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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Revolución antisida

Con la firma de un decreto que permite ignorar la patente de uno de los fármacos de primera línea en el tratamiento del sida, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, ha dado un paso de enorme trascendencia que tendrá, con toda seguridad, un largo recorrido. Se estima que más de 20.000 personas mueren cada día en el mundo de sida, malaria y tuberculosis por no tener acceso a los tratamientos disponibles para estas enfermedades. Tras durísimas negociaciones en el seno de la Organización Mundial de Comercio, los acuerdos de Doha en 2001 abrieron la posibilidad de que un país pudiera obtener mediante una "licencia obligatoria" genéricos de medicamentos amparados por patente en caso de emergencia nacional. Pero el acuerdo no concretaba el procedimiento, lo que propició un largo pulso entre países ricos y pobres, con las ONG como aliadas de estos últimos.

Seis años después, ningún país ha logrado todavía hacer uso de una "licencia obligatoria" por estado de necesidad. La industria ha logrado en la práctica neutralizar el potencial que tenían los acuerdos bloqueando la posibilidad de una regla global y negociando directamente con cada uno de los países pobres una rebaja en los precios. Estos países, cuyo presupuesto sanitario es en muchos casos inferior al que las grandes multinacionales farmacéuticas destinan a mercadotecnia, están al albur de lo que éstas decidan. El decreto de Lula da Silva será el primero que haga uso de la prerrogativa de la "licencia obligatoria" y por eso es tan importante.

Es cierto que durante estos años se han reducido sustancialmente los precios. Pero ¿de qué estamos hablando exactamente? La industria de genéricos de India, de las que se abastecen los países pobres gracias a que hasta 2005 no estaba obligada a respetar las reglas sobre patentes, ha permitido que fármacos contra el sida que en los países ricos cuestan 10.000 euros anuales puedan comercializarse por 250. Pero ¿cuántos países pobres pueden gastar ese dinero si en muchos casos el presupuesto sanitario anual por habitante es inferior a esa cifra? En estos momentos, India proporciona genéricos para tratar a 350.000 pacientes de sida en países pobres, pero sólo en África hay 28 millones de infectados.

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¿Cómo va a pagar ese dinero un país como Mozambique, cuya esperanza de vida se ha reducido a 42 años a causa del sida, si el 60% de su población ni siquiera tiene acceso a un servicio sanitario? Brasil no es un país propiamente pobre. Pero tiene muchos pobres y actúa, en este caso, claramente en nombre de todos los pobres. Doha supuso un paso adelante. Las zancadillas han impedido avanzar y eso plantea que tal vez ha llegado el momento de ir más allá de Doha.

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