El triunfo del zurdo
Toda la trayectoria de Luis Gordillo es un viaje al fondo neurológico del cerebro, según diversas etapas y perspectivas de aproximación. Se demoró en el arranque de su trayectoria artística, que inició tarde, tras cursar la carrera de Derecho y de Piano en Sevilla, pero, una vez que cobró el impulso agónico para extraer la faz y la interfaz del misterio psíquico, no cejó en el empeño, primero, a través de ondas crisis personales, y, después, dominando progresivamente la suerte. Hacia fines de la década de los cincuenta, un Gordillo inteligentemente avisado de la modernidad, dio un primer salto hacia el informalismo, mirando a Tàpies, Wols, Dubuffet y Fautrier, y, un segundo, ya en los sesenta, descubriendo el pop art. Este descubrimiento hizo que la materia orgánica se cuajara en moldes figurativos, que tomaron, cómo no, el aspecto de cabezas. Fue el primer síntoma de la bipolaridad que articuló el estilo de Gordillo: a medias entre el informalismo y la figuración, pero también, ya dentro de esta última, entre el ácido pop americano y el más pictoricista británico.
Ya a fines de los años sesenta, Gordillo se inició como un punto de referencia esencial del arte español, aunque este hecho pasase desapercibido para la sociedad de nuestro país, por aquel entonces muy poco interesada en el arte y, menos, en su vertiente vanguardista, justo lo contrario de lo que ocurre hoy. Desde esta posición privilegiada que, por supuesto, a él no le sacó de la miseria, Gordillo inspiró a la nueva figuración madrileña de la década de 1970, que tantos nombres ilustres ha dado al arte español. Pero fue a partir de los ochenta, cuando inició su carrera rampante a la madurez de su propio estilo y a la obtención del reconocimiento social plenario de su valía, que hoy se consagra con el Premio Velázquez. El mérito de Gordillo es que, con o sin éxito, siempre ha seguido su personal senda y nadie hoy se confunde al distinguir de inmediato lo singular de su estilo. No lo ha tenido fácil, como nunca lo tienen, para entendernos, los zurdos; esto es: los que hacen lo que la gente no entiende y le gusta de primeras. Su arquitectura figurativa de un organicismo meándrico y su cromatismo ácido son evidentemente perturbadores, pero el arte ha sido, es y será mientras dure una perturbación: un memorial que testimonia las pérdidas. En ese sentido, Gordillo, como decía al principio, ha buceado en el interior de sí mismo de una manera implacable sin reparar en gastos propios, ni tampoco en los ajenos, con lo que esto significa de automarginación. En cualquier caso, su historia es aleccionadora, porque su solitaria trayectoria es precisamente la que le ha permitido acceder y transmitir más profundamente su inequívoca singularidad. A fin de cuentas, en arte no tiene demasiada importancia ser zurdo o diestro, sino aceptar lo indeclinable y lo maravilloso que resulta tu propia forma de ser.
Plenamente consagrado en la actualidad en España, la asignatura pendiente de Luis Gordillo es la de obtener el correspondiente reconocimiento internacional, que no ha acabado de cumplirse. Es cierto que la justicia artística tiene un recorrido que pocas veces se ajusta a la brevedad de una vida humana, aunque, lo llegue a conocer o no directamente el protagonista paciente, siempre acaba cumpliendo su labor, sobre todo, cuando lo que ha hecho un artista ha sido verdaderamente imprescindible, como no me cabe duda que lo ha sido la obra de Luis Gordillo.
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