Amor, guerra y magia
EL PAÍS ofrece mañana a sus lectores 'Rinaldo', de Haendel, por 9,95 euros
Cada vez es más crecida la cofradía de los amantes de la música de Haendel. Los aficionados viajan de aquí para allá para no perderse esta o aquella función de un Haendel conocido o nuevo pero que siempre parece distinto. Y es que ésa es una de las claves de su genio, el haber partido de un esquema convencional propio de la época -recitativo, aria, algún dúo, un coro- para trascenderlo con una expresividad que se alía a una inventiva en permanente estado de alerta.
Rinaldo fue el primer estreno de Haendel en Londres, la ciudad que lo acogería a su llegada de Alemania. Había nacido en Halle en 1685, se había formado en su país y en Italia -en 1709 triunfaría con Agrippina en Venecia- pero en 1711 se había instalado en la capital inglesa para permanecer allí, tras un breve regreso a Alemania ese mismo año, hasta su muerte en 1759. Dos semanas tardó en escribirla sobre el libreto que, basado en un episodio de La Jerusalén liberada, de Torquato Tasso, le había escrito Aaron Hill. Haendel dispuso, además, de uno de los grandes cantantes de su tiempo, el castrato Nicolino Grimaldi, quien contribuyó al éxito de manera decisiva. Él representaba a Rinaldo, el guerrero cristiano enamorado de Almirena mientras la hechicera Armida -reina de Damasco y amiga del rey musulmán, Argante- trata de romper su mutua atracción y, de paso, hacer que el otro bando gane la batalla. Pero un mago cristiano ayuda al capitán general Goffredo y a su hermano Eustazio a rescatar a los amantes. Los cruzados, finalmente, toman Jerusalén y Armida y Argante se convierten a la fe cristiana.
La primera representación de Rinaldo -en el Queen's Theater, el 24 de febrero de 1711, el mismo año, por cierto, en el que se crean las célebres carreras de caballos de Ascot- elevó a Haendel a las alturas de una gloria cuyas mieles probaría muchas veces en Londres. La enorme cantidad de efectos -truenos, relámpagos, dragones que escupían fuego- impresionó a una crítica que no acabó de alabar el trabajo escénico del propio Hill, quien definió a Haendel como "el Orfeo de nuestro siglo" e hizo imprimir en el libreto para la noche del estreno una dedicatoria a la reina Ana en la que no se empacha en decir que verá la ópera inglesa "más espléndida que su madre, la italiana". Arias como Cara sposa y Lascia ch'io pianga le dieron buena parte de razón.
La versión de Rinaldo que mañana ofrece EL PAÍS a sus lectores, grabada en 1989, posee el enorme interés de tratarse de una muestra magnífica de la nueva forma de tratar a Haendel en nuestro tiempo y que consiste en la recuperación de sus valores más claros, desde la adecuación en el tratamiento orquestal -aun no tratándose de una formación con instrumentos originales- hasta la puesta en claro de su verdadera vocalidad. Y es por ahí por donde habríamos de empezar, citando a la fabulosa Marylin Horne, una de las grandes cantantes haendelianas de siempre, que aquí se encarga del papel principal -reservado después, más generalmente, a un contratenor-, en el que luce esos graves que la hicieron legendaria. Almirena es una joven Cecilia Gasdia en los años en que era una de las grandes esperanzas en ese repertorio. Armida corre a cargo de Christine Weidinger, una soprano bien conocida en España, capaz de coloraturas imposibles. Completan los principales papeles el tenor Ernesto Palacio -maestro del gran Juan Diego Flórez y otro de los responsables de la vuelta a los orígenes en el barroco- y un Natale de Carolis que cumple sin problemas. El director John Fisher dirige con convencimiento a la Orquesta del Teatro La Fenice de Venecia.
UN GRANDE DEL BARROCO
Haendel nació en Alemania, se formó en Italia y triunfó en Londres. Rinaldo, estrenada en 1711, fue su primer triunfo
Sus óperas representan la apoteosis vocal del barroco gracias, en buena medida, a la colaboración de los mejores castrati de su época
Las arias Cara sposa y Lascia ch'io pianga son dos de los grandes momentos de la música de Haendel
Babelia
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