Cartagena entorna la puerta grande
Por si no nos habíamos dado cuenta de que el Niño Moura había crecido, se vino ayer con su hijo para que lo comprobásemos. El que fuera revolucionario niño prodigio del arte de Marialva -así llamada por el marqués de Marialva, al que se tiene por iniciador de la equitación a la portuguesa- como buen representante de un pueblo amante de tradiciones, cabalga con su hijo y comparte el testigo, que aquí es rejón o banderilla, de un arte que lleva ya la marca João Moura. Quien antes relevara a los Peralta, Bohórquez y Álvaro Domecq, y compartiera con Lupi, y Vidrié el cetro de una nueva época, sigue escribiendo las páginas de un libro a cuatro manos con doble copyright al mismo nombre. Por cierto, Marialva es un hermoso pueblo medieval portugués que "subitamente comove o viajante, lhe aperta a garganta e faz subir lágrimas aos olhos" (José Saramago), cuyo nombre viene de la leyenda de la Dama de los pies de cabra, "la moura Marialva, que ao se sentir vista como um demónio, se atirou da torre onde vivia".
Los Espartales / Moura, Cartagena, Moura (hijo)
Toros de Los Espartales. Nobles y válidos. El 2º, bravo y con movilidad. El resto, más sosos. João Moura: medio y dos descabellos (silencio); rejón defectuoso (silencio). Andy Cartagena: rejón entero en lo alto (oreja); medio perpendicular (vuelta). Joao Moura (hijo): rejón trasero y caído (vuelta); rejón y doce descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 3 de junio. 24ª corrida de abono. Casi lleno.
Tampoco Andy Cartagena viene sin marchamo: su tío Ginés, otro digno rejoneador. Ayer era tarde de testadores y herederos.
Suelto y tristón salió el primero, y Moura, con descontado oficio, sin agotarlo, lo enceló con la cola en los rejones; luego salió Benfica, poderoso tordo en blanco, y aunque una banderilla se fue al costillar, empezó a torear muy cerca, como siempre, con emoción y temple. Así siguió, variando monturas -¡qué ligero en Madroño!- y acortando palos hasta el medio rejón final. Cuando bajó a descabellar a tierra, vestido a la federica, parecía el protagonista de El traje nuevo del emperador. La infanta Elena lo observaba desde el palco.
El cuarto intentó saltar, y el maestro portugués, viendo de qué pie cojeaba, procuró envolverle, sin darle mucho espacio, aunque marró en los rejones de castigo. Con el toro parado, recurría a quiebros, al regate corto y a dar los pechos para colocar los palos, y, con los flancos puestos, le robaba al toro los pasos rezagados. Muy bien Moura: una cátedra de toreo a caballo; lástima los problemas que al matar le han robado tantos trofeos.
¡Qué salida de toro bravo tuvo el segundo! Incansable, el cuello estirado, comía con los pitones la cola de Brujo, el tordo que lo corrió pegado y sin descanso. Rejones irregulares. Luego, el lusitano Magno empezó a quebrarlo, correrlo de espaldas, llamarlo en tablas y juguetear, rompiendo el buen ritmo del toro, al que ya costaba acudir a las suertes. Con Manili llegó el violín que tanto gusta, la mareante rueda de cortas y el rejón entero y en lo alto. Los tres peones que lo escoltaban al pasear la oreja -grana, pistacho y blanco- parecían un postre de tres gustos.
Al quinto lo fijó, ahora sin agotarlo, en el centro. Buen rejón alto, bien templado al costado en garapullos, armónico y medido, sin carreras superfluas, llamándole garboso y cambiándole lo justo. La gente, que sabe, aplaudía, y cuando salió Cisne, un precioso tordo, girando y haciendo caracolas y bailes, las ovaciones eran rotundas. Lidia perfecta que culminó con palos cortos previo al rejón final que, perpendicular, le partió el corazón en dos. La puerta grande que le negó el presidente por segunda vez, seguía batiendo sus hojas sin cerrojos; pero en la vuelta le gritaron to-re-ro.
Moura hijo es ambicioso y no sacrifica medios para dar espectáculo y alcanzar triunfos. Y ello le perdió. Si en el tercero buscó la medida -no era un toro alegre- con los costados y la fue encontrando cercano y bien templado, abusó ya en tierra de las gesticulaciones cuando el toro llevaba un rejón trasero y caído. Con el último, galopó hasta que el toro perdió el fuelle, circunstancia que aprovechó el público, ya cansado, para jalear con olés burlones los capotazos que un peón le daba. Sacó el bayo Horizonte, y al quebrar envió al suelo un palo tricolor que quedó mirando al cielo. Pidió jaleo al público, que obedeció como en los saltos de las olimpiadas, tiró más palos a la arena y descabelló 12 veces.
No ocurrió más. Sólo reseñar que la plaza ayer cumplió el cupo del 50% femenino.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.