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Reportaje:Festival de Cine de Cannes

Cine de alto riesgo

El español Jaime Rosales convence en la sección Una Cierta Mirada con el filme 'La soledad'

Elsa Fernández-Santos

Jaime Rosales cree que sólo tiene sentido el cine que está al límite, el que se la juega. La soledad, segundo largometraje del cineasta barcelonés, se presentó ayer en la sección Una Cierta Mirada. La película es una dura y seca indagación en la vida de dos mujeres cercadas por la muerte. Rosales, de 44 años, regresa a Cannes tras el éxito de crítica que tuvo en 2003 su ópera prima, Las horas del día, y lo hace con un filme mucho más complejo, brutalmente contenido y cargado de una intensidad dramática a veces casi irrespirable. El cineasta arriesga en la forma y en el contenido, habla de muertos, de vacío y de culpa, utiliza la polivisión en un 35% de la película, un andamiaje que le permite utilizar puntos de vista diferentes en paralelo para así distanciar al espectador sin que eso suponga, según las propias palabras del cineasta, "frenar sus emociones". "La forma tiene que dar expresividad al contenido", dice.

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La soledad (única película española incluida en una sección oficial del festival) fue recibida con aplausos en su primer pase de prensa. El filme de Rosales llegó al certamen cuando ya han pasado por La Semana de la Critica dos óperas primas españolas de muy distinto pelaje. Yo, del mallorquín Rafael Cortés (un filme en torno a la identidad y la esquizofrenia protagonizado y coescrito por Alex Brendemühl), y El orfanato, dirigido por Juan Antonio Bayona y coproducido por Guillermo del Toro, que posee todos los ingredientes (el del buen género de terror) para tener un importante recorrido comercial.

"Creo que la única manera de conseguir algo en cine es ponerse en situación de máximo riesgo", explica Jaime Rosales, "hay que plantear películas que tengan todas las papeletas para ser un desastre. Lo malo de estar al borde", añade con sorna, "es que seguramente te la pegas. Pero entonces sólo tienes que levantarte, aprender de la experiencia y seguir".

La frase podría servir para ilustrar la accidentada filmografía de otro de los protagonistas de la jornada de ayer: el estadounidense Gus van Sant, que presentó (en la sección oficial a concurso) Paranoid Park. La adolescencia, estado mental marginal por excelencia, sigue fascinando al director de Mi Idaho privado. Probablemente nunca llegará a la cumbre que alcanzó con aquel filme generacional, pero sus películas siempre tienen destellos de gran cine.

Paranoid Park sigue, con menos profundidad, los caminos de Elephant (Palma de Oro en 2003) para narrar otro asesinato, esta vez accidental, en manos de un joven skater. Si Elephant estaba inspirada en los terribles asesinatos que también inspiraron Bowling for Columbine, de Michael Moore, Paranoid Park nace de una historia mucho menos ambiciosa. Y eso, pesa. Da la sensación de que esta vez al director de Kentucky le mueve, sobre todo, el deseo de filmar a los jóvenes skaters. Y lo hace, con cámaras super 8 y 35 milimetros, con máxima belleza. La capacidad de Van Sant para dirigir actores no profesionales sigue siendo asombrosa, sigue los pasos de sus imberbes personajes con una pasión febril: no quiere entenderlos, parece que le gusta no entenderlos, sólo quiere contemplarlos.

Gus van Sant habla de su cine como si fuera una gran coreografía en la que los personajes hacen algo más cercano a bailar que a actuar. El cineasta recordó ayer que a Gabe Nevins, protagonista de Paranoid Park, lo encontró a través de MySpace. "Me gusta trabajar con actores no profesionales porque no necesitan construir las emociones, les brotan solas. Yo busco la emoción en la realidad".

Una realidad compleja, aunque no tanto como la de Zoo, el filme que basado en un hecho verídico (el desgarramiento mortal que sufrió un hombre tras practicar el sexo con un caballo) se presentó ayer en La quincena de realizadores. A la película (dirigida por Robinson Devor) le acompaña el escabroso morbo de su argumento, pero al verla sólo queda preguntarse cómo se puede contar con tanta delicadeza un asunto tan ¿bizarro? Robinson Devor investigó durante años la historia del grupo de hombres que se reunía en una granja de Seattle para practicar el sexo con caballos y, se supone, otros animales domésticos, les entrevistó y se documentó durante años. "La noticia fue durante meses la sensación de los periódicos de Seattle, pero luego todo se quedó en nada y jamás intentaron ir más allá", explicaba ayer el cineasta, que a través de las voces de los personajes reales (que creen en el amor con otras "especies" y en el -discutible- consentimiento sexual de los caballos) ha creado un filme altamente recomendable por su misterio, su poesía y su fondo aterrador. Sin duda, cine de alto riesgo.

Gus van Sant, entre Taylor Momsen, a la izquierda, y Gabes Nevins, intérpretes de <i>Paranoid Park</i>.
Gus van Sant, entre Taylor Momsen, a la izquierda, y Gabes Nevins, intérpretes de Paranoid Park.ASSOCIATED PRESS
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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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