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Reportaje:

Medirse a Van Dyck

La restauradora Isabel Molina explica su trabajo en 'El Prendimiento de Cristo'

Carmen Pérez-Lanzac

De un lado, El Prendimiento de Cristo: un cuadro de 3,5 metros de altura por 2,5 de ancho que inmortaliza el momento en que Jesús es delatado por Judas, obra del pintor flamenco Antoon van Dyck. Son 388 largos años de existencia. Del otro, Isabel Molina: restauradora del Museo del Prado desde 1983, con 64 años recién cumplidos y a punto de jubilarse. El día que recibió el encargo de restaurar el cuadro, hace un año, Isabel supo que sería la última gran obra que pasaría por sus manos.

"Es elegante, exquisito. No es amor de madre, pero le tengo un cariño especial"
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Un referente para sus colegas

Tras un primer vistazo -"Qué oscuro está. El barniz se ha oxidado y la capa pictórica está muy levantada", pensó -, Isabel se documentó sobre la historia del cuadro. Supo que Van Dyck lo pintó alrededor de 1619, durante su estancia en el taller de Rubens. De hecho, fue para él para quien lo pintó siguiendo un original perdido de Tiziano. En agradecimiento, Rubens le regaló uno de sus mejores caballos. El Prendimiento de Cristo acabó encima de la chimenea de uno de los salones de la mansión del maestro. Y allí estuvo hasta que, tras su muerte, Felipe IV lo compró por 1.200 florines.

Una vez en España, el cuadro pasó por el Real Alcázar y por el Palacio del Buen Retiro hasta acabar en el Museo del Prado. En su lateral izquierdo, Isabel encontró una etiqueta con la siguiente inscripción: "Trabajo: estirar la tela, limpieza y repintes a cargo de V. Jover. Salida, 20 de marzo de 1935". Según esta información, habían pasado 72 años desde que fue restaurado por última vez. Estaba pidiendo a gritos un nuevo lavado de cara.

Isabel, coqueta, llega a la entrevista luciendo peinado de peluquería y los pendientes que le regalaron sus compañeros el pasado 15 de marzo, su último día de trabajo. Habla con entusiasmo de Van Dyck, el hijo de un comerciante de sedas de Amberes. "Un pintor fantástico", dice. "Más sobrio y contenido que Rubens, que es una maravilla, pero puede llegar a cansar. Van Dyck es elegante, exquisito. No es amor de madre, pero le tengo un cariño muy especial. Es el autor del que más obras he restaurado: 12".

Isabel Molina estudió Ciencias Químicas. Su vocación llegó por casualidad: "Un día vi un programa sobre restauración y me quedé absorta. Vi claro que era lo que quería hacer". De su paso por la escuela, Isabel recuerda a la profesora Antonia Martínez Chumillas, que le infundió "el respeto, casi temor, que hay que tener a la obra de arte". Tras una pausa en su vida profesional para criar a sus tres hijos, Isabel empezó a trabajar para el Museo del Prado. Su primer encargo fue la limpieza superficial de la tabla Retrato de niño desconocido, del taller de Bronzino. Por sus expertas manos han pasado maravillosas obras de arte. Ahora le tocaba medirse con Van Dyck.

Isabel aclara que la restauración es una tarea multidisciplinar en la que también participan un gabinete técnico y un laboratorio químico. Primero radiografiaron el cuadro, poniendo al descubierto sus intimidades: pérdidas de pintura, retoques de otros restauradores, cambios de opinión de Van Dyck... Un emocionante salto al pasado. Ya en el taller de restauración, pusieron El Prendimiento de Cristo sobre un caballete mecánico, para alegría de Isabel, que no se lleva bien con los que funcionan con manivela. Bajo la pintura original apareció un brazo que no debía estar ahí. También asomó una luna que no acabó de convencer al pintor, que decidió subirla un metro más arriba. Un búho que estaba a punto de desaparecer engullido por la oscuridad recobró su protagonismo. El cabello de Judas recuperó su tono rojizo y el manto de san Pedro (a punto de cortar la oreja de Malco), su azul original. El momento más emocionante fue cuando, al limpiar el rostro de Jesús, aparecieron dos lágrimas bajo sus ojos.

Después, armada de sus gafas lupa y de un potente rayo de luz, Isabel fue rellenando cada una de las grietas del cuadro. Había que dar con el tono idéntico al elegido por Van Dyck. "Los colores nunca son puros y hay que ir probando hasta que poco a poco te vas aproximando, porque la cabeza es como una computadora", explica Isabel. Es uno de sus momentos preferidos. ¿El que menos? Cuando se tiene que subir al andamio para llegar a las partes más altas de un cuadro.

Diez meses más tarde dieron la tarea por terminada y volvieron a colgar el cuadro. "Pero al colgarlo", cuenta Isabel, "nos dimos cuenta de que había algo que molestaba en el manto rojo de Jesús. Decidimos que valía la pena volver a quitarlo hasta dejarlo perfecto". El cuadro volvió al taller, y se eliminó una veladura dejada por otro restaurador.

El pasado 5 de marzo, El Prendimiento de Cristo volvió a la sala 10B del museo, una pequeña habitación de la primera planta que comparte con La adoración de los Reyes Magos, de Rubens, y otros cuadros más pequeños. Diez días más tarde, Isabel se jubiló. A regañadientes. Por los pelos no ha llegado a cumplir 25 años en el museo. "Me da rabia, porque me hacía ilusión llegar a ese número redondo", dice. Ahora estará en su coro o puede que ya haya empezado esas clases de pintura con las que quiere experimentar "la libertad del pintor". Pero es seguro que estará echando de menos "al Arte con mayúsculas" como ella lo llama.

Isabel Molina, delante de <i>El Prendimiento de Cristo</i>.
Isabel Molina, delante de El Prendimiento de Cristo.GORKA LEJARCEGI
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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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