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Europa funciona

Los propagandistas del neoconservadurismo y del neocapitalismo no han dejado de jactarse durante este último cuarto de siglo, tanto en la prensa estadounidense como en la británica, de que la visión politico-económica del mundo anglosajón era la única a la que teníamos que rendir culto. Pero ahora que el mundo espera impaciente a que se produzca un relevo en la Casa Blanca e incluso los admiradores más fervientes de Bush admiten que tanto su política exterior como su política económica han sido un fracaso, parece que ha llegado el momento de que Europa asuma su liderazgo político y económico.

Las cifras más recientes muestran que la zona euro ha experimentado un crecimiento de un 3,3% en los últimos 12 meses. Esta cifra de crecimiento supera a la de los países de la esfera anglosajona, como Estados Unidos, Australia y Canadá, o incluso a la del Reino Unido. El desempleo ha descendido en casi un millón de personas en Alemania al empezar a hacer efecto el potente remedio aplicado en el año 2000 en términos de limitaciones salariales y de flexibilidad en la jornada laboral. En lo que va de siglo se han creado en la zona euro 13,1 millones de puestos de trabajo.

El desempleo en la zona euro se encuentra en un 7,4%; parece que los políticos empiezan a aprenderse la lección de que hay que empujar a la gente para que entre en el mercado de trabajo y reducir los atractivos de los subsidios sociales. En Francia todavía está por ver si Nicholas Sarkozy podrá convertir la retórica de su campaña electoral en una reforma real del anquilosado mercado laboral de ese país. La llegada desde los nuevos Estados miembros de una mano de obra relativamente barata y con ganas de trabajar ha permitido a los inversores y empresarios mantener abiertas empresas que de no ser así habrían tenido que trasladarse fuera de Europa. La ampliación de Europa ha supuesto en este sentido un empuje económico similar al que supuso el constante suministro de mano de obra inmigrante no europea, o irlandesa, italiana, portuguesa y española, para las economías norte-europeas en expansión entre 1957 y la primera crisis del petróleo de 1975.

El crecimiento económico y el descenso del desempleo en Europa vienen también acompañados de una tasa de inflación menor que en el resto de las principales regiones económicas mundiales. Una moneda fuerte ha contribuido a absorber las grandes subidas en los precios de la energía. En teoría, la política monetaria estadounidense basada en bajar el precio del dólar debería haber fomentado las exportaciones. Pero Estados Unidos tiene un déficit comercial de 830.000 millones de dólares; en comparación, los 9.000 millones de la zona euro parece una cifra mucho más manejable.

Si quiere sacar partido de este beneficioso clima económico, Europa tendrá que enfrentarse todavía a tres grandes problemas: el de liberalizar los mercados de trabajo; el de adecuar los sistemas fiscales a fin de fomentar la aparición de nuevos emprendedores, y el de invertir en las universidades y en la investigación a fin de desarrollar una nueva actividad económica. La autocomplacencia supone una amenaza para Europa mayor que el escepticismo, ya que los políticos del pasado utilizaron este tipo de estadísticas económicas benignas como una excusa para posponer y no llegar a acometer las reformas y la modernización necesarias.

Pero Europa muestra hoy un firme deseo de tomar las decisiones adecuadas. Un miembro de la comisión, el francés Jacques Barrot, ha desafiado los instintos proteccionistas de la clase política francesa y ha diseñado unas medidas más liberalizadoras del tráfico aéreo entre Europa y Estados Unidos. La Comisión ha anunciado igualmente medidas para reducir los costes de las transacciones bancarias, lo que podría ahorrar unos 28.000 millones de euros en comisiones a los consumidores. Las ambiciosas metas que se ha marcado la Unión Europea en la reducción de las emisiones de CO2 la sitúan en primera línea en la lucha contra el calentamiento global. En contra de los prejuicios establecidos con respecto a la lentitud de las burocracias de la Comisión y del Parlamento Europeo, ambos organismos se han puesto de acuerdo para dictar unas leyes que vendrán a poner fin al vergonzoso abuso de las compañías de telefonía móvil en las llamadas entre países de la Unión Europea.

Estas mejoras políticas y económicas no tienen nada que ver con el debate constitucional que tanta energía está consumiendo entre los europeos. Además, nos llevan a hacernos unas reflexiones bastante incómodas: si Europa funciona, ¿para qué arreglarla? ¿Para qué vamos a meter a Europa otra vez en el torbelli-

no político de nuevos referendos sobre ese gran proyecto político de la nueva Europa cuando a la Europa real, la que tenemos hoy, le va bastante bien? ¿No habrá llegado el momento de decir que el emperador constitucional está en verdad desnudo? Lo que Europa necesita es más crecimiento económico, más trabajo, más intervenciones certeras por parte de la Comisión y menos mirarse el ombligo en un enconado debate sobre sus instituciones y su normativa.

Puede que Monsieur Sarkozy y Frau Merkel deseen tener perfilado para finales de junio un acuerdo que venga a ordenar la normativa europea. Pero en cuanto se empiecen a poner en marcha los mecanismos de las conversaciones intergubernamentales, se perderá gran parte del impulso actual. Todos y cada uno de los 27 Estados miembros empezarán a negociar en septiembre sus propias prioridades con vistas al nuevo tratado.

Y luego vendrán los referendos. Algunos países tendrán que realizarlos porque así se lo exigen sus constituciones. En otros, se considerará prudente o necesario realizarlos por razones políticas internas.

La Europa que empieza a coger un ritmo constante de crecimiento y a adquirir confianza en sí misma, ahora que sus ciudadanos tienen la posibilidad de acceder a puestos de trabajo y que los Estados pueden invertir la recaudación fiscal en la mejora de los servicios sociales y culturales y del medio ambiente, volverá a hundirse en una encarnizada lucha política en torno al nuevo tratado constitucional.

Con los tres nuevos dirigentes -Sarkozy, en París; Merkel, en Berlín, y Brown, en Londres- se abre una pequeña posibilidad de asentar este nuevo dinamismo europeo. La tentación de Europa siempre ha sido la de hacer de lo mejor enemigo de lo bueno. La ambición de los 27 jefes de Estado y de Gobierno que se reunirán a finales de este mes debería ser la de demostrar su modestia. Europa ha dejado de estar paralizada. Europa ha vuelto al trabajo. El objetivo del siguiente periodo debería ser mantener este crecimiento, darle a Europa el papel de agente mundial en relación a Estados Unidos, Rusia y Asia y evitar que caiga en el torbellino que suponen los 27 debates nacionales con respecto al nuevo tratado constitucional.

Denis MacShane es diputado laborista en el Parlamento británico y fue ministro para Europa de Blair.

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