La atracción de lo prohibido
Una niña entre los trece y los dieciséis. Uno de los criterios del casting: edad difícil de determinar. El televidente debe sentirse atraído por su físico, pero a la vez culpable por anhelar –utilizando el neologismo de Nabokov en Lolita– una "nínfula", una menor de edad en pleno cambio hormonal. La niña va a hacer algo probablemente relacionado con el sexo. Y nos convierte en voyeurs de primera. Nuestro gozo en un pozo. Es una simple tableta de chocolate. Muerde una tableta. Eslogan: placer adulto.
En su libro Los siete pecados capitales, Fernando Savater cuenta el caso de un apasionado por el chocolate caliente. Mientras lo saboreaba, acostumbraba a suspirar: "Está riquísimo. Lástima que no sea pecado". ¿Por qué no existe mayor atracción que lo prohibido?
La necesidad de transgredir. Dos rasgos motores de nuestra condición humana explican ese afán por lo vetado: la curiosidad y la libertad. La primera es uno de los factores que explican la formidable evolución de nuestra raza en la dimensión racional. Por otro lado, tenemos la tendencia natural del hombre a la libertad. Incluso el príncipe Segismundo de La vida es sueño, encerrado desde que nació en una prisión, anhela una libertad que no conoce, pero le es revelada por su propia condición de humano. Estos factores explicarían de modo natural nuestra necesidad de transgresión.
Desde niños, las figuras de autoridad nos indican de modo explícito e implícito los límites. Psicológicamente, el ser humano tiene la necesidad de "superar al padre". En lo social, las personas necesitamos experimentar los desastrosos resultados que suponen ciertas actividades prohibidas para aceptar por voluntad propia que esa prohibición es realmente desdeñable.
Los riesgos de prohibir. ¿Va alguien a aceptar unos límites sencillamente por la recomendación de un adulto? No se convencerá del todo hasta que no lo experimente por sí mismo. Como padres, sabemos que esa experimentación es necesaria, pero arriesgada. ¿Cómo actuar? No hay nada peor que prohibir tajantemente. En 1933, el Senado de Estados Unidos derogó la Ley Seca que prohibía y castigaba la fabricación y venta de bebidas alcohólicas. Entre otros motivos, había aumentado en más de un 10% el consumo de éstas.
Experimentar lo prohibido para olvidarlo. Oscar Wilde escribió que la única forma de vencer una tentación es dejarse arrastrar por ella. Un amigo mío, sacerdote, me explicó el caso de una mujer casada, con un hijo, que se enamoró de un compañero de oficina. Fueron amantes. La mujer pensó que lo mejor era separarse y se lo explicó a este sacerdote. Su recomendación fue la de no romper con su marido. Aquel amante tenía tantos defectos como su marido. El sacerdote promovió la llamada terapia estratégica. Forzar a experimentar con lo prohibido para que la brecha entre idealización y realidad se disipe.
¿Cómo eliminar entre nuestros hijos la atracción por lo prohibido sin inducirles a peligros? La solución es hablar de cualquier asunto con naturalidad. Tengo un amigo a quien su hijo le dijo con 15 años que no pasaba nada por tomar drogas. Mi amigo, en lugar de discutir, le condujo a un centro de rehabilitación de drogadictos. Su hijo habló con algunos internos a solas y el padre no tuvo que argumentar nada. Su hijo abandonó las drogas que estaba empezando a consumir. Hoy es ingeniero de puertos y caminos.
Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor.
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