Jeremy Jackson. La 'estrella de rock' de los mares
Costa occidental de Florida. A lo largo de una línea de playa bañada por aguas verde-azuladas se disponen casas de madera con sus porches mirando al mar, rodeadas de una vegetación exuberante. Es un día espléndido, pero una amenaza se cierne sobre los residentes, en su mayoría jubilados que se han gastado todos sus ahorros para vivir sus últimos años en este paraíso. Ellos no pueden verlo. Desde un punto de vista más elevado, advertimos una inmensa, monstruosa masa de tinta china que avanza hacia la arena, a pocos metros de las casas. "Es asombroso", dice Jeremy Jackson, señalando la imagen en la pantalla de su portátil. "Una explosión de algas tóxicas. Y el agua es tan negra porque contiene una enorme cantidad de bacterias; en realidad, dinoflagelados, un tipo distinto de microbio cuyas toxinas matan a los peces. Su abundancia es tal que, cuando sopla el viento en la superficie, las olas arrojan minúsculas gotitas al aire, y finalmente llegan a tierra". Lo que describe este paleontólogo y ecólogo marino parece sacado de una historia de terror de Stephen King. O de un escenario salido de un sombrío cuento futurista a lo Blade runner. "Sólo 12 horas después de llegar a la costa, las salas de urgencia de los hospitales de la zona se colapsan por la gente que sufre ataques agudos de asma. Se ven obligados a dejar sus casas por haber respirado unas gotitas cuya toxicidad es demasiado alta. Las escuelas y las tiendas tienen que echar el cierre. La gente huye de la costa, hasta que todo pasa".
"El Mediterráneo corre gran peligro. Es un mar completamente rodeado de tierra. Como un retrete gigante"
"Aún se puede comer bacalao, pero en el futuro tendremos que consumir tapas de medusa. ¡Son crujientes!"
"Para que haya un cambio, el científico tiene que salir del laboratorio y hablar al público. Cine, televisión..."
A sus 64 años, Jeremy Bradford Jackson habla con una voz grave sobre el declive de los océanos tras 40 años de inmersiones (tiene 20 conferencias en su agenda sólo este año). Recientemente acudió a Madrid para compartir, junto con el investigador chileno Juan Carlos Castilla, el Premio Internacional a la Investigación en Ecología y Biología de la Conservación de la Fundación BBVA, dotado con medio millón de euros.
De Jackson se han vertido muchos adjetivos, algunos como "estrella del rock" del mundo oceánico. El Instituto Smithsoniano Tropical en Panamá, en el que ha trabajado desde 1968, le describe como "el ecólogo marino contemporáneo número uno", y el centenario Instituto Scripps de Oceanografía, donde investiga (en la Universidad de California en San Diego), no duda en presentarle como "un líder mundial en estudio de la vida marina, su ecología y evolución". Claro que no todo son elogios. En un perfil del diario The New York Times se dice que levanta suspicacias entre algunos de sus colegas, que le califican de "colaborador irritable o malhumorado", o de "intolerante con quienes no concuerdan con sus puntos de vista", o alguien con un "ego demasiado grande" .
Este norteamericano alto y pelirrojo, con una coleta como seña de identidad ?que hubo de cortarse al llegar al Panamá de la dictadura de Torrijos para no tener problemas con los militares, cuando era un estudiante graduado?, no ha perdido la afabilidad y el humor, que a veces salta como una chispa. Al igual que su convicción. Es como si te cogiera por la solapa para darte un cachete cariñoso, e invitarte a que despiertes y veas las cosas de una vez. Tras décadas bombardeando los mares con fertilizantes, convirtiéndolos en enormes vertederos, ¿qué podríamos esperar? Jackson pertenece a esa rara clase de científicos capaz de llamar la atención de las estrellas de Hollywood usando sus trucos, convertir sus análisis en lo que podría ser una película titulada Escape de Malibú: "Imaginad que la gente rica tiene que irse a vivir a lugares como Montana o Wyoming, y que los sin techo no tienen otro remedio que residir en un sitio tan precioso como Malibú, ya que no pueden permitirse otra cosa. Es como si en España la Costa Brava fuera un sitio tan desagradable que nadie viviría, y todo el mundo tuviera que escapar al centro del país".
Todo esto está pasando. En varias áreas marinas, el agua se ha hecho tan cenagosa "como una sopa". Jackson explica que han surgido 150 zonas muertas en los océanos, zonas que sólo acogen bacterias y medusas, lo que no es muy alentador. Nos devuelven a los paupérrimos mares de la era cámbrica, hace 500 millones de años.
¿Mares muertos, cómo es posible?
El nitrógeno y los fosfatos entran en el mar procedentes de la agricultura. Los nutrientes alimentan a las algas, y ocasionan una sobreproducción. Los animales que comen algas y bacterias no dan abasto. Crecen y crecen. En vez de ser comidas, terminan muriendo y caen al fondo. Pero su metabolismo ha robado casi todo el oxígeno al agua, lo que mata a la mayoría de los animales. Donde había peces grandes, camarones, etcétera, un ecosistema rico en pesca, ahora sólo encontramos bacterias y medusas. Como en el golfo de México. Queda oxígeno en la superficie, pero no en el fondo.
¿Qué tamaño alcanzan esas áreas muertas?
Unos 12.500 kilómetros cuadrados en el golfo de México. El mar Báltico, a veces es una zona muerta. El norte del mar Adriático es una zona muerta. Y el Mediterráneo podría ser una zona muerta. ¿Qué pasaría si en Mallorca oliera a huevos podridos por culpa de este proceso? Las zonas muertas están creciendo en todo el mundo. Todavía sólo se dan en la costa, bahías y los mares cerrados. El problema es la revolución verde, la agricultura que se necesita para alimentar a la gente. Se están usando cantidades excesivas de nitrógeno y fosfatos, por lo que el mar es un poco el servicio de todo el mundo.
Hay bastante preocupación por el Mediterráneo.
Corre un gran peligro. Es un mar completamente rodeado de tierra. Como un retrete gigante. Todas las poblaciones mediterráneas crecen, en especial las africanas. Estuve en El Cairo hace poco y es una urbe del tamaño de Ciudad de México. Produce una gran cantidad de contaminación sin control. Todos estos lugares descargan sus nutrientes y desechos al Mediterráneo. Lo que antes fue un paraíso, ahora puede convertirse en una zona muerta.
Como instalar la casa al lado de un conjunto de servicios públicos atestados.
Sí, y con un olor que es todo un desodorante...
Ha comentado que a veces los mares perjudican la salud de los surfistas. Tras un huracán, por ejemplo, han de esperar más de 72 horas para volver al agua. ¿Por qué?
No necesitas ni siquiera un huracán para que suceda. En lugares como Los Ángeles o San Diego, basta una simple tormenta de lluvia. Aquí no llueve a menudo. Y cuando ocurre, lo hace de forma muy violenta. Todo el agua que está en las plantas depuradoras se desborda, hay mucho que depurar, y va al océano. Los surfistas se ponen enfermos. Es el océano Pacífico, no una zona muerta. Se trata de una costa muy larga, con grandes olas que empiezan en China y que llegan hasta California. Y a pesar de ello, la gente enferma por culpa de la contaminación.
Jackson se ha enfrentado a varios huracanes y conoce los destrozos que causan en los arrecifes de coral, aunque asegura que forman parte de estos ecosistemas. En 1980 aguantó las embestidas del huracán Allen en Jamaica, junto a su esposa, Nancy ?una experta buceadora?, y 50 científicos. Todo silbaba a su alrededor "con un ruido ensordecedor, esperando que el techo se nos cayera encima". El día después salió para investigar los daños. "Había luz por la mañana, y era posible ver las olas de veinte metros y los corales destrozados". Realizó un estudio minucioso para explicar cómo se repondrían los corales en el futuro, que publicó en la revista Science. Por entonces creía que la falta de peces grandes no enturbiaba la belleza del paisaje. Resultó que los corales nunca se recuperaron. Jackson se equivocó. Y fue un error que le "hizo ver la luz", marcando una inflexión en su carrera.
Había algo más que no tuvo en cuenta. ¿Qué era?
Nosotros habíamos cambiado el ecosistema hasta el punto de que no contaba con todos los participantes que le asegurasen una normal recuperación. Tres años después del paso del Allen ocurrió otro desastre: la muerte del erizo Diadema antilarum. Los había por millones, y eran muy tóxicos si los tocabas. Murieron por una enfermedad que nunca se identificó. Ya que no existían peces que comieran algas, los únicos organismos que lo hacían eran estos erizos. Al desaparecer, las algas invadieron el arrecife, y el ecosistema cambió en una semana. Un año después pasó de un 70% de corales vivos a una superficie entre el 2% y el 5%.
¿Cuál es la salud global de los corales?
El Caribe refleja la peor situación. Podemos afirmar con bastante certeza que sólo queda el 20% de los corales que existieron en el pasado. La combinación de especies ha cambiado completamente. Cuando hay corales, son más pequeños. En Australia, quizá se conserva el 50% de los arrecifes. Los australianos han decidido proteger la tercera parte de la Gran Barrera Coralina de la sobrepesca. En los países más pobres, como Fiji, Indonesia o Filipinas, la presión pesquera y las enfermedades han destruido los arrecifes coralinos. El Índico, que tiene el tamaño de Europa, experimentó en 1998 un aumento de temperatura: el 80% de los corales de aguas poco profundas se blanqueó y una tercera parte murió, lo que representa un 20% de todos los corales. Y esto ocurrió en sólo unos días.
Usted ayudó a fundar una página 'web' (www.shiftingbaselines.org) para entender la destrucción de los océanos. ¿Qué le animó a usar este medio de divulgación?
Una persona que nunca ha visto un arrecife de coral viaja desde España hasta Tahití y paga 500 euros por un día en el mar. Los que llevan el negocio son gente muy sofisticada y quieren impresionarle, así que le llevan a visitar un arrecife con unos corales pequeños, esponjas y pececitos de colores magníficos, y entonces exclama: ¡qué maravilla!, ¡hemos visto peces de 10 centímetros de tamaño y unos corales espléndidos! Yo, en cambio, me echo a llorar. Lo que veo es un cementerio de corales muertos, sin los peces que existieron. Se puede decir que es un arrecife de fantasmas. Pero para el turista es magnífico. Y si la gente está contenta con la situación, ¿cómo puedo convencerles de que han pagado para nada?
Jackson explica que aún existen mundos perdidos. Recientemente estuvo en el arrecife Kingman, en el Pacífico, totalmente deshabitado, y se quedó maravillado de los fantásticos corales y los tiburones de gran tamaño. Entonces visitó el atolón Kiritimati, descubierto por el capitán Cook en 1777. Ahora tiene 5.000 habitantes, y sus corales están llenos de "peces minúsculos". Pero los relatos de Cook hablan de "aguas que hervían de tiburones tan hambrientos que mordían nuestros remos". La presencia humana ha sido determinante.
¿Realmente es tan difícil encontrar ahora peces grandes en el mar?
Cuando Colón viajó a América en 1492 existían en el océano Atlántico 10 especies marinas que superaban en tamaño al barco en que viajaba. Se hablaba de monstruos marinos, pero esta gente no estaba loca. Para ellos, viajar en un barco de más de 21 metros y encontrar una ballena mucho más grande tendría que ser una experiencia impresionante. Y se daban casos de ballenas que atacaban a los barcos en tiempos pasados. Era un mar completamente diferente. En el segundo viaje de Colón, las descripciones de los españoles sugerían que ellos no podían avanzar con sus barcos debido a la enorme cantidad de tortugas verdes, miles y miles de estos animales de 500 kilos cada uno. Y con respecto a los tiburones, tengo que decirle, como biólogo marino, que en aquellos tiempos hubiera sido imposible bucear sin una jaula de protección.
¿Qué ocurre con los tiburones ahora?
Hay una sobrepesca de tiburones en todos los mares. Ren Myers, que murió recientemente, era el autor de un estudio que decía que el 90% de los peces grandes es víctima de la presión pesquera. En su último trabajo habla de la extinción de los tiburones. Son vivíparos, como nosotros. Y tienen muy pocas crías, entre 10 y 50 crías cada año; no como los atunes, que generan millones de huevas. Hay especies de tiburones y rayas que nadie ha visto en décadas en el Atlántico, y tememos que se hayan extinguido.
En una de las películas de su antiguo alumno Randy Olson se muestra una escena en la que una pareja va al restaurante para pedir el plato de pescado del día, y entonces a ella le sirven una medusa viva flotando dentro de un cuenco. El camarero se excusa diciendo que eso que es lo que han cogido ese día, y lo que tendrán al siguiente. Y coloca una factura de casi 400 dólares sobre la mesa. ¿Hasta qué punto refleja la realidad?
En España, los vascos eran los pescadores más eficientes del mundo durante los siglos XV y XVI, y hay quien piensa que descubrieron América y guardaron el secreto para reservarse los caladeros de bacalao. ¿Quién se podría haber imaginado un mundo sin bacalao? Pues bien, ahora está ocurriendo. Hace cuatro siglos pescaban en el noroeste del Atlántico, en uno de los lugares más ricos del mundo en bacalao [en Terranova]. En 1982, la pesca entró en crisis porque el Gobierno de Canadá no protegió adecuadamente la zona, y 35.000 personas perdieron su trabajo. Ahora están capturando? medusas, en esta zona que era el centro mundial del bacalao. ¡Pescan medusas porque no hay bacalao! Y las venden a China. La película es una broma, pero describe una situación real. Lo mismo ocurre en el golfo de México, ahora se están pescando medusas. ¡Y son crujientes! ¡Se pueden comer, aunque no es lo mismo!... [risas].
Cuando vamos a una buena pescadería y pedimos merluza, a nadie se le ocurre pensar que cada vez hay menos pescado.
Es por los subsidios a la pesca. Los Gobiernos ayudan a los pescadores, sus barcos, y por eso los precios no están aumentando. Se está robando los peces de otros países porque pueden pagar. En el este de África, la corriente de Bengala es un área de afloramiento, y por eso la producción es muy alta. ¿Quiénes están pescando ahí? Los africanos, no. Los gringos, los españoles, los ingleses, los japoneses, que luego se llevan el pescado a sus países. Por eso los precios se mantienen bajos, ya que se pesca en todo el mundo. Todavía se pueden comer aquí tapas de bacalao, pero en el futuro tendremos que consumir tapas de medusa.
¿Es posible una selección natural acelerada para explicar por qué cada vez se pescan peces de menor tamaño?
Sí. El nivel de selección es tan fuerte que después de una presión excesiva de pesca mantenida durante 20 o 30 años los peces maduran a una edad más temprana. Si, por ejemplo, una especie antes no se reproducía hasta cumplir los siete años, ahora alcanza la madurez reproductiva a los tres o cuatro, con un tamaño mucho más pequeño. Cuando ocurre algo así es muy difícil cambiarlo. Estamos sacando del mar los peces más grandes que han alcanzado la edad reproductora. Lo que significa que podemos tener poblaciones nuevas completamente distintas, aumentando el porcentaje de los más pequeños, con una edad de reproducción cada vez menor. Sabemos que entre los 12 y los 15 años la gente tiene ya la capacidad de reproducirse. En este caso, sería como si los niños de cuatro años tuvieran la madurez para hacerlo. Es lo que está pasando con muchas especies de peces en el mundo. En mi opinión, el problema más serio para la gente es que dentro de poco tiempo no tendremos pescado.
A Jackson no le gustan las predicciones, aunque lideró un amplio grupo de expertos que pronosticaba el fin de los caladeros en unos 40 años. Cree que tendremos que recurrir masivamente a la acuicultura para alimentarnos. Dentro de algunas décadas, todo el mundo comerá tilapia, un pez africano cuyo crecimiento es tan acelerado en las piscinas que sus cultivadores tienen que separar los sexos para evitar la sobrepoblación. Es el tercer pescado más importado en Estados Unidos, mientras que China ya es el primer productor mundial. Respecto a los salmones de granja, Jackson es tajante: no tiene sentido usar la harina de pescado recolectado en el mar por las redes de arrastre para alimentarlos. "Es algo que debe acabar". La analogía equivaldría a matar leones en la selva para alimentar a los leones criados en las granjas y después sacrificarlos para comerlos.
¿Cómo ve el futuro de la pesca?
No se saldrá al mar si no hay nada que pescar. La gente en este negocio no es estúpida, y si no se paga para pescar, no habrá pesca. Si se da alguna posibilidad de protección en el futuro tendremos entonces peces en el mar sobreviviendo en sitios remotos. La pesca será equivalente a lo que fue la caza de animales salvajes en los primeros tiempos. Es una cosa de locos. En el siglo XXI se estará cazando en el mar. ¿Cómo puedes pretender alimentar a 6.500 millones de personas mediante la caza? No tendremos más remedio que manejar el alimento del mar de una forma más eficiente, lo que pasa por la acuicultura.
Señor Jackson, ¿de donde surgió esa pasión por los océanos?
Mi padre fue capitán de la marina mercante. Tenía licencia para navegar en cualquier barco y lugar del mundo. Pasó a la vida civil y se convirtió en un historiador marítimo. Cuando era un crío me leía historias sobre los piratas del Caribe. Pensé que quería ser historiador como él, y en cierto sentido lo soy, un historiador de los océanos. Mi doctorado es en paleontología, por lo que estudio la historia de tiempos remotos. Me ha permitido pensar como historiador, y entender los problemas de los océanos quizá antes que muchos de mis colegas. Un paleontólogo piensa abarcando mucho tiempo; para un ecólogo, 10 años es mucho. En mi caso, se trata de miles o millones de años. Los ecólogos encuentran muy difícil ver el pasado. Pero eso es parte de mi trabajo.
¿Por qué decidió saltar a la arena de los medios de comunicación y contactar con Hollywood... Se le ha visto reunir en sus conferencias a estrellas como Dustin Hoffman o Ben Stiller.
Randy Olson, que es responsable de la página web, es quien me ha inspirado. Tiene un doctorado en biología marina por la Universidad de Harvard. Acudió a la escuela de cine de la Universidad de California del Sur, la más famosa en Estados Unidos, para convertirse en director de cine. Cambió su vida al encontrar lo difícil que era comunicar, como científico, todos estos problemas de los que hablamos. Yo prefiero seguir siendo científico, pero lo que he aprendido de él es que no es suficiente escribir artículos en revistas científicas. Ni siquiera es suficiente escribir en un gran periódico, como The New York Times o El País, para cambiar realmente la forma en que piensa la gente. Tienes que alcanzar a la gente para interesarla al máximo, y eso significa la televisión y el cine, cualquier tipo de medio. Creo que, para que se produzca un cambio, el científico tiene que salir del laboratorio para hablar al público. Trato de hablar en sitios que no sean universidades. No es que sea una pérdida de tiempo, pero hay que dirigirse a los banqueros, a la gente de negocios, a los ciudadanos normales? Nada puede cambiar hasta que no lleguemos a la gente de la calle. Si no les dicen a los políticos que cambien la situación, nada va a suceder.
¿Ha conocido a los grandes comunicadores de la naturaleza, como Jacques Cousteau o David Attenborough?
Conocí a Cousteau. La persona que le ayudaba a escribir sus libros era amigo de mis padres. Cousteau estuvo en su casa durante los años cincuenta. Un hombre muy elocuente e interesante, ya que no era un científico. De niño vi su película El mundo silencioso. Maravillosa. Debemos reflexionar sobre por qué hemos perdido la ventaja que nos dio. Era un comunicador tan grande que atrajo la atención de todo el mundo, pero los científicos le hemos dado la espalda. Necesitamos a gente con ese carisma, y no creo que sea el caso de David Attenborough. Hace unos programas magníficos, pero no le gusta hablar, sólo lo hace con grupos pequeños o colegas de la televisión en Estados Unidos, la BBC 4. Necesitamos a alguien que hable a todos.
Se le ha criticado por convertirse en comunicador.
Oh, desde luego que sí. Lo que ocurre es que soy ya un poco viejo, y realmente bastante conocido como científico. Mis credenciales facilitan las cosas. Es difícil decir que no sé de lo que hablo. Pero sí, incomodo a algunos, y me dicen: "Ése no es tu trabajo, sino el de otra gente". Carl Sagan ha sido el mayor intérprete de la ciencia para el gran público, fue muy popular. ¿Y qué dijeron los físicos? "No puedes estar en la Academia Nacional de Ciencias, eres un chico malo". Yo tengo una hija y un hijo, y un nieto de un año. ¿Qué mundo van a ver dentro de 50 años? ¿Cómo puedo negarme a hablar de las cosas que conozco y que van a afectar sus vidas? No hablar sobre los problemas me parece hasta criminal. Hemos enjuiciado severamente a la gente que estaba viva cuando ocurrieron grandes atrocidades del siglo XX, como la II Guerra Mundial o las masacres de judíos y rusos. Decíamos: "Fijaos qué gente tan horrible, que no hicieron nada para impedirlo". Bien, fueron sucesos más horribles, de acuerdo, pero no creo que haya mucha diferencia respecto a la actitud de saber todo lo que está pasando con el medio ambiente y no hablar de ello. Creo que es responsabilidad de los científicos alertar de lo que creemos que es cierto. Mi trabajo como científico es proporcionar información al público, que es quien paga nuestras investigaciones. Si estuviera trabajando sobre el cáncer y guardara para mí los secretos, la gente moriría.
A usted le diagnosticaron un cáncer de próstata.
Me dijeron que iba a morir. Tuve suerte, pasé por quimioterapia, radioterapia, y me planteé las cosas en el sentido de que la vida es cómo la vivimos. En 2001, cuando estaba bajo tratamiento, escribí un artículo en Science, 'La sobrepesca histórica y el colapso reciente de los ecosistemas costeros', que mantiene que hay una relación entre ambos, y tuvo un impacto inmenso en los medios: entrevistas, etcétera. Estaba enfermo, pero hablaba de la salud de los océanos. Me dio fortaleza al concentrarme en otros asuntos.
Pasó su juventud en Coconut Drive, un pueblo de Florida lleno de artistas y creadores. ¿Qué recuerda?
En los años cincuenta no era más que un pueblecito de 5.000 personas, y solía ir a la escuela en bicicleta. Mi padre era profesor, y mi abuelo, novelista y guionista, buen amigo de Bertolt Brecht. Vivió en Hollywood y escribió unas películas terribles, comedias dramáticas, que servían para pagar las facturas. Mi madre escribía las críticas literarias de The Miami Herald. Y yo conocí allí a una mujer maravillosa llamada Marjory Stoneman Douglas, autora de un libro sobre los Everglades.
¿Cuál es su peor pesadilla?
A veces pienso en un bosque controlado por los suizos, con todos los árboles ordenados en filas perfectas [risas]. Aunque eso es mejor que el mundo de las películas de Mad Max. La cuestión es saber cómo vamos a evolucionar. Es el gran desafío que tenemos.
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