Salonitis aguda
- Dudas e ilusiones. Queda una semana para el Salón del Cómic de Barcelona. Estrictamente, y siendo justos, unas horillas más, que bien le vendrán a más de un editor, desesperado y estresado en estos momentos para conseguir que las novedades lleguen a tiempo. Y no pocas, que este año la coincidencia con la celebración del Día del Libro parece haber despertado una fiebre publicadora como nunca se ha visto: en una semana aparecerán más de 300 títulos.
El Salón celebra sus bodas de plata en un momento aparentemente dulce para la historieta, con una mayor presencia en los medios, un aura de respetabilidad impensable hace apenas un año, impulsada por el recientemente instaurado Premio Nacional del Cómic, y un indudable aumento de ventas. Sin embargo, la realidad es terca y sigue hablando de tiradas ínfimas y de autores que deben buscar en el extranjero posibilidades serias de vivir de su trabajo.
- Lecturas presaloneras. Resaltemos algunas: la primera, la esperada Chino Americano, de Gene Luan Yang (La Cúpula), un libro que viene avalado por ser el primer tebeo en la historia candidato al prestigioso National Book Award americano en su categoría juvenil. Luan Yang construye una atractiva fábula sobre la segregación social del inmigrante a partir de la leyenda china del Rey Mono. La segunda, el comienzo de la edición en España de Castle Waiting, de Linda Medley (Norma Editorial). Una deliciosa revisión de los cuentos clásicos que comienza justo el día después de que sus protagonistas "fueran felices y comieran perdices", contando la historia de aquellos actores secundarios que sólo tuvieron una aparición fugaz o una pequeña frasecita.
- El efecto Persépolis. El éxito de Marjane Satrapi ha provocado una ola de obras de similares características, que aprovechan la visión autobiográfica para adentrarse en sociedades poco conocidas para el lector europeo. Buen ejemplo puede ser Mi madre era una mujer hermosa, de Karlien de Villiers (Glénat), en el que la autora cuenta su vida infantil en la Suráfrica del apartheid. Verdad es que, pese a las muchas similitudes, De Villiers no tiene la capacidad sugestiva de la iraní, pero firma una obra que, sin ser redonda, consigue interesar al lector y transmitirle la visión que se tenía desde el ciudadano del terrible régimen político racista.
Babelia
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