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Columna
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Cuidado con Kosovo

Andrés Ortega

Dadas las prisas de Washington y Londres, Kosovo -hoy aún formalmente provincia de Serbia, pero realmente protectorado internacional- se puede convertir rápidamente en un nuevo Estado en Europa, pero con el alto riesgo de acabar en un nuevo enfrentamiento, en una partición y en un agujero negro. Para esto la OTAN no hizo una guerra, sino para evitar una limpieza étnica. El Consejo de Seguridad de la ONU va a empezar a negociar una propuesta occidental de resolución que apoye el objetivo, o plataforma, de la "independencia supervisada" por la comunidad internacional que propugna el mediador Martti Ahtisaari. Si Rusia no la veta (lo que resulta improbable, pese a las presiones para que si Moscú no lo aprueba al menos se abstenga), la UE presentará un frente único, y los problemas que se plantean se suavizarán, aunque no desaparecerán. Si Rusia lo veta, el problema puede ser mayúsculo: Pristina anunciará unilateralmente su independencia; americanos y británicos correrán a reconocer el nuevo Estado, y la UE se dividirá. Entonces, según diplomáticos europeos, no hay que excluir que algunos países, incluida España, retiren las tropas allí destacadas en misión de paz para no encontrarse en medio de un enfrentamiento abierto entre serbios y albanokosovares.

El informe de Ahtisaari considera que "las partes no son capaces de llegar a un acuerdo", y hay que acelerar la independencia formal de una Serbia de nuevo radicalizada. "¿Por qué?", preguntaban algunos rusos en el reciente II Foro de Bruselas organizado por el German Marshall Fund y la Fundación Bertelsmann. Pese a las relaciones históricas con el mundo ortodoxo serbio, a Moscú no le importa tanto Kosovo, sino su propia posición en Europa y en el mundo. Rusia está moviendo sus peones, dentro de su nuevo tablero mundial. Aunque así sea, Moscú puede esta vez tener razón. "Reconocer a Kosovo sin el Consejo de Seguridad es jugar con el fuego", señaló en Bruselas el que fuera enviado de la ONU para los Balcanes y actual titular sueco de Exteriores, Carl Bildt, que pidió "tiempo", y consideró el de Ahtisaari "un buen plan, sólo que no va a funcionar". Y, efectivamente, tiempo se necesita. La afirmación de Ahtisaari, apoyada por EE UU, de que "la independencia es la única opción para un Kosovo políticamente estable y económicamente viable" no se basa en ningún argumento. Es necesario un compromiso aceptable para todos, aunque tarde en alcanzarse.

Primero se exigió a Kosovo que cumpliera ciertos estándares antes de darle un estatuto definitivo; luego los estándares a la vez que el estatuto; y ahora, casi sin explicación, el estatuto pasa por delante de unos mínimos que cumplir para acceder a la independencia. El Kosovo independiente estará regido por bandidos y mafias y dominado por la corrupción, lo que le convertirá en un agujero negro y Estado fallido en medio de Europa, si es que no acaba uniéndose una débil Albania. Es más, con o sin el veto ruso, lo más probable es que los serbios de Kosovo, inseguros ante una posible limpieza étnica en sentido contrario al de 1999, se atrincheren, con tropas serbias preparándose al otro lado de la frontera, y acaben exigiendo, o imponiendo, una partición.

Todo esto no tiene que ver con proyectar los demonios españoles sobre aquello, sino con la realidad de Kosovo, respecto a la cual la comunidad internacional puede estar cometiendo graves errores. El primero es que, aunque Ahtisaari afirme que su plan no sienta precedentes, los crea. Como opinan algunos europeos, la independencia no tiene por qué ser un premio a otorgar automáticamente a los pueblos que han sufrido. Rusia teme que se convierta en precedente para otros casos que le afectan directamente, por no hablar del Kurdistán iraquí, en su día atacado con armas químicas por Sadam Husein. Quizás por eso está Moscú negociando con Moldavia una salida pacífica a la disputa sobre el Transdniéster, otro agujero negro. Sería un ejemplo. En cuanto a Bosnia, no se puede decir que haya sido un éxito. Más bien lo contrario. Con una independencia acelerada, en vez de arreglarse, el problema de Kosovo se puede agravar. aortega@elpais.es

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