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Reportaje:

El lado oscuro del milagro irlandés

Sueldos de miseria y trabajo a destajo marcan la vida de muchos inmigrantes

Sintija Pirite es de Letonia y tiene 26 años. En 2000 vino a Irlanda con un permiso para trabajar en la industria del champiñón, uno de los sectores más florecientes de la agricultura local. En aquellos tiempos Letonia no estaba en la Unión Europea, ella no hablaba inglés y se pasaba la vida del trabajo a casa y de casa al trabajo. Ha prosperado: habla la lengua, ha encontrado empleos mejores e incluso en agosto se va a casar con su novio irlandés. Pero su historia es más la excepción que la regla entre unos trabajadores que representan el lado oscuro del milagro económico irlandés.

Ahora, pagada con fondos de la Unión Europea dentro del programa Paz y Reconciliación para promover el proceso de paz en la zona fronteriza entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, Sintija lidera un grupo de apoyo a los trabajadores de la industria del champiñón creado por el Centro para los Derechos de los Inmigrantes de Irlanda (MRCI) en la zona de Cavan y Omaghan, cerca del Ulster, donde están la mitad de las empresas del sector.

"A veces trabajaba 60 horas a la semana, y no por eso me pagaban más", dice Sintija Pirite
La receta económica ha sido impuestos bajos, ayuda europea e inmigración masiva
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Los inmigrantes tienen mucho que ver con el éxito económico irlandés. Hace no tanto tiempo uno de los países más pobres de la UE, Irlanda se ha convertido en uno de los más ricos en términos relativos, gracias a una combinación de impuestos bajos, ayudas europeas e inmigración masiva.

La reducción del impuesto de sociedades al 10% (ahora está en el 12,5%) permitió atraer una masa espectacular de inversión extranjera, sobre todo de compañías de Estados Unidos, encantadas de estar en un país de habla inglesa, a tiro de piedra del Reino Unido y del puerto de Rotterdam y con impuestos por debajo de la mitad del resto de Europa.

Las ayudas comunitarias permitieron compensar la caída inicial de las recaudaciones y mantener altas tasas de inversión pública, sobre todo en educación. La mano de obra barata acabó de cuadrar el círculo de la rentabilidad con salarios bajos.

Bajos, o bajísimos. Sobre todo en la agricultura, deseosa de mano de obra flexible y poco cualificada. La industria del champiñón empezó a florecer en los setenta con empresas familiares que contrataban amas de casa a horas perdidas con dinero negro. "Era como un segundo ingreso para las familias. Las mujeres dejaban los niños en la escuela y se iban unas horas a coger champiñones, dinero en mano, y se iban a casa felices", explica Sintija.

Pero el sector empezó a crecer y a consolidarse. Las 500 pequeñas empresas del pasado se han reducido ahora a 120 y se han profesionalizado. No basta con unas cuantas amas de casa a ratos perdidos, sino que se requiere un batallón de inmigrantes dispuestos a trabajar a cualquier hora, siete días a la semana.

"Cuando yo vine era muy inocente. Vienes de otro país y no sabes apenas nada del país al que vas. Estuve en una granja de champiñones durante un año y medio y luego encontré otro empleo. A veces trabajaba 60 horas a la semana. Te levantabas a las cinco de la mañana para ir a trabajar y volvías a la una de la mañana. Dormías tres horas y volvías otra vez porque el champiñón no tiene espera. No podías coger fiesta ni en domingo ni en días festivos. Y no por eso te pagaban más", rememora Sintija.

Los trabajadores extracomunitarios son los que lo pasan peor. Sobre todo las mujeres, que en vez de cobrar por horas cobran a destajo. Vienen de Rusia, Ucrania, Moldavia, China, Tailandia o Pakistán y la renovación de su permiso inicial de trabajo de cinco años está en manos de su patrón. Cuanto más cerca están de llegar a ese plazo, más posibilidades hay de que abusen de ellas. Viven en caravanas en la misma granja y si quieren ir al pueblo tienen que ir andando o depender de sus patronos. Pero tampoco van mucho porque no hablan inglés.

El idioma es una gran barrera. "El gran problema es que la gente no conoce sus derechos sociales. No reclaman el seguro de paro porque no saben que existe. Llevan dos años aquí y les dicen que no tienen derecho a nada. Y los inspectores sólo hablan inglés y no pueden comunicarse con la gente", dice Sintija. "En algunas granjas todavía hay mujeres que sólo ganan dos o tres euros por hora. En las granjas en las que hemos conseguido contactar con los trabajadores están mejorando las cosas. Les pagan lo que corresponde, 8,30 euros por hora. En otras pagan 6 euros", asegura.

El Gobierno se desentiende bastante del asunto. El ministro de Agricultura no ha querido recibir al grupo de apoyo y les ha remitido a los inspectores. Pero muchas granjas utilizan doble contabilidad y los trucos sólo salen a la luz si alguien hace de intérprete entre los inspectores y los trabajadores. Al menos el grupo ha conseguido que se multe a dos empresas. "Les han inspeccionado los últimos seis meses. Si van más atrás les tienen que cerrar", asegura Sintija Pirite.

Tres religiosas preparan su voto ayer en Dublín.
Tres religiosas preparan su voto ayer en Dublín.ASSOCIATED PRESS

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