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Reportaje:FIN DE SEMANA

Turistas en la fábrica

Auge en Cataluña de los museos sobre el origen de su industria

Tanto el guía como el grupo de pensionistas quedan atónitos, descolocados; uno de ellos apunta hacia el mural que luce una instantánea antigua, a tamaño natural, de un obrero con boina: "Ése soy yo", dice con voz rota. El interés por la llamada arqueología industrial es reciente, y los últimos protagonistas andan sueltos. En Cataluña, que fue pionera de la industrialización en España, el Museu de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya, con sede en el vapor o fábrica modernista de Terrassa (obra antológica de Lluís Muncunill), pilota una red de 17 museos, repartidos por todo el territorio catalán. Y ha confeccionado un catálogo de "100 elementos característicos de la industrialización catalana".

Pioneros de la industria en España durante el siglo XIX, los catalanes recuperan ahora aquella arqueología fabril y social con una ambiciosa red de 17 museos por los valles de los ríos Ter y Llobregat.

Uno de esos museos recientes (abrió hace un par de años) es el Museo Industrial del Ter (MIT), en Manlleu. El Ter, junto con el Llobregat, son los dos ríos más industrializados de Cataluña, y tal vez del mundo. Sólo en la cuenca media del Ter (Ter Mitjà), con apenas 42 kilómetros de curso, llegó a haber 33 fábricas (de las cuales se conservan 24, seis en activo). Manlleu se proclama capital del Ter; tiene timbres para ello: de la costilla del Ter crearon un canal de dos kilómetros, y entre río y canal ponían en danza siete fábricas y dos molinos. Ni que decir tiene que Manlleu fue el motor económico y social de toda la comarca.

El aspecto estrictamente económico queda bien ilustrado en el museo, la antigua Can Sanglans, una fábrica de hilos de algodón abierta en 1842 y que estuvo funcionando hasta 1998. No era de las más grandes; sólo daba trabajo a unas cien personas. Supuso, eso sí, una galvanización social, al contratar masivamente a mujeres, cuyas manos hábiles y pequeñas resultaban idóneas para las continuas, las máquinas que torcían y enroscaban en múltiples husos el hilo de coser. Las continuas, así como las máquinas de cardar algodón o convertirlo en mechas (carda, metxera) eran importadas al principio, pero acabaron siendo fabricadas en la zona.

En el MIT, que conserva piezas industriales tan imponentes como la turbina Fontaine (1860), auténtico corazón de la fábrica, puede seguirse paso a paso el proceso de convertir las balas de algodón en carretes de hilo, pero también puede apreciarse la profunda sacudida social que supuso la vida fabril. Esa convulsión social, en cualquier caso, es mucho más explícita en las colonias. Éstas eran auténticos pueblos, aislados en torno a una factoría de río, autosuficientes, con un concepto nuevo de la vida y del entorno, importado e impuesto por gentlemen habituados a la campiña inglesa. Desde el MIT se organizan visitas a una de las más representativas, aguas arriba del Ter: la colonia Bolonyà.

Dejó de funcionar, sin traumas, en 1999. La llamaban la colonia de los ingleses porque había sido creada en 1895 por la empresa escocesa Coats; cuando en 1903 se asociaron con los Fabra, era la mayor compañía del mundo en hilos de coser, y convirtieron la colonia en la más rutilante de la cuenca del Ter. Con parámetros siempre superlativos: 600 CV de potencia instalados, un millar de trabajadores y una producción que superaba los 60.000 kilos semanales de hilo.

Pero lo singular de ésta y las demás colonias era su concepto social. Uno piensa en El sagrado experimento, la pieza de Fritz Hochwälder sobre las reducciones jesuíticas en América. Salvadas las distancias, esto era algo parecido: en torno a la fábrica, en un espacio donde el contacto con la naturaleza era premisa, se agrupaban las viviendas, escuelas de ambos sexos, iglesia, casino, teatro-cine, campo de deportes, economato, oficina de correos y, desde los años veinte, un jardín de infancia, farmacia y médico permanente.

Tener médico era un lujo. Como lo era vivir en 48 metros cuadrados (estamos hablando de 1900), con un hortet (pequeño jardín) en las traseras. Los jueves y domingos ponían películas que no llegaban a muchas ciudades; hacían teatro, campeonatos de fútbol. Pese al trasfondo vidrioso de evidente afán de control social, lo cierto es que los operarios y sus familias se consideraban privilegiados.

Cau Faluga

Borgonyà, cuyas viviendas se usan ahora como segunda residencia (el entorno es magnífico), recibe visitas concertadas desde el MIT. No se visita, en cambio, la cercana colonia Vila-Seca, parecida, pero más reducida (sesenta familias) y más pobre. Ni tampoco la colonia Rusiñol, que el pintor y dramaturgo Santiago Rusiñol heredó de su abuelo y confió finalmente a su hermano Albert (precisamente se está celebrando el año Rusiñol por el 75º aniversario de su muerte); Cau Faluga (como bautizó el artista a la residencia familiar de la colonia) es una joya del modernismo industrial.

Rusiñol no es el único artista vinculado al Ter. En 1894, Maragall rastreó, lápiz en mano, las fuentes del río. Mosén Cinto Verdaguer, que era de la vecina Folgueroles, se movía por sus riberas como por una Arcadia privada, también pluma en ristre. Pedro de Lorenzo, en cambio, asfixiado por un gongorismo tóxico, no supo ver en su Viaje de los ríos de España la faz obrera del Ter. Pero sí Miquel Martí i Pol, muerto hace un par de años (La fábrica), o el propio Josep Pla (Un señor de Barcelona, o sea, el señor Puget, uno de los empresarios que, como otros de Manlleu, se fueron a Barcelona, asustados por ciertos desórdenes, y sólo venían en visita de inspección). Éstas y otras referencias literarias pueden convertirse en excursiones temáticas dirigidas desde el MIT.

También se organizan allí actividades que tienen por foco el propio río y su entorno natural, a través del Centre d'Estudis dels Ríus Mediterranis. La recuperación de las riberas del Ter Mitjà está siendo ejemplar. Se mira tanto al pasado como al futuro: quienes aprecien la vanguardia más honesta añadirán a su lista de fábricas y residencias modernistas algunos edificios recientes, como la guardería (Escola Bressol Colors) o la piscina cubierta municipal, ambas del equipo RCR (Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta); la intervención en Can Puget ("el señor de Barcelona") del arquitecto Padrós Oriol, o el Casal Cívic Federica Montseny, de los arquitectos Enric Tarrida, Claudi Arañó y Joan Ensenyat.

El Museo Industrial del Ter, en Manlleu, ofrece, además de visitas guiadas de sus salas, excursiones por el entorno, como la que lleva a la Colonia Borgonyà.
El Museo Industrial del Ter, en Manlleu, ofrece, además de visitas guiadas de sus salas, excursiones por el entorno, como la que lleva a la Colonia Borgonyà.CARLOS PASCUAL

GUÍA PRÁCTICA

Dormir- Torres Petit (938 50 61 88). Paseo de Sant Joan, 42. Manlleu. La habitación doble, 65 euros, con desayuno; es además el lugar más recomendable para comer.La visita- Museo Industrial del Ter (938 51 51 76; www.mitmanlleu.org).Paseo del Ter. Abre de martes a viernes, de 10.00 a 13.00 y de 16.00 a 19.00; sábados y festivos, de 10.00 a 14.00.

- Para ir a la colonia Borgonyà: carretera C-17 (Barcelona- Puigcerdà), hay que concertar visita en el Museo Industrial del Ter.

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