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Reportaje:APUNTES

Facultades vistas desde el bar

Un repaso al mundo de las cafeterías universitarias, una pieza clave de la vida académica

Ignacio Zafra

Los alumnos de Derecho siempre han sentido envidia de sus colegas del aulario de al lado. Desde que se inauguró el campus de Tarongers, en Valencia, hace más de una década, los novatos tardan poco en comprobar que la apariencia idéntica de ambos edificios naranjas de ladrillo visto esconde una diferencia secreta y decisiva: la larguísima terraza del aulario sur está bañada durante casi todo el día por el sol. Los futuros economistas, directores y administradores de empresa, y diplomados en turismo también lo saben. Y exprimen sus años universitarios mientras se broncean.

En la larguísima terraza del aulario norte, en cambio, alineada a unas pocas decenas de metros del edificio departamental oeste, donde tienen sus despachos los decanos y los profesores de Derecho y de Ciencias Políticas, reina una sombra perpetua. Sólo en el extremo este del desfiladero, donde se abre la plaza de la biblioteca, alcanza el sol y allí amontonan las mesas los futuros abogados tratando de escapar de su color ceniciento.

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La inauguración del campus de Tarongers, con el alivio que supuso para unas facultades que vivían tiempos de masificación, con los chavales tomando apuntes por pasillos y escaleras, implicó un cambio imprevisto en la relación profesor-alumno. De toda la vida, los bares de las facultades habían funcionado como punto de encuentro entre ambos. Era allí, más que en clase o en las poco frecuentadas horas de tutoría, donde la posibilidad de un trato de igual a igual entre unos y otros resultaba más verosímil. Hoy, con los alumnos en sus bares y terrazas y los profesores en sus cafeterías, el abismo se ha ensanchado.

Las cafeterías universitarias han tenido una importancia capital en el desarrollo de la vida académica, aunque seguramente ninguna tesis doctoral los ha tratado. En ellos se han fraguado huelgas y conspiraciones políticas que, en general, nunca llegaron a ningún lado, se han hecho y desecho parejas, se ha jugado a las cartas y se ha perdido un número incalculable de horas de clase y por lo tanto de recursos públicos.

En la otra acera de la avenida de los Naranjos, dentro de la cerca de la Politécnica, la vida de cafetería se centraliza alrededor del Ágora. Un espacio común creado en torno a las cuatro facultades madre de la universidad en el que se puede elegir entre tres bares dispuestos en dos niveles. Allí van a morir todos los estudiantes y profesores siempre que se encuentren en un radio razonable en un campus que ha crecido de forma extraordinaria en sus 40 años de historia.

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¿Todos los estudiantes? Aunque el ágora estuviera a 20 metros, que no lo está, hay un grupo irreductible que no pondría un pie en ella: son la oveja negra de una universidad caracterizada por la exigencia de los estudios y por la seriedad de unos chavales que llevan el alma de un ingeniero agazapado en su interior; los chicos y chicas de Bellas Artes.

El bar de la facultad, ubicado en el edificio más feo de todos los campus valencianos, en proceso de demolición, se ganó por méritos propios fama de ser el más bohemio, el más agitado y en el que más sustancias estupefacientes se fumaban desde primera hora de la mañana. Cosas de artistas.

La ley antitabaco le dio a Gabi, un tipo bajito y calvo que lleva 15 años detrás de la barra de Bellas Artes, la herramienta para poner fin a todo aquel desmadre. El resultado, comentaba el viernes un grupo de alumnas sentada en la escalera de acceso al local, es que ahora se fuma, más o menos de todo, más o menos en cualquier parte excepto en la cafetería de "El general".

Los bares de la zona noble universitaria de Blasco Ibáñez pueden resumirse en dos. De un lado, el de la facultad de Filosofía, legendariamente canalla, donde la terraza interior y los tercios a precio popular atraían, y siguen atrayendo, a una fauna que incluye a punkis, con sus perros. Del otro lado está el local de atrás del rectorado, con su arquitectura de diseño y su gran terraza, en el que alternan los futuros médicos con los futuros odontólogos.

Queda la vida de cafetería del campus de Burjassot, el lugar adonde el régimen franquista llevó las facultades de ciencias de Valencia. Pero Burjassot es otro mundo. Y merece su propia historia.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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