La Europa que viene
Hay un filme futurista que me inquieta especialmente, y que cada vez que lo veo me plantea nuevas preguntas. La película, Hijos de los hombres, tuvo el éxito que merece. Supongo que muchos de ustedes la habrán visto; pero para aquellos que no, les diré que, basada en una novela de P. D. James, está ambientada en el Londres de 2027, y su argumento, lo que menos me interesa, es que las personas de entonces ya no se pueden reproducir. La peripecia de Clive Owen por salvar a la única criatura que nace no me parece importante sino porque sirve para mostrar un Londres -y, en las pantallas de televisión, una Europa, un planeta- hundido en el caos, apenas sobreviviente de sus errores, sus horrores, sus guerras... Son imágenes de brutalidad y anarquía, de deshumanización y desesperanza, que producen honda conmoción. O al menos, a mí me la crearon. Desde Días extraños y la insuperable Blade runner no había sentido una impresión tan angustiosa -y al mismo tiempo tan cercana- sobre el futuro colectivo al que probablemente nos dirigimos. Días extraños trataba de los prolegómenos. Blade runner mostraba la conclusión, o casi. Hijos de los hombres refleja lo que sucede entre medias.
Ocurre que si se analiza la película no viendo en ella una historia de ciencia-ficción, ni siquiera de ficción política; si te sitúas años después y la ves como un relato histórico, los vellos se te ponen de punta por una razón primordial: lo que nos está contando es el fracaso de la política. De los políticos. De los partidos. Y entonces te preguntas: ¿sucedió porque las derechas más radicales se apoderaron del pensamiento y lo bestializaron hasta el vandalismo?, ¿o porque las izquierdas no supieron estar a la altura de los nuevos desafíos de estos tiempos?, ¿o porque las izquierdas, en su afán por no perder clientes, se esmeraron en parecerse cada vez más a las derechas, y éstas no dudaron en cruzar la línea que las separa del extremismo? ¿Es que los políticos desaparecieron, superados por la gente que decidió que todos somos sospechosos y que hay que meter a los inmigrantes en jaulas? ¿Se establecieron los vigilantes de barrio, cobró el linchamiento rango de acto positivo, volvimos a la caverna y cuando quisimos abandonarla ya era demasiado tarde, ya nos habíamos convertido en fieras? Es así, contemplándola como si fuera una película histórica, como Hijos de los hombres se convierte en un testimonio insoportable.
Hay analistas que dicen, filmes aparte, que el viraje de Europa hacia el conservadurismo (defensa de las tradiciones, nostalgias de fundamentos cristianos más que discutibles, regreso a la sacrosanta familia y la sobrevalorada identidad), cuando no hacia la derecha pura y dura de los gemelos polacos y gran parte del antiguo bloque del Este, es no sólo inevitable, sino que es lo único que puede hacerse para no caer en el desorden. Y a mí me da miedo que la mayoría de la gente pueda llegar a creerlo. Los valores verdaderamente europeos, el individualismo, el laicismo, el pensamiento, parecen en estos momentos constituir un estorbo para todos. Se trata sólo de saber la cantidad exacta de fundamentalismo que necesita un partido para triunfar sobre los otros.
Tomemos la librepensadora, la admirada, la luminosa Francia. Ocurra lo que ocurra hoy, en la segunda y definitiva vuelta de las elecciones presidenciales, y aun en el caso de que ganara Royal, deberíamos disolver el tradicional y muchas veces injustificado optimismo de las izquierdas con grandes dosis del pesimismo de la voluntad. Sobre todo, no cabe interpretar algo que ya ha ocurrido -la caída de la opción del ultraderechista Le Pen a un 8% de votantes, en la primera vuelta- como un signo positivo. A sus prófugos, alguno de los otros candidatos les debió de parecer lo bastante duro como para que les diera gusto votarle. No creo que existan muchas dudas acerca de quién se benefició. Y tampoco creo que quien gane, sea el que sea, renuncie a alimentar las exigencias de seguridad y de blindaje que parece exigir el electorado.
No hay muchos motivos para alegrarse de lo que ocurra. Pero, calma: aún no estamos en 2027.
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