De baja por depresión
Empezaban a repetirse los toreros. Última oportunidad para enmendar actuaciones anteriores en unos casos, única opción en otros. Cruzábamos los dedos para que no se repitiera la tónica habida hasta ahora con los toros que, con sangre Juampedro en la mayoría de los lidiados, han adolecido de flojera también de forma generalizada. Los de Gavira, por cuyas venas -junto a las de los inevitables juampedros- fluyen castas de Parladé o Pablo Romero, tenían en sus patas la posibilidad de remediarlo. Y fue desolador. El ganado -el que no era cinqueño cumplía el mes que viene-, de hermosa presencia, fue un desastre. Apenas valió, y poco, el cuarto, y salieron tres sobreros, lo que hizo la tarde, además de triste, interminable.
Gavira, Cortijillo, Couto / Ferrera, Marín, Cortés
Toros de Salvador Gavira, El Cortijillo y el Couto de Fornilhos. Muy flojos y sosos, con varios inválidos. Valió el primer sobrero de El Cortijillo y el de Couto. Antonio Ferrera: ocho pinchazos y dos descabellos -aviso- (pitos); dos pinchazos y estocada (saludos con división de opiniones). Serafín Marín: media (silencio); media delantera y un descabello -aviso- (silencio). Salvador Cortés: estocada caída -aviso- (silencio); dos pinchazos, bajonazo -aviso- (silencio). Plaza de Las Ventas, 17 de mayo. 8ª corrida de abono. Lleno.
Antonio Ferrera se llevó al primero al centro. Capotazo a capotazo, girando un poquito la cintura en cada lance, sin torearlo mucho, con cuidado. Ya en la segunda vara, cuando el picador le dio atrás, se acentuó su derrenguis, pero nada, ningún obstáculo para que Ferrera lo banderillease, ladeando un poco la suerte, con ese peculiar saltito supino con que deja los garapullos de colores extremeños. El tercer par fue espeluznante: lo citó pegado a tablas, le hizo un quiebro inverosímil, y junto a ellas, sin espacio material de salida, el toro lo enredó; se escabulló, y, corriendo hacia atrás, salió a los medios jugando con la mano en la testuz. Lo demás, ganas y oficio con un toro de media embestida escasa. No así con la espada, que no llegó a meter: se limitó -por decir algo- a ocho pinchazos y dos descabellos, y algunos aplaudieron al toro para desagraviarlo. En el cuarto no varió la tónica de una tarde gris sin solución de continuidad. Pese a su altiva presencia, el toro acusó la flojera familiar y la desesperación ya hacía mella en la plaza porque hubo algunos pitos cuando exhibió las banderillas. En el segundo y tercer par hizo esa suerte suya de llamar de espaldas, girar, quebrar y clavar. El público, por única vez en la corrida, se rompía las manos a aplaudir, y los silbidos anteriores pasaron momentáneamente al olvido. Toro y torero se hallaban animados y el recibo ligero, girando alegres los talones, en terrenos del cinco, así lo mostraban. Con la izquierda trazó, sin rematar, dos naturales de los que salió atropellado, y así con la derecha. El toro se había ido quedando corto por falta de mando.
Corneto, el primero de Serafín Marín, alto y fino de manos, las dobló y las perdió regularmente desde que fue recibido con el percal hasta su definitiva entrega al desolladero, lo que dificulta y afea notablemente el arte de torear, lo priva de emoción y lo hace insoportable, cuando no imposible. Y aunque el de Montcada y Reixac gesticulaba desafiante, no engañaba a nadie: ni al público, ni mucho menos al toro. Incomprensiblemente, Serafín, sin atender al dicho de que "es preferible un asesino que un pesado", cumplió en este toro con ambas condiciones. Su segundo, un sobrero de El Cortijillo, acometió al caballo y corrió solícito a banderillas, pero la noche inmersa en el cielo lechoso y desvaído del aburrimiento avisaba a voces de su condición irremediable. Prueba indiscutible: cayó boca arriba la montera en el brindis y una señora de cardado rojizo espetó: "Que se jorobe". El toro iba, y Serafín lo templaba con la diestra frío y sin ritmo, matando la vida de los muletazos.
Cortés, entre los cuatro toros que le echaron -dos de ellos rodaron cual croquetas-, no se acopló un segundo. A su primero, que recibió un gran par de Curro Robles, tardó en humillarle y encontrarle la distancia. Cuando al fin lo hizo con la izquierda, apareció la embestida, pero el bicho aprendió y no estuvo dispuesto a continuar sometiéndose, porque el torero aceptó el pacto y se limitó a poner la muleta sin mando ni temple. De su labor al sexto, un toro que iba a la muleta e incluso en ocasiones repetía, habría que hacer una reflexión sobre las circunstancias que paralizan en un diestro el arte de torear. Pero con la noche cerrada sobre Las Ventas del Espíritu Santo y el público exangüe, rellenando en silencio los papeles de la baja por depresión, mejor no hablar a estas horas.
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