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Columna
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Patatas y beneficios políticos

Lo lees y de entrada te hace gracia, le dedicas espontáneamente una sonrisa. Pero ese gesto alegre enseguida se te paraliza en los labios o se te atonta. Porque el asunto es grave. A partir del enunciado de un problema "de colegio", un texto (que me ha llegado en red) va comparando las sucesivas reformas de nuestro sistema educativo. Las resumiré en dos: el plan antiguo, y el plan moderno. En el primero el problema a resolver sería: "Un campesino vende un saco de patatas por 1.000 pesetas. Sus gastos de producción se elevan a 4/5 del precio de venta. ¿Cuál es su beneficio?". Y en su versión moderna éste: "Un productor vende un saco de patatas por 1.000 pesetas. Los gastos de producción se elevan a 800 pesetas y el beneficio es de 200. Actividad: subraya la palabra patata y discute sobre ella con tu compañero". Enmiendas enseguida la sonrisa porque el texto exagera, pero no tanto. Porque caricaturiza, pero poco, los rasgos perfectamente reconocibles de un (pobre) retrato real.

Que en las escuelas ya no se aprende lo mismo que antes es una evidencia que no necesita ser subrayada como las patatas. La mayoría de las referencias culturales que, hasta hace poco, conformaban el bagaje elemental de cualquiera, hoy son equipaje de excepción de nuestros niños y adolescentes. Como revelan hasta la saciedad encuestas, evaluaciones o simples concursos, aquello que antes se sabía, hoy ya no se sabe. (Los sondeos dicen que por no saber no saben ni quién es Franco, lo que para un país que sigue dándole vueltas a su memoria histórica no deja de ser un irónico apunte o presagio).

Cada vez que veo, por ejemplo, a un joven con un pañuelo palestino alrededor del cuello (práctica tan extendida que los programas de humor vasco ya la han incorporado a sus retratos-tipo), me pregunto qué saben en realidad esos jóvenes de Oriente Medio, de su historia, su geografía o su más puntual actualidad. Qué pueden decir de sus procesos descolonizadores; o de la fundación del Estado de Israel; cuántos pueden distinguir la OLP de la Autoridad Palestina; o dibujarle un paisaje físico a la zona, o colocar en el mapa unas cuantas ciudades. Qué o cuánto son capaces de decir sobre las culturas o las lenguas implicadas; cuántos nombres relevantes se les vienen a la cabeza, con qué citas. En definitiva, cuántos de esos jóvenes cuentan con instrumentos para formarse una opinión por sí mismos, para abordar singular y críticamente las informaciones que reciben sobre Palestina. Me temo que muy pocos; que la mayoría de esos jóvenes del pañuelo ha entrado en esa y otras causas por contagio o mimetismo, por inducción más emocional que intelectual, como en una cita a ciegas organizada por otros. Por quienes buscan, en ese y otros terrenos, adhesiones juveniles sin objeciones ni preguntas.

El evidente desagüe de conocimientos y de exigencia y de ambición intelectual de nuestro sistema educativo no puede ser un casual, ni el resultado de meros errores o "impericias". A mi juicio, es un efecto calculado, la consecuencia de otro plan de reconversión de nuestra cantera social: de lo que se trata es de erradicar la noción de ciudadano formado y crítico (esto es, respondón) y sustituirla por la de dócil consumidor de productos y mensajes; de rendido afiliado a las causas. Para ello hay que reducir el mobiliario intelectual y cultural de nuestros jóvenes a su mínima expresión operativa. Lo veo clarísimo; sobre todo cuando le oigo al consejero de Educación afirmar que, a pesar de que la mayoría de los alumnos vascos no entiende lo que se le transmite en euskera (carecen de la competencia lingüística mínima el 33% de los estudiantes de modelo D, el 61% del B, y el 98% del A), es decir, que no entienden lo que se les dice, su "desarrollo cognitivo está garantizado", y quedarse tan ancho. Como soy del plan antiguo, yo una patata la distingo en cuanto la veo; y también los beneficios políticos de tener a los niños subrayándolas y subrayándolas en las escuelas.

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