje de Rudyard Kipling. No solo, como afirma El Gitanillo, según hecho probado de la sentencia que le condenó, porque ha ido el 28 de febrero a mina Conchita con El Chino hacerse (¡no, orientarle, que diría el letrado!) con los explosivos que necesitaba éste para completar sus existencias sino por el tráfico de llamadas y por el hecho de que tras su luna de miel con Carmen Toro en Tenerife, es el propio jefazo, esto es, el entrañable Mogwli, quien le recoge en Madrid a su regreso y le lleva a su casa de Morata de Tajuña, Chinchón. Claro que hablar por teléfono, como ha ironizado el letrado, no es un delito. ¿Y por qué entonces el letrado se cubre inmediatamente al afirmar que nada más colgar Suárez Trashorras con Mogwli (El Chino) en Tenerife, llamó una vez más a su controlador, el célebre Manuel García Rodríguez, Manolón, personaje en busca de autor, para darle cuenta. ¿De qué delito quería protegerse? ¿De hablar por teléfono? No, porque el letrado nos ha explicado que ese delito no está en el Código Penal.
Al margen, y a pesar del síndrome de Estocolmo, ha atacado despiadadamente la invención de una prueba capital aportada por los conspiradores. Aquella cinta del confidente Lavandera grabada por el guardia civil Campillo. Solo que el letrado ha dicho algo inveraz, a saber, que la Fiscalía apoyó en esa prueba falsa sus argumentos contra Suárez Trashorras. Esa patraña la aportaron los amigos mediáticos de Suárez Trashorras, aquellos que más tarde le convirtieron el héroe de nuestro tiempo. Pero la vehemencia del letrado contra esa prueba falsa no deja de ser saludable.
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