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Los milicianos ignoran en Gaza el nuevo alto el fuego pactado por Hamás y Al Fatah

La aviación israelí bombardea un cuartel militar de los islamistas en respuesta a un ataque

Asombroso que ayer no se pudiera oír ni un bocinazo en la estruendosa Gaza. Una de las ciudades más densamente pobladas del mundo parecía un remanso de paz. Ni un solo coche transitaba por la avenida de Omar Mujtar, que cruza la capital de la franja desde el este hasta la costa mediterránea. Pero el silencio era sólo una ilusión. El zumbido de las granadas, ametralladoras y fusiles automáticos fue permanente a lo largo de la jornada. Son ya cuatro días de batalla entre las milicias de Hamás y Al Fatah, que se han cobrado 40 muertos. Una lucha a muerte por el poder que tiene hastiada a la población.

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Paradójicamente, en el campo de refugiados de Yabalia, al norte de la capital, donde guardias y militares brillan por su ausencia, el bullicio es el habitual. Sin agentes patrullando impera el orden. En los mercados callejeros la gente caminaba por todos lados escuchando los chillidos de los vendedores. En el amplio centro de Gaza, por el contrario, los comercios permanecieron cerrados a cal y canto. Las milicias son dueñas absolutas. Si entre marzo de 2006, cuando Hamás alcanzó el poder, y diciembre pasado el movimiento fundamentalista había mostrado contención y soportado las provocaciones de sus contrincantes, eso es ya cosa del pasado. Los islamistas llevan ahora la iniciativa y el corazón de Gaza, sede de los cuarteles policiales leales al presidente, Mahmud Abbas, del Parlamento y zona residencial de los principales dirigentes de Al Fatah, ha sido cercado a sangre y fuego.

De buena mañana, los encapuchados islamistas atacaron la vivienda de Rashid Abu Shabak, jefe de la Seguridad Preventiva, un cuerpo policial detestado por Hamás por la brutal represión que ejerció sobre los islamistas en la década de los noventa. Mataron al menos a seis de los guardaespaldas que custodiaban la casa. Ninguno de los familiares de Abu Shabak se hallaba en su domicilio. Pero el mensaje que el partido-guerrilla fundamentalista envía al jefe policial es nítido: desean el control de los cuerpos de seguridad, que para eso ganaron las elecciones. Tampoco la residencia del mandatario Abbas se libró de algún balazo.

"¿Qué hacéis aquí? ¿Os quedáis a dormir?", preguntaba Amani, dueña de un pequeño hotel en el centro ayer desierto de Gaza. Y añadía las recomendaciones de quien sabe con sólo escuchar el silbido y la explosión dónde ha caído el proyectil de mortero o la granada: "No os acerquéis a las ventanas y ni se os ocurra salir a las terrazas. Los francotiradores están apostados en los tejados de los altos edificios de Gaza".

Por la tarde, se presagiaba lo peor. De regreso desde Yabalia, los uniformados, o simplemente hombres armados y enmascarados de uno y otro bando, se esmeraban en colocar piedras en medio de las avenidas. Había que frenar, dar un rodeo, y otro. En una esquina, los milicianos de Al Fatah; a 200 metros, los islamistas; dos calles más allá, otra vez los hombres del presidente.

Las instituciones se han convertido en una dramática caricatura. Ni una ley ha aprobado el Parlamento desde que fue constituido el Gobierno de unidad forjado tras el acuerdo pergeñado por Arabia Saudí en marzo, que se dedica a cualquier cosa menos a gobernar; los tribunales no condenan; la policía no persigue los delitos. Es el caos.

Y no es sólo la lucha fratricida entre islamistas y nacionalistas laicos. Las milicias palestinas han lanzado desde el martes más de 30 cohetes caseros Kassam sobre Sderot, la ciudad israelí casi colindante con la franja. Porque la cruenta guerra que libran las dos facciones palestinas dominantes no les resta capacidad para atacar también a su eterno enemigo. A las 9.15, en el cruce fronterizo de Erez, los helicópteros Apache israelíes disparaban sobre los descampados de la zona limítrofe con Gaza. Miembros de cualquiera de las milicias -a veces actúan coordinados, en ocasiones se pasan los cohetes de unas manos a otras- lanzaron un par de Kassam, y la represalia israelí se demoró lo que tardaron en despegar los aparatos. Después del mediodía, en Rafah, en el extremo sur de la franja, la aviación bombardeaba un cuartel militar de Hamás y fallecían cuatro milicianos.

Por no faltar, no faltó ni el fuego amigo. Combatientes de Hamás dispararon contra un vehículo de sus rivales. Mataron a dos miembros de Al Fatah, pero también a cinco correligionarios que habían sido capturados.

Al casi medio millón de residentes en la ciudad les embarga la desesperación y la impotencia. Ni siquiera se puede protestar. Un par de centenares de personas salieron a la calle para exigir a Hamás y Al Fatah que detengan la carnicería. Pronto tuvieron que desistir. Un fuego cruzado forzó a los manifestantes a salir por piernas. Ocho resultaron heridos, uno de gravedad. Seguramente debieron sortear alguna de las montañas de basura que pueblan los rincones de Gaza. Llevan nueve días de huelga los funcionarios encargados de su recogida.

Al caer la noche, Hamás anunció un alto el fuego y el presidente Abbas ordenó a sus partidarios secundarlo. A la gente le importa un bledo. No tienen credibilidad. En las tres noches anteriores ya se firmaron treguas, pero los combates nunca se detuvieron. A las ocho de la noche debía entrar en vigor. Media hora después, el intercambio de tiros proseguía. "Ni a unos ni a otros les importa lo que pueda sucedernos", afirma Amjed, de 16 años, simpatizante de Al Fatah. ¿Te gustaría marcharte de Gaza?, se le pregunta. "Claro", responde, "y al lugar que sea".

Y mientras, las columnas de humo se elevaban sobre el cielo desde bloques de viviendas ardiendo en el barrio de Tel al Hawa. Al menos uno de ellos, que había sido evacuado a la fuerza, quedó calcinado. Amani lo había mostrado al periodista por la mañana. Desde su azotea atacaba Hamás. Por la noche se le señala el edificio y comienza a llorar. "Parientes míos vivían allí. Se han quedado sin nada". También la sede de la compañía Ramattan, que presta servicios a numerosas televisiones de todo el mundo, estaba repleta de periodistas cuando ambos bandos se enzarzaron en otra escaramuza.

La anarquía en Gaza es desoladora. Pero, aunque parezca mentira, todo es susceptible de empeorar. Mustafá Barghuti, ministro de Información, perteneciente a un partido minoritario, dijo: "Si cae el Gobierno de unidad nacional, será el fin de la Autoridad Nacional Palestina".

Un miembro de las fuerzas de seguridad de Al Fatah corre en busca de refugio durante los choques con milicianos de Hamás ayer en Gaza.
Un miembro de las fuerzas de seguridad de Al Fatah corre en busca de refugio durante los choques con milicianos de Hamás ayer en Gaza.AP

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