Los rejones, por la puerta grande
Hay muchos tópicos con los rejones. Igual que el aficionado madrileño de pro se queda con las novilladas, es también un lugar común entre los taurinos y entendidos, mirar el rejoneo con cierta suficiencia, un deje despectivo, en el que no falta un elemento machista, de resignada condescendencia. Como si no hubiese más remedio que aceptarlo por ser parte de la fiesta. Tal actitud queda perfectamente reflejada en un par de archiconocidas frases: "Hoy, los caballitos", o: "Las entradas, a mi mujer para que se lleve una amiga, hoy lo llenan". El que suscribe no sería fiel a la verdad si negase haber participado en más de una ocasión de este proceder, pero no es menos verdad que en muchas de las corridas de rejones que ha presenciado, se ha deslumbrado felizmente por la belleza creada en la arena por caballos y caballeros. "No es lo mismo, no hay un hombre midiéndose en la arena", dirán muchos detractores. Es cierto, no es lo mismo. Por eso no se puede venir a una corrida de rejones como a una de toros. Se viene a ver otra cosa. La naturaleza de su estética y de sus emociones es diferente: es obviamente antigua, emana de un mundo distinto, no aborda la gran tragedia desnuda del toreo a pie, pero guarda un tesoro estético, del que es difícil sustraerse cuando sale a la luz. La prueba es que la plaza estaba llena. Y los tendidos no eran, ni mucho menos, un dicharachero hormiguero femenino.
Cubero / Domecq, Galán, Ventura
Toros de José Benítez Cubero y Pallarés. Toros sosos, justos de fuerzas; valieron 3º y 6º. Antonio Domecq: rejón en lo alto (vuelta); buen rejón (ovación). Sergio Galán: rejón trasero y descabello (fuerte petición y vuelta); medio rejón (oreja). Diego Ventura: rejón caído, rejón partido, medio en lo alto y un descabello (palmas); rejón en lo alto hasta la bola (dos orejas). Plaza de Las Ventas, 19 de mayo. 10ª corrida de abono. Lleno. Diego Ventura salió por la Puerta Grande.
Tras el paseo hubo una larga presentación de equinos con saludos y otras gracias de la doma que se aplauden con ese ritmo curvo, particular, que se utiliza en los circos. Salió, al fin, el primero, que apenas mostró interés por caballo ni caballero. Caso omiso a los rejones de castigo en lo alto. Tampoco atendió al bello hispanoárabe desde el que fue banderilleado. Hubo palos a dos manos, banderillas cortas, en rueda, a las que el morlaco tuvo que atender porque le hacía una lidia cuidada, clásica, que culminó con buen rejón de muerte. Buen toreo, sin efectismos, que el respetable, deseoso de sobresaltos, aplaudió tibiamente. Estuvo distraído su segundo toda la lidia, cosa incomprensible viendo la yegua alazana que tenía delante llamada, además, Macanita. Ni a la bandera que le rozaba engatusadora acudía. Antonio tiraba de él, y cuando lo llevaba, ya en el tercer caballo, pegado a los flancos, el toro se echó. ¿Qué más decir? Que la lidia fue cercana, quebrando con mimo y riesgo, y que el mansote de Cubero se negó a tomar la lección.
Sergio Galán tuvo un primero renuente, que amagaba al recibir los rejones, y hubo que esperar a que sacara un caballo caracoleando para que se dieran palmitas musicales de apoyo antes de los quiebros inútiles que el toro esquivó y los palos sin sustancia que el de Cubero se dejó poner. Cuando corrió de costado, muy pegado a los pitones, junto a las tablas, estalló la alegría en las gradas, que fue grito cuando consiguió quebrar. Basa este diestro en el quiebro y los efectos su toreo, y el público lo agradece con entusiasmo, como demostró pidiendo una oreja que el presidente no dio, pero en la vuelta arrancó un clavel blanco de un ramo y lo besó mientras miraba a una mujer castaña. El quinto, de Pallarés, pese a que arreaba y perdía las manos, fue objeto de mil zalamerías, jugueteos y cuidados, sobre todo con el caballo Montoliú, de imponentes hechuras, poderoso y elegante, y así bautizado en nombre del gran torero fallecido. Su ardoroso esfuerzo se premió con una oreja.
Ventura venía a por todas, y lo consiguió. A sus dos toros fue a recibirlos a toriles, y al primero lo cabalgó cerca y templado, lo anduvo mucho de costado, jugando, lo llamó con la pata, y le cambió la trayectoria antes de clavar. Repitió estas escenas, amenizadas con bailoteos -a veces a ritmo de palmas- en sus dos oponentes. Tiene un toreo alegre y decidido, pero así como al primero, con los nervios de no enfriar, le dejó un rejón acelerado y caído y le partió otro, en el último toro, tras ejecutar las suertes exactas en el centro, con quiebros medidos y acompasados y carrusel de cortas, le dejó en lo alto un rejón fulminante que le valió la Puerta Grande.
Babelia
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