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Columna
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Cría cuervos

Resulta muy difícil escribir cuatro líneas sobre Bilbao en estas fechas pasadas de Semana Santa. Salvo los momentos de pía concentración humana a la espera de una procesión -hay un lento crecimiento y presencia de estas manifestaciones religiosas más propias del barroquismo de otras latitudes-, la villa parece una ciudad fantasma. A las cuatro de la tarde, unos cuantos matojos rodantes auspiciados por el Ayuntamiento como elemento decorativo -y no esos números y letras que declara el alcalde obra artística, hechos, además, en chapa oxidada como la chatarra- nos darían el ambiente de una aldea del Far West. Lo malo de una ciudad solitaria a esas horas, y eso se lo debemos también al cine americano, es que da sensación de miedo. Menos mal que suele aparecer alguna cuadrilla de rezagados turistas catalanes que preguntan por un sitio donde comer. Y como te temes que todo lo que conoces esté cerrado, los envías, apostando sobre seguro y avisando de que no dan arroz a banda, a algún hotel.

Bilbao no me da para escribir. Salgamos a la periferia, como el resto de sus habitantes, evitando los embotellamientos. Resulta terrorífico lo que está pasando con los buitres ahí al lado, en la comarca de Karrantza. Es esta una historia para no dormir. Una cosa es criar cuervos, que ya dice el refrán que te sacarán los ojos, y otra más seria es que hayamos alimentado a los buitres a papo de rey, a carroña boba, en el muladar de Ordunte. Animados por la más bondadosa actitud conservacionista, les hemos tratado muy bien y han debido de proliferar una barbaridad. Hasta tal punto que las autoridades les han cerrado el restaurante y ahora, tras planear amenazantes sobre nuestras cabezas, malcriados ellos, bajan al aprisco y se comen, tras matarlas, a nuestras más hermosas ovejas y sus corderos.

Esto sí que me da miedo, teniendo en cuenta, además, lo solitario que está nuestro parque de Doña Casilda en estos días. La posibilidad de que bajen esas bestias hambrientas, educadas en una especie de Concierto Económico generoso, y maten a mi pequinés para comérselo me pone de los nervios. Además, serán criaturas de Dios, pero vistos de cerca, con esos andares cheposos, dan un miedo... Quizás a las generaciones recientes, acostumbradas a ir al dentista desde los tres años, y también a centros de conservación de la naturaleza, a coger serpientes con la mano y jugar con buitres, no les impresionen tanto, pero a mi me sigue dando mala espina. Como a los clásicos, como a Alejandro Magno, a Julio César y al supersticioso de El Gallo, que consideraban de mal agüero buitres, cuervos y serpientes. Luego pasa lo que pasa: "Papá, a este buitre me ha sacado el ojo".

No tengo ni idea de ecologismo, las cosas como son. Pero, probablemente, nos pasamos con bondades ecologistas ante esta especie, esperando por su parte un comportamiento racional semejante al nuestro. El famoso buitre leonado seguramente estuvo en un gran riesgo de extinción -lo decía nada menos que Félix Rodríguez de la Fuente-, pero ahora lo que se puede poner en peligro es la ganadería del valle. Y, ya es mala pata, para cuatro lobos que aparecen por Vizcaya siempre lo hacen por allí. Y cuando no son lobos son perros asilvestrados, que no los distingues de los que siguen siendo fieles amigos del hombre.

Seguro que alguien se ha pasado mimándolos, y, ahora que se decide dejar vacía la buitrera de carroñas, van a lo fresco, que es más exquisito. Es un nuevo ejemplo de cómo la mano (la mala) del hombre puede transformar en rapaces a los carroñeros; el cría cuervos del refrán: mándalos a estudiar a Yale y vendrán a invadirte con la VII Flota estadounidense. Trata a los buitres a mesa y mantel, y acaban pidiendo filetes de primera.

Hace no mucho tiempo tuve que parar mi coche en el puerto de Dima porque andaban por allí una veintena de ellos dando sus brinquitos poco gráciles, cortando la calzada, y hasta que no se aburrieron estuve parado. Ahora me avisan de que no pase por tal calle, que se están manifestando; y el otro día aparece uno en una foto sosteniéndole el paraguas a Otegi. Y pensar que hace unos pocos años estaban en vías de extinción. ¿Qué hemos hecho?

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