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LA CRÓNICA
Columna
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El político que nunca pegó codazos

Que un alto cargo de la Administración anuncie su retiro sin motivos notorios es por sí solo un hecho insólito. Que un vicepresidente del Consell en la plenitud de su carrera arroje la toalla y abandone la política constituye un hito histórico por la falta de precedentes, además de por las circunstancias que concurren. Nos referimos, obviamente, al episodio protagonizado estos días por Víctor Campos que, como cabía esperar, ha propiciado no pocas interpretaciones, expresivas del escepticismo que suscitan los motivos familiares y personales alegados después de 16 largos años de dedicación a la vida pública. Mucho tiempo, sin duda, aunque no tan abrumador cuando se ha consumido navegando casi siempre en la cresta de la ola, como revela su denso currículo.

Por lo que se ha divulgado y hemos inquirido parece ser que la decisión era conocida desde meses atrás en los círculos restringidos del Gobierno y del PP, que evidentemente se han mostrado incapaces de impedirla, si es que alentaron en algún momento tal propósito, como aseguran. Hasta que se ha producido en el momento aparentemente menos gravoso para su partido, con la legislatura vencida de hecho y en vísperas de publicarse las candidaturas. Renunciando previamente a participar en ellas no da pábulo a las conjeturas que hubiera suscitado su ausencia en las mismas.

Pero conjeturas no han faltado, en consonancia con la singularidad del trance. Y la primera de ellas es la que intenta explicarlo como una suerte de sutil reproche al presidente Francisco Camps por la marginación a que se le venía sometiendo en contraste con la preeminencia que adquiría el consejero portavoz, Vicente Rambla, cuya designación como coordinador de la campaña electoral pudo significar la plasmación del ninguneo en que se tenía al vicepresidente, además de un anticipo del papel subalterno que probablemente se le otorgaría en el futuro gabinete.

En sintonía con esta lectura se sugiere asimismo una crisis en la relación política y aún personal con Carlos Fabra, el hombre fuerte de Castellón, a cuya sombra ha crecido, de quien era su mano derecha en la Generalitat y a quien presuntamente habría de suceder en la gestión o mangoneo de esa provincia. Una interpretación, ésta, por demás contradictoria con la fidelidad que el delfín le ha manifestado en todo momento, sobre todo cuando han arreciado las inculpaciones contra el mentado presidente de la Diputación. Una amistad que, junto a sus ventajas, sumía en un mismo destino político a ambos personajes, lo que no es un factor desdeñable al considerar la decisión que nos ocupa habida cuenta de cuán azaroso y sombrío se pespunta el futuro judicial del todavía poderoso corporativo.

Además de lo dicho, cabe pensar en probables nuevos datos que en los próximos días autoricen una interpretación más verosímil de este abandono político, del que cuesta admitir unos motivos tan elementales como los alegados por el interesado. Pero, de momento, son los más fiables, aunque resulte sorprendente esta renuncia al poder en alguien que por edad y circunstancia podía aspirar a prolongarse en el mismo, incluso por largos años. Pero también es admisible que tras los pretextos aducidos lata la convicción de que la política es un trayecto personal y que se ha llegado a su final por coherencia, falta de ambición o un golpe de lucidez. El precedente cobraría así una dimensión de ejemplaridad para cuantos se aferran a la poltrona, aunque hayan de poner zancadillas y dar codazos, lo que no ha sido el caso del vicepresidente.

Y no debemos cerrar la crónica sin mencionar, siquiera sea brevemente, al diputado valenciano al Congreso Joaquín Calomarde, víctima de las iras de su partido por haber postulado desde estas mismas páginas un PP "que crea verdaderamente en el ideario liberal". Que se consuele, a pesar de todo. En otros tiempos no remotos, liberales de su cuño habían de asentir o exiliarse. Hoy el macizo de la raza no llega a tanto, pero sigue castigando la independencia de criterio.

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El consejero de Territorio y Vivienda, el ingenioso Esteban González Pons, ha perorado en Torrent y anunciado que tiene un proyecto de VPO pero que únicamente lo llevará a cabo si el electorado de esa población, hoy gobernada por el PSPV, elige al PP en las próximas elecciones. De no ser así, se lleva el proyecto a otra población proclive a sus siglas. A eso se le llama barrer para casa y abusar partidistamente de los recursos públicos, algo que no es infrecuente en este Gobierno autonómico, pero que se tiene al menos la decencia de no airearlo. Ya ni eso. Conmigo o contra mí, como si la vivienda no fuese una necesidad previa y al margen de la opción política de los ciudadanos. Vaya demócratas.

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