Mariano Fernández Bermejo. De izquierdas de toda la vida
Quienes le conocen de cerca desde que era un chiquillo debieron de quedarse perplejos cuando los oponentes políticos de Mariano Fernández Bermejo (Arenas de San Pedro, Ávila, 1948) recibieron al actual ministro de Justicia del Gobierno de Zapatero como si fuera un peligro público. Le llamaron de todo, y él aguantó el chaparrón con una tranquilidad que en él no ha extrañado. Tuvo la sangre fría de afrontar las amenazas fascistas en los estertores de la dictadura franquista, cuando era un joven fiscal y puso en evidencia las torturas asesinas del comisario Matute en Tenerife; fue perseguido por ello, y eso le curtió, hasta ahora. En la época en que gobernaba Aznar en España le desposeyeron de algunos de los ascensos administrativos a los que le daba derecho su larga carrera fiscal, se enfrentó en los tribunales al ministro de la época, José María Michavilla, y aunque perdió en la jurisprudencia ganó en la experiencia de sus propias batallas. Una vez alzado a la categoría ministerial, ese nuevo lance de su biografía le sirvió para que el Partido Popular y ese ex ministro se hicieran presentes en el Parlamento para gritarle desde el patio de los escaños, y desde las tribunas, que era un impresentable. Él se lo tomó como se tomó acusaciones anteriores, entre ellas la de que es un agitador de izquierdas ("es que soy de izquierdas de toda la vida") que no se merece el sitio en el que está. Él respondió, en el propio hemiciclo, con una sonrisa que es muy común entre los que hablan midiendo lo que dicen: con un ojo quieren y con otro escrutan, y con esa sonrisa lo dijo: "Gracias por tan cordial recibimiento". Deshizo el hielo, y le puso a la sesión el tono que irritaría aún más a sus adversarios, a los que de vez en cuando, desde entonces, les ha dicho lo mismo, más o menos esto: "Pero si yo les quiero, ya lo verán". Bromas aparte, es un hombre firme, con una ideología (de izquierdas) bien asentada, y su trayectoria, fiscal, personal, política, es la de un tipo honesto que habla con la sensatez de aquellos a los que la vida hizo madurar antes de tiempo. Han hecho mal, piensan algunos, en demonizarlo tanto, porque ahora pueden ver que es un tío bueno, de veras, nadie puede ser tan malo como dicen, y él desde luego tendrá malicia, cómo no, pero no tiene maldad. No la tiene, es incapaz. En persona es un hombre pulcro, cuida su barba con el esmero de los que un día la tuvieron como bandera de una actitud, y usa camisas bien planchadas en las que aparecen las iniciales de su nombre como para que él no se las olvide en ningún viaje, o para saber que se llama MFB. Los que le conocen de cerca, y se asombraron de tanto insulto como le acogió, le llaman Mariano, y los que aún no le conocen del todo le llaman Bermejo. Mariano Fernández Bermejo se ve a sí mismo como un futbolista que un día tuvo que optar por la justicia, aunque en su alma ha vivido siempre un extremo izquierda. ¿O era un interior derecha? Esta entrevista fue hecha en el Ministerio de Justicia, cuando aún los temporales que fueron la escenografía de su estreno no se habían diluido. Nadie le interrumpió, y él no pidió en ningún caso que apagáramos el magnetófono para decir confidencias que no deben salir a la luz. Eso lo agradece el periodista, porque permite que el público acceda a todo lo que se dijo.
"Mi abuela me decía: 'Tú eres un abogado de pleitos pobres'. Ya de pequeño eso estaba en el fondo de mi ser y ella lo vio"
"Quise ser futbolista, y creo que era bueno. Fui juvenil del Atlético y estuve a prueba uno o dos meses en el Madrid"
"Me siento cautivado por la bondad. Me gusta la gente de la que te puedes fiar. Eso lo admiro por encima de todo"
Le veo mejor que cuando lo nombraron. Menuda tormenta.
Se van pasando los vértigos. A pesar de la edad y de la experiencia, siempre se crean agujeros ante situaciones nuevas. Pero los vas superando; a veces se salen de madre algunas cosas, pero el tiempo las relaja.
¿Es lo que más vértigo le ha dado, esa acogida?
Es una situación compleja, que tiene un calado que, qué duda cabe, afecta. Se sabe que se va a proyectar en un tiempo, pero ya estoy acotando, puntualizando. Pasará.
Como pasó aquel asunto de Tenerife; usted tendría 23 años, y decide enfrentarse al poder establecido, denunciar a un comisario franquista...
Hemos tenido muchas situaciones complicadas en la vida, desde que tiernamente te enfrentas al futuro: ¿fútbol o qué? Y decides apostar por un camino que no sabes adónde te conduce, el camino del derecho, y te enfrentas a un tribunal, todo a una carta. ¿Y lo de Tenerife? Pues lo mismo: tienes acaso la fuerza del ignorante, y esa edad, 23, 24 años. Eso ayuda a ver las cosas de otra manera. Ha habido momentos profesionales de una gran intensidad dramática. He hablado con un amigo de Tenerife, un magistrado, que entonces estuvo muy al tanto de todo; él ya tiene más de ochenta años, y yo tengo 34 más de los que tenía entonces. En un instante mágico hemos revivido todo aquello.
¿Cómo lo han evocado?
Él recordaba el miedo que le dio que un coche aparcado en las inmediaciones de la comisaría saltara por los aires; yo evocaba el momento en que dormía con una escopeta cargada al lado de la cama, con la cuna de mi hija al otro lado, y con la convicción de que en cualquier momento yo podía morir. Las amenazas estaban ahí, el momento era tensísimo. Hubo otros después, pero como ése no ha habido ninguno más.
El momento más peligroso.
Es un momento difícil de explicar para el que no lo haya vivido? Habría que enmarcarlo en las circunstancias políticas y sociológicas en que se vivió. Aquella Brigada Político-Social que dirigía el comisario Matute hace lo que comienza a hacer, las torturas contra los detenidos, en el momento en que se empieza a conocer que el General se está muriendo; están intentando, con otros, que nada cambie, que nadie se mueva, y apoyan esa situación con detenciones, interrogatorios brutales, tortura, y llegan hasta la muerte. Que le pregunten a tu colega Julio Trujillo, que fue la víctima del primer proceso de este tipo, comandado también por Matute... Trujillo tuvo la ventaja de sangrar por un riñón mientras le torturaban, y le tuvieron que ingresar en un hospital.
El otro detenido, Antonio González, un líder sindical, no tuvo tanta suerte... Le torturaron hasta la muerte. Usted impidió que el asunto pasara inadvertido. Mucha gente no lo recuerda.
Fueron ocho o diez días de vértigo, para mí, como investigador, y para un enorme juez, que supo cuál era su misión desde el primer momento, y la supo cumplir. El joven fiscal que era yo no sabía cuáles eran los límites, porque no había límites. El gobernador civil quiso construir un muro de silencio, y nosotros fuimos hasta allí, hasta la comisaría, y pretendimos romper el muro de silencio. El forense era extraordinario, fue capaz de leer por dentro la autopsia, fue explicando los mecanismos de tortura, hasta dónde llegaron. Y descartó la hipótesis de que lo hubiera atropellado el coche cuando decidió huir, esposado, del automóvil que lo transportaba. Era mentira. Un médico de urgencias ayudó a desanudar la trama que habían urdido: atendió al detenido en un pasillo de los calabozos, al lado del despacho del comisario, pudo certificar el alcance de las torturas... Hubo declaraciones de muchísima gente, de un suboficial que no se quiere comer el marrón y explica por qué al detenido lo trataron en el pasillo. La versión oficial decía que lo llevaban en automóvil en busca de supuestos explosivos, y que había saltado con el coche en marcha, lo que le provocó la muerte. Mentira.
Usted la desmontó.
Gracias a mucha gente, y a una prueba en la que conté con muchos colaboradores. Llamamos al conductor que teóricamente llevaba el Peugeot 504 cuando se produjo el llamado accidente. El juez se sentó en el asiento delantero, e iba atrás, esposado, como lo había estado Antonio. Y fuimos tejiendo una red de sospechas que desembocaron en la reconstrucción física de lo que había sucedido. Era imposible que el detenido, esposado, hubiera abierto los seguros y se hubiera lanzado a la calle, y eso ahí quedó de manifiesto, porque me pasó a mí, que lo máximo que podría suceder es que te cayeras de cabeza. Hipótesis descartada, y el comisario queda en evidencia.
¿Pasó miedo?
Sí, mucho. Y yo no sé si esto se debe contar o no. A mí me dieron una pistola.
Por si acaso.
Había amenazas, muchas.
Matute.
Tuve noticias de que había rondado mi casa...
Era un país en descomposición, que permitía a la policía cualquier desmán...
Eso me permitió entrar en contacto con la realidad política, que yo creía conocer bien, aunque todavía no la había visto de cerca. Cuando uno ve lo que un poder descontrolado hace para sobrevivir toma nota y ya se da cuenta del valor que tienen la libertad y la vida. Matute se fue a Venezuela, pero seguimos la investigación y conseguimos una orden de procesamiento. Volvió a Madrid, y estuvo en una especie de prisión atenuada, ¡en los bajos de la Puerta del Sol! Desde el poder se estaban haciendo cosas para que el sumario no llegara a puerto, se presionó a la fiscalía, a los tribunales militares, de manera sutil o de manera grosera. Vi una actitud del poder político que no se paraba ante nada, y ganaron tiempo para que la ley de Amnistía de 1977 abarcara este supuesto, y efectivamente lo abarcó.
¿Lo vio luego?
No, no lo vi, pero luego se dio la casualidad de que un hermano suyo trabajara en la misma empresa que mi suegro. Una persona encantadora? Pero aquel episodio supuso un despertar para mí, una entrada brutal en los entresijos corrompidos del Estado. Fue un aterrizaje sin paracaídas, y me puso muy claras muchas cosas.
¿Es lo más simbólico que le pasó como fiscal?
Por su intensidad, sí. Luego la vida fue por derroteros más constructivos; sacas conclusiones maduras sobre el trabajo de la fiscalía, y te das cuenta de lo que significa la justicia en un poder descontrolado. Generas la idea de que la justicia es un contrapoder, que la igualdad es una meta a conseguir, y tú te pones al servicio de esa meta, y empiezas a trabajar en los temas de menores, de mujeres... Y piensas que debe haber una discriminación positiva para luchar contra los desequilibrios presentes en la sociedad. Y hacía todo esto, me preocupaba de todo para estar en paz con la conciencia profesional y civil que se me había impuesto...
Fue una vocación, usted quiso ser fiscal.
Siempre quise ser un hombre de la justicia, y la primera forma de hacer aquello realidad era ser juez. Seguramente porque desde fuera la imagen que define la justicia con mayor nitidez es la imagen del juez. Y yo empecé a estudiar queriendo ser juez.
¿Por qué uno quiere ser juez?
Mi abuela era muy inteligente, no tenía gran cultura; le ayudaba a mi abuelo, el abuelo Bermejo, el represaliado por Franco, a llevar el colegio, donde tenía treinta niños internos. En aquel ambiente, de pequeño yo hacía siempre de intermediario, defendía los derechos de los niños a dar un paseo si no les dejaban pasear. Mi abuela me decía: "¡Tú eres un abogado de pleitos pobres!". Tenía nueve o diez años, y ya eso estaba en el fondo de mi ser, ella lo vio.
Pedir justicia.
Y darla. Descubrí muy pronto que demandar justicia era una hermosa actividad. Yo quería estudiar humanidades, aunque mi mente era apta para la lógica matemática, y mi abuelo era un gran matemático, pero yo era incompatible con él. Y a las humanidades le añadí el deporte, porque nuestro colegio era un ejemplo en vida deportiva.
Juez o fiscal.
Eso lo tuve que dilucidar en el primer ejercicio. Cuando vi las plazas que había, le pregunté a mi preparador cómo lo veía. "Tú abogas bien". Y me fui por la carrera fiscal. Y yo creo que soy lo que decía mi abuela: un abogado de pleitos pobres, consciente de que hay que buscar equilibrios, limar las asperezas de la ley, que no recaiga el peso siempre sobre los mismos, y eso es lo que he hecho yo, siempre sabiendo que los molinos no son gigantes.
Debe de ser complicado juzgar.
Creo que sí. Yo soy un hombre de decisión, pero siempre vi muy complicada la tarea de juzgar. Se cuenta como anécdota, pero es muy ilustrativo de la justicia de la época ese lapsus, o no tan lapsus, del presidente de la Audiencia de Sevilla que en tiempos de Franco dijo desde el tribunal: "Que pase el condenado"... En aquel entonces, las pruebas no servían, y resultaban inútiles las protestas de inocencia... El fiscal tenía muy poco margen de maniobra en aquella época, y si ponías en cuestión el sistema te señalaban con el dedo...
Dice que su abuelo materno había sido represaliado por Franco...
Era un republicano. Tuve un tío abuelo que fue alcalde durante un tiempo, pero jamás se quiso poner la camisa azul; una tía abuela fue la jefa de la CEDA, todo un carácter. Era una familia normal: había de todo, como ocurre además en este tipo de conflictos. Defendían a mi abuelo porque sabían que venían falangistas de Ávila a por él, en los albores de la Guerra Civil. Lo metieron en la cárcel, pero salvó el pellejo, y volvió al colegio que tenía. El hijo mayor se fue voluntario a la guerra, a las tropas de Franco. Y, claro, eso es muy duro, se va voluntario al ejército que está reprimiendo a su padre. Este hijo muere en un accidente, ya acabada la guerra. Esto mi abuelo no lo superaría jamás. Y su vida la dedica a la enseñanza y a la lectura.
¿Y cómo era su diálogo con él?
Muy difícil en los primeros momentos. Era muy buen profesor de matemáticas. Pero conmigo nunca funcionaron sus métodos. Me iban más el latín y el griego, me sentía más relajado. Pero fuera de la relación digamos profesional, de profesor a alumno, la relación fue mucho mejor.
La guerra, qué cosas hizo.
No salió nadie indemne de aquello; debió de ser brutal el trauma que dejó la guerra... Nací en 1948, estoy fuera de la órbita de aquel desastre. Pero la posguerra fue muy larga en este país, sobre todo en los pueblos; la viví en un ambiente familiar muy bueno, la mía es una familia muy unida, unos padres fantásticos. Mi madre vive aún, y mi padre murió hace relativamente poco. A mi padre lo he querido por encima de muchas cosas.
¿Qué era su padre?
Era maestro, hijo único de una familia del campo castellano. Le pilló muy joven la guerra. Fue un hombre con un contenido social tremendo, que transmitió a toda la familia. Él tenía el componente joseantoniano de la época, había que pensar qué era en aquel momento Falange en un pueblo. Era el maestro del pueblo cuando unos primos lo contrataron para gestionar una fábrica de maderas. Se casó con mi madre y ya era un empresario que pone el concepto de honradez por encima de todo, y el concepto de la unidad familiar en un primer plano. Un matrimonio muy enamorado, con seis hijos. Hizo un gran esfuerzo para ir a Madrid, quería que sus hijos estudiaran.
¿Habló con su padre sobre lo que le llevó a abrazar la fe falangista?
Sé que con dieciocho o diecinueve años entonces le tocaba hacer eso.
Lo han usado contra usted ahora. ¿Le afecta?
No me puede afectar. Yo tengo claro cuál es el juego, cuál es el conjunto de mis creencias, de mis sentimientos, y mis vínculos sentimentales están fuera del alcance de todo el mundo. Cuando oigo este tipo de cosas me entran por un oído y me salen por el otro.
Usted quería ser futbolista, músico... ¿Y cuándo se dio cuenta de que la vida iba en serio?
Tardé en darme cuenta. Y en un pueblo, en los años cincuenta y sesenta, era fácil darse cuenta de cuál era la seriedad de la vida. Pero en aquellos momentos tan duros, los padres procuraban mantener la inocencia de los hijos e intentaban crear el entorno adecuado para que un niño disfrutara y no percibiera la gravedad de la existencia hasta muy tarde; te intentaban blindar. Lo que estaba fuera era durísimo: las heridas de la Guerra Civil, una España aislada, una España con un horizonte muy complicado? Yo creo que los padres hacían un esfuerzo sobrehumano para proteger, y en aquellos pueblos tan alejados el esfuerzo tenía éxito. La calle era para los niños, el pueblo era un entorno donde nunca ocurría nada; se percibía tan sólo el contacto con la naturaleza, y vivíamos bien. Era emocionante ver cómo la primavera significaba el principio del remanso del río... Empecé a pescar muy temprano. Y luego venían los pájaros, el gorrión de entonces, no el gorrión de ahora. Estábamos muy atentos a la migración de los pájaros: si se caía un nido era una tragedia, estábamos pendientes de los lagartos. ¡Los insecticidas han hecho que muchas cosas que antes estaban en la naturaleza se fueran al carajo!
¿Era un mundo feliz?
Sí. El mundo de la infancia era un mundo feliz, con altibajos; y esos altibajos están muy presentes, los recuerdas muy bien, son desgracias: después de una lluvia de quince días, estás jugando, una piedra se cae y un niño muere. Acto brutal. Un chaval de siete años. Es mi primer contacto con la muerte.
¿Qué sentimientos produce rememorarlo?
Siempre noto un latigazo en las cervicales.
Usted quiso ser futbolista.
¡Lo fui! Y creo que era bueno. Hay dos momentos cruciales; cuando fui juvenil del Atlético de Madrid; tenía dieciocho años, me cedieron a un equipo regional, para que me fogueara, y ahí recibo una señal: no debo de ser tan bueno cuando me ceden. Y me reincorporé al equipo de mi pueblo; estábamos en lo más bajo, en tercera regional, pero lo fuimos subiendo, hasta primera. Ya alternaba con la música, de modo que no tengo mucho entrenamiento. Y hay otro episodio muy importante: creo que sucede en Talavera de la Reina, juega el Real Madrid, no sé de qué categoría, si A, B, C o D, yo jugaba en el Arenas, y me llama un entrenador para probar en la Ciudad Deportiva del Madrid. Ya estoy opositando, tengo 21 años, he acabado la carrera, y me paso un mes o dos en la Ciudad Deportiva, a prueba. Y me dijeron: "¿Quieres ir al Toledo?". El Toledo estaba entonces en Tercera División. ¡Otra vez cedido! La oferta no era tan mala, pagaban 150.000 pesetas al año, pero había que ir cada dos días, a entrenar. No debo de ser tan bueno cuando el Madrid no me quiere, me dije. Y no fui.
Autocrítica.
Exigencia.
¿Se mantiene así?
No creo que sea una virtud, pero sí, sigo siendo muy exigente. Nunca me quedo a gusto. Y eso empezó con el fútbol. ¡No me quedaba contento ni con eso que llaman...
... un 'hat trick' [tres goles en un solo partido]...
... ¡ni con eso me quedaba contento!
¿Y de qué jugaba, por cierto?
Empecé jugando de extremo derecho, en el Atlético de Madrid, y acabé siendo un delantero centro más que aceptable. Pero puedo adaptarme a cualquier posición; incluso llegué a jugar de portero una temporada. He sido también un defensa central más que bueno. Pero mi gran ilusión fue ser delantero centro.
¿Y en un Gobierno? ¿Estaría en cualquier demarcación?
No creo. Necesito mucha reflexión para hacer lo que hago. Yo sólo me siento a gusto cuando conozco bien el terreno que piso, cuando tengo algo que aportar. No me siento cómodo recién llegado a cualquier sitio; necesito ubicarme para sentirme bien.
¿Cuál era su ídolo?
Ídolos he tenido muchos. De los que recuerdo de la infancia más remota, Gaínza, del Athletic de Bilbao. Me gustó mucho Gárate, del Atlético de Madrid. Tenía una elegancia, un señorío. Y me encantó Ufarte, con su cintura imposible y los quiebros hacia dentro. Me maravilló Santillana, yo quería hacer esos saltos que daba él. Cada uno con su peculiaridad, han sido jugadores que si los juntáramos hoy a lo mejor tendríamos un conjunto maravilloso.
¿Y ahora qué futbolistas hay?
Ahora me cuesta más trabajo admirar, porque el fútbol ha cambiado mucho, es más difícil. Ahora hay más equipos que nunca, así que son más difíciles de encontrar las individualidades. Me ha gustado mucho la casta de Raúl, es un jugador muy valioso por su versatilidad y por su carácter. En este momento me parece que no hay jugadores que están muy por encima de los demás, si exceptuamos a Ronaldinho o lo que apunta Messi.
¿Le cuesta admirar también en otros terrenos de la vida? ¿Qué admira de la gente?
Sobre todo la hombría de bien; me siento cautivado por la bondad; a mí me gusta la gente de la que te puedes fiar. Eso lo admiro por encima de todo. Yo soy un cazador irredento, voy a cazar con mucha gente con la que comparto muchas cosas: el amor a la naturaleza, al campo, a la caza. Y mantengo intacta la relación con aquel grupo de música joven. Comimos hace poco con nuestras mujeres. Todos más viejos, más calvos, con el pelo más blanco. Pero ahí está la amistad. Intacta.
Y ha cantado mucho.
Canto mucho, no doy el cante. Tengo guitarra en casa, pero últimamente aporreo más el piano que tenemos. Toco de oído, y el piano me permite grandes cánticos. Puedo cantar una isa y me defiendo con la folía. Yo fui a Tenerife en 1974, y aquél era el momento más brillante de Los Sabandeños. Y bordaban, y bordan, esos ritmos tan canarios.
Una vez estuve aquí mismo, entrevistando a su antecesor Juan Fernando López Aguilar. Sacó su guitarra y tocó y cantó 'Aquellas pequeñas cosas', de Serrat...
Mi antecesor se acompaña bastante bien de la guitarra y canta razonablemente bien.
¿Y qué canta usted? ¿Cuál es la canción que ha dominado su vida?
No hay una canción que haya dominado mi vida. Hay un tipo de canción: la canción latinoamericana de los sesenta y setenta. ¡Me ha emocionado la balada, pero formé un grupo de rock!
¿Qué es la música para usted?
Es una compañía que no falla. El que sabe tocar un instrumento nunca está solo. Siempre se lo he dicho a mi hija: "Aprende música". He echado de menos aprender música, pero siempre fui muy vago para eso. ¡El que toca música no está solo en el mundo!
¿Le ha servido la música para este tiempo de su vida?
Me ha servido siempre. Te libera de cosas, te relaja.
A los que le conocen les extrañó que usted fuera recibido por sus adversarios, como ministro, con tanta violencia. ¿Le extrañó a usted?
No.
¿Se lo esperaba?
Sí, pero quizá no me esperaba tanta violencia.
¿Por qué?
Porque el clima político es el que es, y hay una estrategia de crispación del Partido Popular. Pero es muy importante proclamar que no es de todo el Partido Popular. Es un gran partido con mucha gente dentro como para que podamos generalizar y frivolizar. Hay algunos que están a la desesperada porque ven que se les va la hora.
¿Está preocupado por este clima?
Sí, y me preocupa la equidistancia con la que muchos afrontan esta realidad. Me duele cuando se argumenta en plural: "Los dos grandes partidos no se ponen de acuerdo?". Es injusto, porque está claro que esos que instigan este clima se han propuesto la confrontación desde el primer día.
¿Cree que su enfrentamiento anterior con el PP ha atizado estos signos de venganza ahora, cuando le han nombrado?
Yo prefiero decir que tratan de pasarme una factura, no hablaría de venganza. Querían arreglar cuentas conmigo. Siempre me he preguntado que si era tan malo, cómo me aguantaron ocho años como fiscal. No les gustaba, eso está claro.
¿Cómo le ha cambiado este puesto?
Dentro de un año me haré esa reflexión. La perspectiva que tengo ahora es escasa. De momento es un cambio brutal, he perdido la libertad de movimientos. Por otro lado, estoy viviendo una bonita experiencia, alguna emocionante, todas raras. Una sensación de vértigo.
Es curioso, empezamos la conversación con esa palabra.
Y con ella terminamos. Vértigo.
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