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"Tocad los bichos"

Tomàs Delclós

La norteamericana Christine Sugrue ha colocado al lado de la pantalla de Delicate Boundaries un aviso: "Tocad los bichos". En contra de lo que sucede en los museos, hay que trapichear con las máquinas. La de Sugrue es una pantalla donde deambulan bichitos virtuales, entre amebas y ciempiés. Cuando el espectador los toca reaccionan. El trabajo, comenta, está abierto a otros desarrollos. Colocar dos pantallas para hacer saltar estas criaturas, como en un circo de pulgas, o, quizás, dotarlas de genética. Shadow Monsters, de Philip Worthington, añade en tiempo real a las sombras que proyectan los visitantes detalles que las hacen más temibles o simpáticas. Tool's Life, de Minim++, es una mesa iluminada donde una serie de objetos, cuando son tocados, proyectan una sombra inaudita.

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También fascina Kobito: Virtual Brownies, de un colectivo japonés. Un objeto en una mesa se mueve sin que nadie lo toque, pero visto en una pantalla se observa algo que esconde la realidad: son unas pequeñas criaturas, los kobitos, las que lo empujan.

Trucos

A la entrada, en un pequeño escenario, se presenta un espectáculo de ilusionismo con varios artistas. Cuando el teatrín está vacío se proyecta Carlitopolis, un vídeo de Luis Nieto que circula por Internet en el que el artista somete a un ratón a unos ensayos de laboratorio tan bárbaros como inverosímiles. El mentalista Gerardo Navarro, Nemónico de nombre artístico, ha teorizado una telepatía telemática cuyos principios poéticos explica de manera sencilla. "Si yo llamo a Tijuana desde Madrid, estaré nueve horas por delante de la persona que recibe la llamada. Por tanto, para mí es más fácil adivinar su futuro porque yo ya estoy en este futuro". Navarro introduce disidencias en la tópica literatura mentalista. "Mis ejercicios de telepatía son democráticos porque no sólo leo el pensamiento del otro sino que ese otro puede leer el mío". En uno de sus juegos, el espectador es el adivino, "así rompo con el ego del mago".

El mago Julián está encantado con su colaboración con el artista digital Zachary Lieberman, tanto que "antes buscaba magos para aprender y ahora buscaré tecnólogos". Julián considera que el trucaje digital aporta una sutileza desconocida para engañar la percepción del espectador. En su magia, el público no descifra si el truco se debe al mago o a un efecto digital.

El espectáculo concluye con Digit, del francés Julien Maire. El artista, sentado en una mesa, escribe sobre folios con apenas pasar la mano, sin rozarlos, por encima. Las fuentes de su inspiración están claras: "La escritura automática de los surrealistas, la literatura potencial del Oulipo". "Se trata de conectar el cerebro y la mano sin intermediarios". Maire afirma que no propone al espectador tanto leer un texto como ver un filme. Maire recuerda que muchos pioneros del cine llegaron desde la prestidigitación. Meliès empezó viendo el cine como un truco para sus espectáculos y, al final, se embelesó inventando trucos sólo para el cine.

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