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Vestimenta, rosquillas, perdón y reencuentro

Eran las tres de la madrugada de una noche de julio de 1984. En el juzgado de guardia de Madrid compareció un señor de unos 80 años acompañado de otro de algo más de 40. Se identificaron como curas y querían hacer uso de una ley de hábeas corpus aprobada dos meses antes. Eran José María de Llanos y Enrique de Castro y querían garantizar los derechos de un grupo de jóvenes del barrio de Vallecas detenidos unas horas antes.

Al padre Llanos no le volví a ver más, si bien su expresión bondadosa, su extremada educación y los datos que me había facilitado años antes una tía mía que colaboró con él en el Pozo del Tío Raimundo me llevaron a interesarme sobre aquel sacerdote de quien alguien dijo que sería el único santo con boina de todo el santoral. Para la historia ha quedado su capacidad para liderar el movimiento obrero de la periferia de Madrid y transformar un poblado de chabolas en uno de los realojamientos más admirados de Europa.

En cuanto a Enrique de Castro, el destino quiso que nuestras vidas se entrecruzaran. En mis años en la Oficina del Defensor del Pueblo pude conocer su dedicación a ayudar a los más excluidos dentro de los excluidos. Cuando Enrique acudía a esa institución era para interceder por algún preso que, en fase terminal, seguía en prisión con grave riesgo de fallecer allí. En dos ocasiones, en las prisiones de Ocaña y Alicante, tras la intervención del Defensor del Pueblo, pudieron salir dos presos por su estado de salud. Fueron acogidos y cuidados por la única persona que se preocupaba de ellos: Enrique de Castro. Su entrega desinteresada a los demás me llevó a pensar que ojalá cada necesitado tuviera detrás un ángel de la guarda llamado Enrique de Castro.

El trato que fuimos teniendo hizo que me invitara a una asamblea en la parroquia de San Carlos Borromeo. Nada más llegar me sorprendí: yo estaba acostumbrado a visitar iglesias con muchas imágenes y allí sólo estaba Jesús en la cruz. Uno de los colaboradores, Pepe Lázaro, quiso situarme: "Esta parroquia es especial. Todos somos pobres, y, a pesar de ello, el santo que le da nombre es el patrón de la banca".

Aquellas tres horas largas que duró la asamblea fueron la viva imagen de uno de los pronunciamientos que realizó el Concilio Vaticano II cuando afirmó: "La Iglesia reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente". Durante ese tiempo recordé aquellas palabras de Jesús: "Tuve hambre y me disteis de comer, estaba en la cárcel y vinisteis a verme". Allí estaban madres a las que la droga les había quitado a sus hijos, hijos -muchos de ellos adolescentes inmigrantes- que no tenían dónde ir, drogadictos que se aferraban a la vida, insumisos buscados por la justicia, ex presidiarios, algún condenado disfrutando de permiso y muchos hombres y mujeres de Entrevías que deseaban un mundo mejor y más justo.

Hace unos días he leído con sorpresa la noticia del cierre de esta parroquia. Ello me ha llevado a escribir estas líneas, tras asistir a un acto religioso donde han resaltado el perdón como la esencia del cristianismo. Creo que ni la Iglesia ni el barrio de Entrevías pueden permitirse el lujo de perder a los curas de San Carlos Borromeo. Conociendo a Enrique de Castro y a Javier Baeza, estoy convencido de que celebraron actos religiosos sin llevar puesta la vestimenta adecuada y seguro que en la comunión repartieron rosquillas, pero su buen hacer y su entrega a los demás les hacen merecedores de ese perdón que es la esencia del cristianismo.

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Todo perdón necesita de un sincero propósito de enmienda. Enrique, Pepe, Javier: quienes os apreciamos sabemos que sin vuestras obras muchas personas quedarán desamparadas. Por ello, manteniendo la esencia de vuestro buen hacer y agotado todo el diálogo que fuera preciso, si a pesar de ello se mantuviera la orden de cierre, utilizad vuestra vestimenta, repartid las rosquillas al final de la misa y, así, todos contentos. Que tras el perdón y el propósito de enmienda venga el reencuentro y de esa forma siga para siempre abierta la parroquia de San Carlos Borromeo.

Ángel Luis Ortiz González es juez de vigilancia penitenciaria.

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