El Prado amplía su horizonte
Iniciada en marzo de 1995 con un fallido concurso internacional, que se declaró desierto, la imprescindible ampliación del Museo del Prado no pudo empezar peor. Tampoco mejoró la ansiedad colectiva generada al respecto la resolución del segundo concurso, esta vez restringido, a fines de 1998, no porque el arquitecto ganador, Rafael Moneo, suscitase dudas, sino porque el excesivo e innecesario intervencionismo político y la deficiente explicación pública del proyecto alentaron la inquietud general, que fue inmediatamente aprovechada por incompetentes y desaprensivos para generar una absurda polémica mediática, que amenazó seriamente con frustrar su realización. Es importante recordarlo ahora, pero no para reparar la injusticia que se cebó sobre un gran arquitecto español, de indiscutible crédito internacional, ni tampoco, aunque más, por lo que, otra vez, reveló el frívolo tratamiento de la quizás más prestigiosa institución cultural de nuestro país, sino por el afortunado final feliz de esta melodramática comedia de enredo.
El modelo de reforma de este edificio inicia una nueva senda en la remodelación de museos históricos
Muy sumariamente resumidos, he aquí los argumentos, desde mi punto de vista, más decisivos para celebrar la ya concluida primera fase de la ampliación del Museo del Prado: en primer lugar, el funcional de, por fin, resolver las angosturas del histórico edificio, asediado por mil problemas para cumplir con las exigencias de su modernización técnica y de su adecuado servicio público; en segundo, el histórico-artístico, que comprendía tanto el respeto al edificio de Villanueva, como su delicada inserción en una zona urbanística de Madrid muy sensible; y, en tercero, el estético, ya que el proyecto, a pesar de las nada triviales cortapisas mencionadas, no debía, en principio, desmerecer en comparación con las espectaculares y muy publicitadas ampliaciones previas de otros museos internacionales de parecido rango.
Como ahora se ve, la designación de Moneo para llevar a cabo esta muy difícil empresa ha sido un acierto, al margen de que éste a priori tuviera todos los títulos y reconocimientos. No en balde Moneo fue el autor de la nueva Estación de Atocha y el Museo Thyssen-Bornemisza, y, por tanto, estaba particularmente cualificado para entender este complejo y decisivo tramo de la ciudad. Pero además había demostrado, durante su ya larga trayectoria, una capacidad para sustraerse a la retórica y funcionar con esmero en los márgenes de actuación más estrechos. En realidad, ha logrado una obra perfectamente integrada con la de Villanueva, acertando al prolongarla por su espalda, no sólo porque de esta manera la continúa y la realza, sino porque ha salvado con limpieza el engorroso problema de conjugar los Jerónimos y su famoso claustro en el conjunto, que ahora, en efecto, lo es, y no, como antes, de una simple manera fáctica. Más: ¿cómo no reparar y apreciar la brillante sintonía inesperada entre la ampliación de Moneo y, salvando la travesía del paseo del Prado, el edificio frontero que, en 1949, diseñaron Francisco Cabrero y Rafael Aburto como Casa Sindical, hoy Ministerio de Sanidad? Y aún: ¿cómo no quedarse verdaderamente complacido por el refinadísimo y muy meditado cuidado de los detalles, materiales, texturas, luces, colores, perspectivas, ornatos (¡qué maravilla la puerta de Cristina Iglesias!), ajardinamiento (¡qué adecuada e importante, si se tiene en cuenta la vecindad con el Jardín Botánico, la rasante plantada de macizos de boj!) y recorrido exterior, como el de ese conquistado paseo ambulatorio desde la Puerta de Goya, que así ha dejado de ser el embudo que había que retrepar hacia las calles de Felipe IV o Ruiz de Alarcón?
Por lo demás, es evidente que la ampliación de Moneo se ha apartado de la moda de los edificios como espectáculo, que se han cebado especialmente en el diseño, rediseño o ampliación de museos, pero ¿no será precisamente por eso, desde luego, la solución más original, admirada y, desde mi punto de vista, admirable? ¿No estaremos, por una vez, verdaderamente a la vanguardia, y no, como casi siempre, siguiendo tarde y mal lo que hacen los demás, se ajuste o no a la que de verdad nos conviene? Sin duda, cada cual podrá opinar lo que quiera, pero me atrevo a pronosticar que el modelo de ampliación del Museo del Prado inicia una nueva senda en la remodelación de museos históricos, muy concordante con la etapa dorada que hoy vive, se mire por donde se mire, la institución. A tan sólo doce años de la conmemoración de su bicentenario, ¡a fe que el Museo del Prado se merecía este rumbo venturoso!
Babelia
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