Corredores de mucho fondo
Dentro del mundo del rock, nada polariza tanto como una gira de los Rolling Stones: en cuanto se acercan, se reavivan las broncas. Para muchos de sus fieles, esos conciertos tienen categoría de reunión tribal. Se trata de chequear lo ocurrido con los compañeros de generación y, si se tiene suficiente cuajo, compararse con los muñequitos que se mueven por el escenario. A su modo, los Stones reflejan la extraordinaria epopeya de los hijos de la Guerra Mundial, aquellos insolentes que llegaron a la arena mediática durante los años sesenta.
Por muy ajados que parezcan, Jagger y compañía encarnan un agridulce triunfo generacional que pueden compartir sus acólitos más crédulos. Los Stones han superado el acoso de las policías de medio mundo y hoy son recibidos en cada aeropuerto como dignatarios distinguidos. Sus cuerpos sobrevivieron a una amplia gama de excesos. Han bajado y subido tantas veces en estimación crítica que ya nadie recuerda que, creativamente, pasaron sus primeros ocho años a la sombra de los Beatles.
Frente a los entusiastas, se alza el clamor de los escépticos o, directamente, los enemigos. Uno de los textos fundacionales de cierta estética del rock -Awopbopaloobopalopbamboom. Pop from the beginning, el libro de Nik Cohn- se lamentaba de que los Stones ignoraran el guión: ya en 1969, se pedía que se murieran o se desintegraran.
Pero ellos se empeñaron en imponer su ritmo. Con altivez imperial, desprecian todos los vapuleos. Keith Richards se deleita en recordar que el glorioso Exile on Main Street, publicado hace ahora 35 años, no recibió precisamente aplausos unánimes. Según el guitarrista, también llegará el momento en que se revaloricen los discos que han sacado en las últimas décadas.
En verdad, sólo pueden continuar. Son prisioneros de una historia turbia que se ha hecho mito monumental. Mick Jagger no consiguió que despegara su carrera como solista y está condenado a su papel de gallito sexy, algo que reconoció indigno en un momento de franqueza. Keith olvidó su grupo paralelo cuando Jagger regresó al redil. Hasta Charlie Watts debe tragarse sus ínfulas de esnob del jazz y volver a su ocupación principal.
No les motiva esencialmente el dinero, aunque sus giras estén comercializadas hasta la náusea, con patrocinadores, merchandising y promotores locales exprimidos al máximo. Queremos creer que el tocar da sentido a sus vidas de millonarios. Están corriendo en un maratón no declarado, que les obliga a superar las cifras de U2 o cualquier otro pretendiente al trono de reyes de la taquilla.
También están compitiendo con sus modelos. Recuerden: se mantienen en activo Jerry Lee Lewis, George Jones, Chuck Berry o (hasta su reciente tropiezo) Bo Diddley. Veteranos escasos de dinero, pero que, excepto en el caso patológico de Berry, conservan su dignidad. A eso aspiran los Stones.
Babelia
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