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Otra bofetada de Tarantino

Un falso punteo de guitarra resuena a voz en grito en los pasillos del hotel Four Seasons, en Los Ángeles. Sale de labios de Quentin Tarantino, nacido en Knoxville (Tennessee), enfant terrible del cine independiente de los noventa, que está de promoción de su nuevo largo, Grindhouse. Y si ya de habitual le cuesta pasar inadvertido, ahora más que nunca, que las críticas no le son favorables, busca llamar la atención. De ahí su entrada triunfal a sus propios acordes de Layla, vestido con una indiscreta bata verde y la mente preparada para disparar. Así, espeta nada más entrar: "Al que no le gusten mis películas, que no vaya". Su voz suena cascada de tanto usarla. Pero no importa. A Tarantino nada le amilana. Y tampoco las opiniones negativas hacia su último experimento, realizado junto a su amigo el director Robert Rodríguez. Un programa doble, a la antigua usanza, que titula como antaño, Grindhouse, y que consta de un filme de cada realizador: Planet terror, por parte del tejano, y Death proof, a manos de Tarantino. Dos películas independientes, incluidas en EE UU en una misma sesión, que en Europa se estrenarán por separado empezando por la de Tarantino, una historia con psicópata, coches, mujeres hermosas y sangre que se ha presentado en el festival de Cannes, allí donde en 1994 recibió la Palma de Oro por Pulp fiction. La respuesta negativa en EE UU dejó callado a este gran bocazas, un iconoclasta tan popular ante las cámaras como quizá sólo lo fue Hitchcock. Tarantino desapareció unos días aquejado de un problema estomacal. "Ya sabes lo nervioso que se pone con el estreno", comentó una publicista para disculparle.

"Ni la violencia ni el sexo son perjudiciales en el cine, y desde luego no soy yo quien debe preocuparse de ello"

Si se quedó sin palabras o se puso malito, ninguna de las dos afecciones le duró mucho. Lleno de energía aunque ojeroso, con un vaso bien grande de café y algo más discreto en su vestimenta (una camiseta negra que proclama "RR & QT", es decir, Rodríguez y Tarantino), el cineasta mantiene su seguridad en sí mismo. "No diré que mi carrera es una gran contribución al cine, pero sí que está llena de grandes momentos", afirma al comenzar la entrevista. "Porque si hago cine, lo que quiero es ser el mejor". Tarantino puro. Director de tan sólo media docena de filmes, pero quien ya en 1995, cuando sólo había hecho Reservoir dogs y Pulp fiction, contaba en el mercado con tres extensas biografías dedicadas a su persona. Hablamos del considerado "símbolo de una nueva generación de jóvenes directores", esa que la revista Variety describió como "la de realizadores de videoclub", más cinéfilos que cineastas. Pero el tiempo pasa, y Tarantino, a sus 44 años, no es ni un debutante ?el nuevo Orson Welles, como siempre fue descrito?, ni un joven talento que despunta. Con sus tres lustros de profesión, más bien se trata de un veterano que debe responder a sus seguidores (éstos le echan de menos, dado lo poco prolífico de su obra) y detractores (que en cada una de sus largas pausas creativas le acusan de vivir de golpes de suerte).

"A mí lo que me gusta es ponerme a prueba y demostrar lo bueno que puedo ser. Si filmo una persecución, quiero que sea una de las mejores de la historia del cine, y si no es así, entonces no tengo tanto talento como creo". Mantiene su locuacidad apabullante, esa verborrea casi de ametralladora, y su energía y convicción, aunque soltando muchos menos juramentos de los habituales.

¿Ha crecido? ¿Se ha hecho mayor Tarantino? "Lo único que diría es que con los años tengo más habilidad técnica. Lógico. Me di cuenta con Jackie Brown. Cuando has pasado por el proceso de preproducción, producción y posproducción un par de veces, ya sabes lo que te haces, ya no es un misterio. Quizá por eso busco lo que no he hecho aún, algo que me satisfaga y desee aprender. De ahí retos como Kill Bill o este Death proof", asegura. Huelga decir que esa búsqueda lleva tiempo. "Hay dos razones por las que no hago más películas. Una, que me gusta disfrutar de la vida. Hacer películas es como escalar el Everest: uno no tiene vida. Y cuando bajo de la montaña me gusta disfrutar de mi chalé", se ríe. "Pero la verdadera razón es que ante todo soy guionista, y los guionistas siempre empezamos con la página en blanco. Y eso es duro. Si te fijas en directores con 20 años de carrera, todos empezaron escribiendo sus guiones, pero a medida que tuvieron éxito dejaron de hacerlos, empezaron a colaborar con alguien y luego ni eso, hasta realizar trabajos de otros. ¿Por qué? Porque es jodidamente dura la página en blanco".

Es una ironía que hable de ese miedo cuando lo que más ha hecho es escribir guiones. Además de los propios filmados, sus diálogos le han dado esa fama a medias entre realizador y estrella del rock con monólogos como el de Duerme conmigo, donde se marcó un discurso en el que explicaba por qué Top gun es una película para homosexuales, o sus trabajos, destrozados o fieles a su escritura, en Asesinos natos o Amor a quemarropa. "Ante todo me considero escritor. Y mi trabajo diario es empaparme de lo que dice la gente, sus toques personales, sus muletillas, su forma de hablar", confiesa.

¿Su secreto? Una memoria prodigiosa, fotográfica para los detalles. "Soy como una esponja. Ahí se queda todo para que un día, en tres meses o en diez años, salga a flote". Su memoria. La clave de su carrera. No le sirvió de mucho como estudiante, campo que abandonó a los 16 años (la misma edad a la que le parió su madre, Connie McHugh, mezcla de cherokee e irlandesa, casada con Tony Tarantino, aspirante a actor que desapareció de la película familiar antes del nacimiento de Quentin). El realizador recuerda bien sus primeros filmes, desde la infantil Bambi hasta Conocimiento carnal, que también vio antes de los ocho años. Otros de sus clásicos son Aeropuerto y Abbott and Costello meet Frankenstein. Su recuerdo le hace reír. Y una no puede apartar los ojos de sus labios, casi femeninos; de su cabeza grande y mal peinada de hombre nada apuesto. "Me encantaban esas pelis de horror de la Hammer. Ahora que lo pienso son como las mías, donde hay tres géneros, todos engranados como cilindros del mismo motor".

La cabeza de Tarantino también es una obra de ingeniería, numerosos engranajes que giran al tiempo. Un cerebro que enriqueció durante cinco años al frente del videoclub Video Archives de Manhattan Beach (al sur de Los Ángeles), a los que se refiere como sus años de aprendizaje. Allí conoció a los héroes que tanto respeta: "Dean Martin en Río Bravo, ése sí que es de los míos; Elvis Presley en Jailhouse Rock, fascinante, o Clint Eastwood en Por un puñado de dólares. También adoro a Lee van Cleef en El bueno, el feo y el malo". Y a sus clásicos: Río Bravo, Taxi driver y Blow out, sus preferidas. O esas cintas de serie B o Z que otros desestimarían y que Tarantino reivindica.

"Cada película es un género", subraya. "Para mí, las de Eric Rohmer son un género, o las de Cassavetes. Cuando haces una sabes que pertenece a un género", afirma el que se dice responsable de la popularidad del realizador francés en Manhattan Beach gracias a sus recomendaciones a los clientes del videoclub. "Las de Almodóvar no necesitaban reclamo", añade divertido. Tarantino ama el cine español, en especial el del destape. Y de esa variedad de filmes que llenan su mente nacen sus obras.

Él lo reconoce. Quizá porque es la mejor forma de acallar a los que le acusan de descarados plagios de obras poco conocidas y otras más populares como Pelham, 1, 2, 3, o Los aristogatos en el caso del baile de Uma Thurman y John Travolta en Pulp fiction. "Lo que no hago es verlas para copiar. Claro que saco cosas de otras, pero lo hago desde mi memoria, algo que todos hacemos. Es la mezcla entre lo aprendido y recordado y lo que tú añades". Y sobre su proceso creativo prefiere no dar más detalles para que no sea como lo "del pelo de Sansón" y se quede sin genio por cortarse la coleta. "Mi mente supongo que es, no sé, rara; alguien que se ha pasado la vida hecho un fanático del cine. Mi memoria, esa trampa de acero que se llena y de la que no se escapa nada", afirma apuntándose con sus dedos al cerebro a modo de pistola.

Mucho menos amigo de las bromas es cuando surge un tema recurrente en su carrera: la violencia. Tarantino nunca ha podido, o ha querido, superar la huella dejada por la oreja cortada en Reservoir dogs, o la aguja hipodérmica clavada sin miramientos en Pulp fiction, o la sangría de miembros, cabezas y torsos en las dos partes de Kill Bill, por citar algunos de sus momentos álgidos. Ni la edad, ni la política actual, ni los tiempos de corrección política o masacres como la del 11-S han cambiado su forma de hacer cine. "Ni la violencia ni el sexo son perjudiciales en el cine, y desde luego no soy yo quien se tiene que preocupar de esas cosas", comenta. "Nada, nada ha cambiado en el mundo que pueda modificar mi arte. Mi voz, mi imaginación, mis personajes, mi narración, todo se mueve al margen del planeta Tierra". ¿Acaso no dijo antes que como escritor absorbe en plan esponja lo que le rodea? "Claro que me influye lo que pasa en el mundo, mucho. Pero su pregunta es sobre la forma en que trato la violencia o esos contenidos más sensacionalistas, dramáticos, tras el 11-S. Y la respuesta sigue siendo que no en lo que se refiere al cine que hago. Pero eso no significa que mis filmes no estén conectados con el mundo. No pienso que la gente vea mis filmes por un puñado de escenas violentas. En gran parte se debe a mis diálogos, a que mis personajes tienen corazón. Así que me siento muy conectado con el planeta, y de ese corazón es de donde salen mis historias".

Tarantino defenderá hasta la tumba que su cine es mucho más amplio que esa violencia. Como decía antes sobre las obras de la Hammer, cree que cada uno de sus títulos apela a más de un género. Y va más allá de esa comparación que le hacían en sus comienzos con Scorsese, por la brutalidad de su tono. "Con Reservoir dogs, cuando me decían que era un pequeño Scorsese o su alevín, ya sabes, por Goodfellas y así". En él hay más que Scorsese. Están, por ejemplo, Brian de Palma o Howard Hawks. "Ya sé que todos querían ser Scorsese, toda una nueva escuela de directores seguía sus pasos. Pero por muy fan suyo que sea, y pese a todo lo que me gusta robar de otros, también me gusta la invención, hacer algo mío", agrega. Para Tarantino, Reservoir dogs es una película de atracos, y Amor a quemarropa ?uno de sus primeros guiones, dirigido por Tony Scott?, una cinta romántica. "Ya sé que hay mucha violencia, pero el título no va de coña. Es romántica", se ríe. "Mucha gente me dice que por qué no hago otra cosa. Bueno, hago lo que me interesa, y, por citar un título, obras como la comedia familiar ¡Porque lo digo yo! no son lo mío. La puedo ver en un avión, sí, pero no es lo que me excita del cine".

Hay muchos otros géneros que le atraen. Como declaró a The New York Times, él a estas alturas no necesita un trabajo. Incluso si llega el momento en el que el miedo a la página en blanco le atenaza, le queda su carrera como actor, siempre criticada, pero siempre contratado, porque, más allá de intérprete, él es personaje. O la de erudito del medio, como dice su colega Robert Rodríguez: "Es alguien con quien no deseas competir en un concurso sobre cine". Para Tarantino, hacer películas no es trabajo: "Sólo hago lo que quiero. Si no te vas a divertir, ¿por qué hacerlo?".

Si escribir, crear y rodar filmes es subir al Everest divirtiéndose por el camino, el chalé que le espera al bajar incluye además un Ford Mustang pintado de amarillo semejante al de Kill Bill y cenas tardías en el restaurante tailandés Toi, en Sunset Boulevard, un lugar lleno de mugre y collages en las paredes que abre hasta la madrugada. Allí le dejan tranquilo mientras se deleita con un curry vegetal. Eso y, sobre todo, la sala de cine que instaló en su casa (conocida como "la fortaleza"). El director no sabe cuántas películas posee. Miles. Un archivo situado donde otros tendrían su bodeguita y con el que programa las famosas "noches de cine en casa de Tarantino". Las mismas cintas que en primavera estuvo proyectando en el cine New Beverly de Los Ángeles en su festival Grindhouse.

Una iniciativa que puso en marcha con una mano en el corazón apuntando a ese cine que ama y otra en el bolsillo como parte de la campaña publicitaria de su último estreno. Así ha sido hasta la fecha la carrera de Tarantino: llevada por la pasión del que quiere emular todo lo que ama, pero con el dedo puesto en la cartera, como demostró Pulp fiction, la primera película independiente que superó la barrera de los 100 millones de dólares en la taquilla estadounidense. Ahí es donde Grindhouse parece haber pinchado. "Sí, desalentador, pero déjame que te diga que funciona con el público", dice. Su deseo era que funcionara el boca a boca, devolver a la audiencia de hoy el placer de su infancia, el de los cines de programa doble, "una noche en el cine y no la experiencia actual, donde más parece que alquilas una butaca y te ponen anuncios".

Aun así, 'Death proof', el segmento de Tarantino en Grindhouse, es el que ha salido mejor parado entre la crítica. De ahí que el realizador se empiece a desmarcar del tándem que cacarea en su camiseta y de su programa doble para volar en solitario en Europa. "Será muy diferente", señala sobre la versión estrenada en Cannes. Y el mero recuerdo del festival le alegra los ojos. "Fue mejor que el Oscar, mejor que nada", se regodea. "Sólo hay una cosa más prestigiosa que estar entre los directores que han ganado la Palma de Oro, y es pertenecer a la lista de los que no la han ganado". Y sigue: "Mi película se mantiene por sí misma". Lo dice orgulloso del guión que escribió para esta cinta que protagoniza Kurt Russell, y en la que las verdaderas estrellas son una vez más las chicas Tarantino, personajes tan cuidados y de los que se enamoró tanto que, salvo en el caso de Zoe Bell (su nueva musa), fueron sometidos a duras pruebas hasta encontrar a las perfectas, las que merecían el papel. "Si Death proof funciona en el resto del mundo será gracias a mi guión".

Aunque sus planes fallen, Tarantino tiene más cartas en la manga. Además de descansar en su chalé, "retomar a los amigos, disfrutar de la compañía del sexo opuesto y de los viajes, dormir hasta tarde, leer novelas y ver televisión descerebrada", ya le rondan ideas para nuevos proyectos. Entre ellos, el guión en el que se estancó antes de rodar Kill Bill, el filme bélico al estilo de Dirty dozen titulado Inglorious bastards. "También quiero hacer un spaghetti western; es el género que toco una y otra vez, pero necesito hacer uno de verdad". Algo que denomina sudista: "Una historia que trate del terrible pasado de la esclavitud en EE UU, pero usando el género de Sergio Leone. Será la próxima montaña", puntualiza. ¿Para cuándo? La sonrisa es de buzón. "Quiero seguir haciendo cine. Ahora tengo una piscina, tres casas y una ex esposa que pagar ?dice mentiroso y exagerado; lo más cerca que llegó del matrimonio fue durante su fracasada relación con la actriz Mira Sorvino?, así que menos tonterías con lo del miedo al papel en blanco. Mejor que vaya entregando tres de las que quiero por cada una que hago".

'Death proof', la nueva película de Quentin Tarantino, se estrena en España el próximo viernes, 1 de junio.

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