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Reportaje:

La sonrisa y el disfraz del semáforo

Un liberiano conquista con simpatía el cariño de los sevillanos mientras vende pañuelos

Al liberiano Howard Jackson, de 34 años, no se le ha borrado la sonrisa del rostro desde que encarnó al rey mago Baltasar en la Navidad de 2001. Entonces, se emocionó "como nunca" al comprobar la ilusión que despertaron en los niños sevillanos los regalos que repartía junto con la comitiva real organizada por el colectivo Parados Mayores de 40 años. "Sentí una felicidad enorme que soy incapaz de describir", confiesa para explicar el gesto risueño que le acompaña siempre.

Con su sonrisa -contagiosa a la par que sencilla y nada forzada-; su constante amabilidad y simpatía, y su variada colección de disfraces -Papa Noel, mosquetero, duende, egipcio, escocés, romano, emperador Julio César, Cleopatra, zorro, colegiala...-, ha conquistado el cariño de los conductores y peatones que pasan por el semáforo de la antigua estación de autobuses de la plaza de Armas de Sevilla. En este lugar, convertido en su santuario particular, Jackson se gana la vida vendiendo pañuelos.

La odisea de este liberiano comenzó hace 14 años. Era 1993 y Jackson cursaba su último año de bachillerato en Monrovia. En unos meses daría el salto a la universidad. Estaba preparado para estudiar Ciencias Políticas y Economía. Con apenas 20 años, se le truncaron sus planes al verse obligado a huir de la guerra civil que azotaba a su país. "Tuve que escapar de la muerte. Perdí el rastro de mi familia y me quedé solo en el mundo", relata con los ojos humedecidos y la voz entrecortada por la emoción. Durante cuatro años deambuló sin papeles ni trabajo por Senegal, Costa de Marfil, Níger, Argelia y Marruecos. Fueron tiempos de supervivencia hasta que en 1997 saltó la valla de Melilla para entrar en España.

La Cruz Roja le recogió enfermo, desnutrido y "muy triste", recuerda. Tras tres semanas de atenciones, este colectivo humanitario le proporcionó una cédula de inscripción con la que le permitieron viajar a la península. Así llegó a Sevilla, donde estuvo bajo el paraguas de la Asociación Sevilla Acoge durante tres años vendiendo revistas y periódicos en los semáforos. Fueron tiempos también difíciles, según detalla. "Dormí muchas noches en la calle, con frío, lluvia, con miedo y hasta me robaron una vez los zapatos que llevaba puestos", relata.

Su relación con Sevilla cambió en 2001 tras encarnar a Baltasar: "Me di cuenta de que debo hacer reír a la gente. Tengo que estar feliz para provocar la sonrisa de los sevillanos". Desde entonces, olvida sus problemas cuando acude disfrazado cada día a su semáforo con una cesta repleta de 60 paquetes de pañuelos que vende a un euro (le cuestan la mitad). "Y además me dan muchas propinas", resalta Jackson, quien se deshace en elogios hacia los sevillanos: "Tengo muchos amigos, pero en general tengo que dar las gracias a todos porque son maravillosos y muy hospitalarios". Concluye con otro agradecimiento en nombre de todos sus colegas de semáforos. "Hablo por todos. Queremos agradecer la propina que nos dan o lo que nos compran porque ayudan así a miles de personas. No sólo a nosotros, sino a nuestras familias y a mucha gente de África a la que enviamos dinero", concluye.

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