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Reportaje:

La gata imprevisible

Cat Power actúa en Madrid respaldada por el éxito de su último álbum

Diego A. Manrique

Toda la industria de la música tiene alguna historia chirriante de Cat Power. Puede ser un concierto que ella interrumpió ante el estupor general, o una serie de entrevistas que anuló sin explicaciones. Un comportamiento que algunos ven como manifestación de su honestidad radical, aunque también existe otra visión alternativa: que lo suyo forma parte del culto a los artistas disfuncionales, del perverso deleite en seguir a aspirantes a Kurt Cobain.

Sí hay coincidencia en que la cantante, guitarrista y pianista Cat Power, que actúa hoy puede ser una intérprete mesmerizante, tanto en su cancionero propio como en sus reconstrucciones de temas ajenos. De verdadero nombre Charlyn Marie Chan Marshall, nació en Atlanta (Georgia) en 1972. Hija de músico, recuerda crecer de modo itinerante, un estilo de vida que ha mantenido desde que se emancipó.

"Hay tarados que vienen a verme esperando que tropiece o me equivoque"

Radiaba encanto sureño y, como una nueva Holly Golightly, fascinó a los neoyorquinos. Corría el año 1992 y la escena del downtown del Manhattan le resultó enormemente liberadora: "Te escuchan sin ideas preconcebidas; no tienes obligación de hacer que la gente consuma copas". Durante un tiempo fue considerada un asteroide de la vanguardia, más interesada en la expresión que en las formas. Hasta que en 1996, tras un par de discos crudos con amigos de Sonic Youth y Two Dollar Guitar, entró en la escudería de Matador, sello que sugirió un viraje hacia la sensibilidad indie, bajo el modelo de cantautora. No le pareció mal: "Dicen que Bob Dylan también es un cantautor ¿no?".

Cat Power no siempre ha aceptado seguir por ese carril. Dejó la música en 1997, se perdió en el campo y retornó con un puñado de canciones que, de forma impulsiva, grabó en Australia con miembros de Dirty Three. Otro terremoto emocional le llevó a abandonar su repertorio y poner música a una película muda, La pasión de Juana de Arco. De ese espectáculo surgió una colección de catárticas versiones, The covers record (2000), que multiplicó su público.

Pero seguiría en el underground de no haberse atrevido a reconciliarse con sus raíces. A principios de 2006, publicó The greatest, disco esbelto hecho con músicos de Al Green y otros veteranos de Memphis. Unas delicadas capas de cuerdas y metales remataron la jugada: tal vez se había cansado de ser barrida hacia el heterogéneo rincón del freak folk.

Según ella, fue una experiencia liberadora: "No te juzgan por el color de tu piel, no quieren saber si eres cool". Son profesionales que pretenden hacer el mejor disco posible. ¡Y resultaron más baratos que los peores músicos de Nueva York! Es la primera vez que hago música que me rompe el corazón".

Cuando Channel quiso contratarla descubrieron que carece de manager. Todavía no se atreve a cumplir con un plan de promoción, pero ahora es más explicita respecto a sus problemas de base. Habla de estrés, empeorado por el alcohol; alude a lejanos años de experimentación con drogas. Y no pide disculpas por su hábito de abortar conciertos: "Hay tarados que vienen a verme esperando que tropiece o me equivoque. Me interrumpen, hacen ruidos desagradables. Y yo no soy una persona de shows, que lo tenga todo planificado".

Cat Power actúa hoy a las 22.00 en Joy Slava, en Madrid.

Cat Power, en imagen tomada en 2006 en Nueva York.
Cat Power, en imagen tomada en 2006 en Nueva York.ASSOCIATED PRESS

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