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Tribuna:EN RECUERDO DE ROSTROPÓVICH
Tribuna
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Mi gran amigo Slava

Estoy de regreso de Moscú de despedirme, para siempre, de mi gran amigo Slava, el que tanto nos dio a todos, a Juventudes Musicales y a mí personalmente. Generoso para los demás y austero para sí mismo; en todos los sentidos desprende su gran naturaleza humana. El día 29 de abril fue el funeral en la catedral de Moscú y el entierro del gran maestro Mstislav Rostropóvich, al que todos llamábamos Slava.

Pero se ha ganado la inmortalidad. Su música sobrevivirá siempre en los corazones de los que le tratamos, quisimos y tuvimos el gran privilegio de ser sus amigos; pero también entre los que le admiraban, le escuchaban y gozaron de la suerte de oírle con su chelo interpretar casi a todos los compositores que amaba. Su arte y su forma de tocar, dirigir y transmitir emociones y sentimientos quedarán siempre plasmados en nuestros corazones con una exquisitez inigualable.

Creo que Slava, para muchos, es el músico del siglo XX, lleno de grandes interpretaciones, profundamente trabajadas y respetando siempre el verdadero estilo y lenguaje que escribieron los grandes maestros.

Hasta que no cumplió los 60 años no se atrevió a grabar las Suites de Bach. Decía que para tocarlo había que pedir modestamente perdón antes, anécdota que le oí contar a una estudiante becada de Juventudes Musicales que él tuvo la gentileza de escuchar al violín. Cuando le preguntó qué repertorio llevaba a la audición, ella le dijo que, entre otros, tocaría una Suite de Bach. Él, sorprendido, contestó: "Para eso ponte de rodillas y pide disculpas. Yo tardé, dijo, 50 años de vida profesional en atreverme a tocar a Bach para los demás". Al maestro no le gustaba la mediocridad; era exigente, siempre nos pedía a todos un alto nivel a la hora de dar nuestras opiniones, a la hora de organizar y hacer comentarios.

Le invitamos a Madrid en nuestro Ciclo de Conciertos y, en ocasiones, no sólo se convertía en violonchelista y director sino que, también le gustaba escuchar a nuestros jóvenes. A muchos de ellos les hacía un seguimiento durante años porque le sorprendía su alto nivel.

Nuestra amistad arrancó en los años ochenta. Su música nos invadió a todos; nos transmitió su pasión y nos enseñó de forma sencilla y cercana. Nos explicaba cómo se entendía la música de Beethoven, Mozart, Prokofiev, Britten, Shostakóvich... Cada vez que interpretaba algo de ellos incidía en que a ningún compositor se le podía interpretar de la misma forma. Cristóbal Halffter escribió un concierto de violonchelo para él que pudimos escuchar una maravillosa noche en Granada.

Con motivo del 65º cumpleaños de los Reyes, tuve el honor de organizar un concierto para ellos en el Teatro Real, ya que el maestro quería hacerles ese regalo. Cuidó tanto Slava la ocasión que, cuatro meses antes, pasó por Madrid camino de Salamanca y en el aeropuerto nos hizo entrega de todas las partituras que dirigiría para que la Orquesta Sinfónica de Madrid pudiera empezar a ensayarlas. Aquella noche resultó mágica, además, porque aquel día se anunció el compromiso matrimonial del Príncipe de Asturias y se presentó, por primera vez en público, a la futura Princesa de Asturias. Entonces tocó, una vez más, su magistral Dvorak.

El nombre de Slava se escribirá con letras de oro. Podemos contar sus anécdotas los que las vivimos desde muy cerca. Gozaba de una gran espontaneidad. Jamás se separaba de su violonchelo. Decía que era su alma. ¿Cómo iba a hacerlo si era su alma? Fue siempre espontáneo, contagiaba su gran sentido del humor con una alta nota de sabiduría y, así, transmitía su inmensa humanidad.

Era ciudadano del mundo porque todos los países lo sentían como suyo pero, en su alma, él era ruso. Amaba a su tierra, a su pueblo y quiso morir en Rusia rodeado de su familia. Aunque también su país le hizo sufrir. Le pagó con el exilio cuando defendió la libertad sobre todas las cosas, acogiendo en su dacha a su gran amigo Alexandr Solzhenitsin. En Moscú me despedí de él para siempre después de la terrible enfermedad que le sorprendió hace escasamente un año. Al igual que todos los que estábamos en la catedral de Moscú, pudimos verle en su féretro con un gesto de paz y, curiosamente, esbozando una leve y última sonrisa. Es curioso pensar que, hace un año, dirigió un gran concierto de Shostakóvich, en Madrid, con la Orquesta de Santa Cecilia de Roma en el Auditorio Nacional de Música; que hace un mes (27 de marzo de 2007) celebró su 80º cumpleaños en el Kremlin invitando por Putin, celebración a la que también asistí.

Quería mucho a España y a los españoles. Era un gran amigo de los Reyes y muy especialmente de su Majestad la Reina; con ella compartió muchos ratos y acudía siempre a todas las invitaciones y encuentros por el mundo a los que el maestro la convocaba. En febrero de 2004 fue distinguido por el Rey con la Gran Cruz de Carlos III, la más alta condecoración que se otorga a un extranjero.

Era amigo de sus amigos y nos honraba compartiendo muchos ratos cuando estaba entre nosotros, con nuestra familia, nuestros hijos y nuestros amigos; no dudaba en acudir a nuestra casa para compartir una cena después del concierto. Nos ha dejado el recuerdo inmortal de su calor humano, su música, su generosidad y su enorme sencillez acompañada de su gran austeridad. Sabía querer, sabía dar y ser grande. Así era Mstislav Rostropóvich.

María Isabel Falabella es presidenta de Juventudes Musicales de Madrid.

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