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Columna
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Retrógrados

Rosa Montero

Leo que Hugo Chávez, esa luminaria de la modernidad política, ha ordenado que las empresas y fábricas venezolanas impartan cada semana cuatro horas de educación marxista a sus obreros. Por cierto que Chávez puede ordenar eso y lo que le salga de las mismas cejas, porque el pasado mes de febrero la Asamblea le autorizó para "dictar decretos con rango, valor y fuerza de ley" durante año y medio. Participe en el bonito juego de completar la línea de puntos: un dirigente que puede imponer lo que le venga en gana sin más cortapisas, ¿es un dicta...? En fin, el caso es que este individuo sigue calentándose la boca con el marxismo, lo cual es un arcaísmo que nos devuelve al siglo XIX. Pero lo peor no es que Chávez sea así, sino que todavía haya gente por el mundo capaz de considerarle una opción seria y de apoyar algo tan obsoleto. Todo esto forma parte de la ola retrógrada que nos invade, de una pulsión profundamente reaccionaria que recorre el planeta. Es el miedo a los cambios y al progreso.

Vivimos vertiginosos tiempos de mudanzas, y cada vez que la historia se pone en movimiento hacia delante, la parte más rancia de la sociedad crea un contrapeso regresivo. Y así, frente al avance del sistema democrático, de las supranacionalidades, de la liberación de la mujer y el respeto a las minorías, se recrudecen los integrismos religiosos (los islámicos pero también los cristianos), el hipernacionalismo criminal, los anhelos totalitarios marxistas o fascistas. Un detalle revelador: hay un autor norteamericano de ciencia-ficción, John Lange, que ha escrito una treintena de malas novelas sobre el mundo imaginario de Gor, una sociedad feudal primitiva, de castas, delirantemente machista, esclavista (las esclavas son sometidas a las tópicas vejaciones sexuales del porno más barato) y arbitraria: "Gor no es justo, Gor es Gor". Pues bien, se están creando en todo el mundo clubes de Gor, y juegos de rol, y regiones Gor en mundos virtuales como Second Life, llenos de hombres y mujeres que sueñan con regresar al medievo. Y lo peor es que podemos regresar, porque el progreso no es algo inevitable. Por eso hay que luchar cada día por mantener lo conquistado, contra el miedo a la libertad y contra la añoranza de la tiranía.

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