Morante traza geodésicas
Le pregunté una vez a un amigo, heroico personaje que anda enredado por los vericuetos de la mecánica cuántica, si era posible en algún caso que el camino más recto para llegar de un lugar a otro, fuera una curva. Transcribo el correo con su contestación: "José: sí, es posible. En los espacios curvos (que, por ejemplo, pueden crearse según la relatividad general de Einstein por la presencia de un cuerpo) se llaman geodésicas a las líneas más cortas entre dos puntos, y estas líneas no son rectas". Admirable; pero yo ya lo sabía. Me atrevería a decir que miles de aficionados a los toros, con elevada proporción de desconocedores de la relatividad general de Einstein, lo sabían. Y que ayer, viendo torear a Morante, lo constataron empíricamente. En el toreo, la forma más derecha para triunfar es enredar al toro en las curvas de la tela; la rectitud del toreo es la curva extrema, no hay mayor verdad que la del supremo engaño, que es curvar la recta embestida del recto cuerpo del toro hasta hacerle desaparecer en la curva engañosa de la muleta. Pura magia. Como el toreo de Morante. O la relatividad general de Einstein. Ayer, el capote y la muleta de Morante llenaron la arena de geodésicas.
Gavira, Sorando, Bohórquez, Osborne, Cuvillo / Morante
Toros de Gavira -flojo y noble-, Román Sorando -soso y encastado-, Ana María Bohórquez -valió-, Rosario Osborne -flojo, tardeó-, Román Sorando -encastado- y Nuñez de Cuvillo -noble y bravo, ovacionado-. Morante de la Puebla: media y un descabello -aviso- (palmas); siete pinchazos y estocada (pitos); media tendida (pitos); pinchazo y estocada baja y trasera (silencio); lo mató Alejandro Castro de pinchazo y estocada (silencio); metisaca y estocada (oreja). Enfermería: Morante sufrió herida por asta de toro en región superciliar izquierda. Puntazo corrido en espina iliaca derecha. Pronóstico leve. Plaza de Las Ventas, 6 de junio. Corrida de Beneficencia. Lleno.
Salió el quinto toro -no hay quinto malo- y Morante partió con el capote las gargantas sedientas de la plaza. Hasta el quinto había ocurrido poco -en el primero, un quite de manos bajas, dibujando curvo el ritmo de un corazón torero: sístole, por dentro a la izquierda; diástole, por dentro a la derecha; la media, el corazón parado- , y la tarde se teñía de dudas, amagos y desidias. Bien estirado, las manos bajas, la tela entre las piernas, le mandaba con la cintura, y los olés, cada vez más rotundos, fueron grito en el remate alado a una mano. En el quite, las chicuelinas y la media pajarearon como golondrinas. Con gracia lenta, de vino bueno, lo recortaba para ponerlo al caballo. En los ayudados de recibo el toro se perdió por la muleta y los abanicos llevaban el runrún de un lado a otro de las gradas. Tanto quiso girarlo que lo desarmó y, tras naturales de suave trazo, volvía la desesperanza a los tendidos. Y tal vez a Morante, cuando el toro, que se quedaba y estaba parado, de un movimiento rápido, enarcó el cuello por sorpresa y, con ánimo de herir, lo enganchó en los cuernos. Hubo de matarlo el sobresaliente Alejandro Castro entre la consternación, que miraba fija a la enfermería. El traidor se llamaba Audaz. Suele ocurrir.
Por los altavoces anunciaron, entre la confusión y la música, que el diestro Morante de la Puebla volvería a salir. La plaza entera permaneció en pie 14 minutos. El siguiente aviso fue que estaba siendo vestido en la enfermería. Se vino muy despacito por el callejón, Morante, entre aplausos. Parecía más seguro y más contento. Así son los toreros. Y con desmesurada torería -"como el toro lo encuentra diminuto, todo mi corazón desmesurado"- le dio las verónicas más lentas, más hondas, más escalofriantes y más indescriptibles de este año. Tras los olés sonoros, tímidas y avergonzadas palmas por bulerías. Silencio; el quite. Y Morante, como cada cierto tiempo ocurre, detuvo el tiempo en el capote. Asistíamos a un milagro. Luego, los delantales más graciosos y elípticos que se han visto; casi eran navarras. Inopinadamente, el torero retiró a los peones y cogió las banderillas. En lo alto, plantó como un príncipe troyano los pares más sobrios, toreros y emotivos -al quiebro y por dentro el último- que recordamos en esta temporada. En el último tercio, los ayudados por bajo tenían sonidos negros y la muleta, relajada en la izquierda, dio en el primer natural la vuelta al mundo. Aguantando, lo enroscó en la cintura y estableció el silencio que precede a la locura. No nos quedaba voz en la trinchera con la que le hizo un nudo. Después, quebrado en los derechazos a compás abierto, hizo girar al toro y con él giró el toro del reloj y gritó ¡olé! mientras se alborotaban los husos horarios, los corazones inventaban nuevos ritmos y Morante, arrimado, emborrachaba al toro por naturales. Bailó la plaza toda en el molinete y suspiró en el metisaca que precedió a la estocada.
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