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Columna
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'Cambio radical' o crimen perfecto

En los tiempos de la era industrial la clase obrera prestaba su fuerza de trabajo. En los tiempos de la sociedad del espectáculo la clase obrera brinda el patrimonio de su fealdad. Cambio radical, el nuevo programa de Antena 3, trae a España la experiencia del espacio norteamericano Extreme Makeover cuyo formidable éxito espera repetir aquí.

Mujeres y hombres justificadamente descontentos de su apariencia se entregan a un acreditado equipo de cirujanos plásticos que les intervienen desde las cejas hasta el pubis, de los pómulos a los pechos, de las pistoleras o la nariz. Los primeros casos presentados en la edición del domingo mostraron el prodigio de las operaciones en la boca, el rostro, el tronco y hasta en la mirada o el seno derramados. El lema de la vida contemporánea se confunde con el lema de Adidas ("impossible is nothing") y en una porción de tiempo cada vez más cerca de la instanteneidad.

Cambio radical funda su impacto en la extremosidad del cambio pero unido a la fingida velocidad de la transformación. Todo portento es contrario al proceso y requiere el asombro de la inmediatez muy presente en la obligada condensación del guión. Los voluntarios posan con su pinta de adefesios en un "antes" y se revelan otros un momento "después".

Antes y después se relacionan como la cara y la cruz de una moneda, ratificando que la fealdad de esa pobre persona fue un mero azar y la vida adquiere pronto otra suerte, se encara de otra manera al cambiar el rostro.

Efectivamente, problemas psicológicos provocados por ser una birria quedan mitigados con el tajo, el implante o el relleno pero, a la vez, los problemas en la consideración social con desventajas en el salario y en la jerarquía podrían invertirse gracias a los profesionales que rebuscan en la grasa o la osamenta.

Con todo esto Cambio radical opera como una factoría que añade valor a la materia prima voluntaria, convierte lo bruto en artículo elaborado, trata lo residual para reciclarlo como un producto de mejor circulación y comercio. Se trata por tanto no sólo de un simple juego en la pantalla sino de una producción cabal. El programa crea riqueza u obtiene una plusvalía inédita a través de la boyante industria del entretenimiento.

En tiempos del capitalismo de producción la máxima colecta de plusvalía procedía de la explotación física del trabajador. La clase obrera constituía la principal fuerza de trabajo y su rendimiento retribuía holgadamente al capital. En la actualidad, desvanecida aquella clase obrera de trabajo manual, la extracción de plusvalía se traslada desde la producción de bienes a la amplia producción de experiencias.

El capitalismo de producción se ocupaba de bienes materiales pero el capitalismo de ficción atiende, sobre todo, a bienes inmateriales, al aporte de beneficios psicológicos y espirituales en general y para provecho fundamental del sistema.

Cambio radical ejemplariza esta inspiración: rehace caras y culos, oídos y miradas, en una suerte de crimen perfecto para mejorar la personalidad con otra imagen o disponer la imagen para otro renacer. No hay, en efecto, participantes que no sean del mundo obrero. Los obreros se ofrecen como adefesios cuyos atributos los convierten en material propicio para ser perfeccionados y obtener un seguro plus. Un plus con frecuencia tan espectacular como para convertir la producción en espectáculo y comercializar a su vez el programa en todas sus piezas.

La cadena y sus colaboradores, el plató y el quirófano, la cirugía estética y la estética de la cirugía potencian juntas una estimación que vigoriza el alma del nuevo capitalismo de ficción donde la oferta no se detiene en lo palpable sino que aspira a gestionar el incalculable mundo de lo intangible. No se detiene, en fin, en la asunción de la vida real y de sus límites, sino que aspira a la vida de artificio y su modelo sin lindes: cambio radical o "impossible is nothing".

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