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Reportaje:

Territorio prohibido

Ni un ruido, sólo las voces de dos oficiales rompen el silencio en la profundidad de la selva. Buyo y Myo Win están tensos, saben que éste es el punto crítico de la ruta entre las aldeas de Powepaw y Kahta. Tienen 20 años y son los responsables del batallón de suministros entre el campamento base de la 2ª Brigada del Ejército de Liberación Nacional Karen (KNLA) y su primer escuadrón en el frente de Khata, una guerrilla que lucha contra el Ejército de Myanmar (la antigua Birmania) por la supervivencia de la minoría karen al este del país.

El batallón está compuesto por 12 hombres, todos ellos menores de edad, un drama enquistado en esta guerra olvidada que lleva ya más de 20 años obligando a niños y niñas a usar armas para sobrevivir.

"La vida es dura; el recuerdo de lo que hace el Gobierno a nuestra gente nos mantiene vivos"
"Querido amigo, la esperanza de mi pueblo es poca, nos sentimos solos y olvidados"
"Las autoridades tailandesas comercian con los refugiados, como mano de obra barata"

El verde opaco de sus viejos uniformes les camufla a duras penas en la selva. Hoy, Buyo y Myo Win no lo ven claro; hay más bullicio de lo habitual en el puesto de control; una decena de soldados del SPDC (las Fuerzas Armadas de Myanmar) hacen guardia armados hasta los dientes. El SPDC controla toda esta área del territorio karen, una región convulsa que desde hace más de dos décadas vive sumida en una guerra civil. Rebautizado como Myanmar por el gobierno militar y llamado Burma por la resistencia, el territorio birmano es un complejo mapa de etnias que combaten contra la Junta Militar por la supervivencia y el control de los numerosos recursos naturales, como piedras preciosas, petróleo, gas y madera.

Buyo y Myo Win indican con un gesto al resto del batallón que retrocedan. "Solemos evitar el enfrentamiento directo con el SPDC, salvo que no nos quede otra alternativa; ellos están mejor armados y tienen más hombres; nosotros, en cambio, somos hijos de esta selva y nos movemos por ella como sombras", dice Buyo mientras se alejan del punto de vigilancia.

El KNLA es la guerrilla más importante de las minorías étnicas que combaten a la Junta Militar que gobierna el país. Compuesta por unos 4.000 hombres, en su mayoría menores, luchan para salvar una etnia (karen) que está siendo exterminada, como muchas otras, por el gobierno militar en su afán de crear una sola raza unida y superior en su nuevo Estado de Myanmar.

"Cruzaremos por el río; es más largo el camino, pero más seguro", dice Buyo.

La humedad es terrible; la luz apenas penetra por el cerrado manto de la selva y los mosquitos no conocen piedad alguna. Durante la marcha por el corazón de la zona más vedada para los extranjeros del territorio birmano, se atraviesan varias aldeas que exponen con crudeza la brutalidad y la limpieza étnica que la población vive en esta parte del país. "No queda nada, la gente ha abandonado esta selva, intentan huir a Tailandia, pero no siempre es fácil, muchas veces durante nuestras patrullas nos encontramos grupos de desplazados que llevan meses escondidos, atrapados entre las patrullas del SPDC y los campos minados", explica Buyo al pasar junto al esqueleto de una vieja choza devorada por la vegetación.

Numerosas ONG y organismos internacionales vienen denunciando desde hace tres lustros el genocidio y la violación de derechos humanos que sufren las minorías étnicas en los territorios prohibidos birmanos. Organismos internacionales como Amnistía Internacional, International Crisis Group y Refugee International han puesto el grito en el cielo, pero hasta la fecha, la comunidad internacional mira hacia otro lado.

En el frente, las cenizas de una fogata y un par de chavales armados con viejos M16 y lanzagranadas son el único rastro del campamento del escuadrón de la 2ª Brigada del KNLA. Mootha es el comandante; cara ruda, mirada profunda, un cigarro en la boca. Le incomoda la presencia de un extranjero. Las últimas semanas han sido complicadas, los movimientos de tropas del SPDC le han cortado el suministro de víveres y además ha perdido varios hombres.

El escuadrón de Mootha se encuentra en zona roja, una franja de territorio militarizado repleta de campos de trabajo en los que se ve obligada a trabajar la población civil. "Este lugar es prioritario para el gobierno de la Junta; nosotros prácticamente no tenemos presencia en esta zona, ya casi nos han exterminado y, como siempre, el motivo de fondo es la explotación de la madera, los cultivos ilegales, los laboratorios clandestinos y las piedras preciosas", relata Mootha. "Mírenos, la mayoría de nuestros hombres apenas superan los 16 años, no les ha quedado otra alternativa más que combatir para evitar acabar en una fosa común o viviendo como ratas en los campos de refugiados en Tailandia".

Entre los combatientes de Mootha se encuentra Ahnitkalay, un chico tímido con mirada ausente que perdió a toda su familia durante un ataque del SPDC en su aldea local. "Me gusta el fútbol, ¿sabe? Cuando salgo del frente y cruzo la frontera para descansar en los campos de refugiados de Tailandia, me gusta ver algún partido en la tele que tienen las ONG. Aquí no veo ninguno, sólo me cuido de no pisar una mina", afirma mientras bebe un poco de aguardiente. "Aquí la vida es dura, nuestro día a día se limita a patrullar siempre por zonas minadas; las rutas convencionales las controla el SPDC. Los días nos parecen larguísimos, pero el recuerdo de lo que hace el Gobierno a nuestra gente nos mantiene vivos. Yo perdí a mi familia. Mis hermanas y mi madre fueron violadas y asesinadas delante de mí y de mi padre. A mí me llevaron a un campo de trabajo del que fui rescatado durante un ataque del KNLA; a mi padre nunca le volví a ver. Así es la vida en el Estado de Karen".

Son las cinco de la tarde y ya ha anochecido en la selva. Una serie de hamacas distribuidas minuciosamente marcan los límites del campamento. "Dormir aquí es seguro; la zona está minada, y los soldados del SPDC no se arriesgan a entrar en esta área. Nosotros sabemos dónde están las minas, y ellos no, por eso es territorio seguro", comenta Buyo.

Uno de los puestos de vigilancia del cinturón de seguridad del campamento ha dado la alarma: "Movimientos de tropas en la zona, ¡hay que moverse!".

La escasa luz dificulta la marcha. El temor a sufrir una emboscada o adentrarse en un nuevo campo minado mantienen en vilo al jefe Mootha. Las miradas relajadas del día anterior dan paso a las de temor. La mayoría de los hombres de Buyo y Mootha no cuentan con gran experiencia en enfrentamientos directos con soldados del SPDC, siempre los evitan escondiéndose en la selva o cambiando de ruta. Pero ahora la situación es distinta. "No pasa nada, pero es preferible ser precavido", avisan mientras avanzamos. "Muchas veces, el SPDC organiza patrullas en torno a los campos de minas. Saben que nosotros nos refugiamos allí, por eso lo hacen, para obligarnos a tomar una ruta determinada y atacarnos luego en una emboscada. Por eso nos movemos rápido, para adelantarnos a su estrategia", explica Buyo.

La formación militar de los miembros del KNLA es muy escasa, por no decir nula. Durante los últimos siete años, la selva ha sido su mejor aliada en la lucha armada, una práctica que pasa de padres a hijos, una obligación moral en la lucha por la supervivencia de los karen: "Mi padre combatió contra los militares, yo empecé desde muy niño, nunca me he planteado qué habría sido de mi vida si la situación hubiera sido otra. Los karen sólo tenemos un sueño: sobrevivir. No sabemos soñar con otra cosa", reflexiona Buyo.

Cambiamos de escenario. A una semana de viaje desde el frente de combate, caminando por la selva rumbo a la frontera tailandesa, se encuentra uno de los pocos reductos que aún controla el KNLA. Lo que vemos es una serie de pequeñas aldeas tradicionales. "Somos una gran familia; de una u otra manera, todos combatimos. Las mujeres se encargan de que a los guerrilleros no les falte nada cuando vuelven del frente. A los jóvenes que todavía no están preparados para combatir se les entrena. Y aquí también cuidamos de los enfermos y heridos en una pequeña clínica que tenemos junto al río". Lo cuenta Lee Moo, el comandante en jefe de esta sección del KNLA. Él es uno de los hombres más poderosos de la guerrilla. Casado con la hija del general de la 2ª Brigada Saa Bo Mya, controla toda la región de Thaphophado.

"El pueblo karen, como todos aquellos que piensan diferente al gobierno de la Junta, vive en el olvido; a merced de la violencia de los militares. Burma es el único país del mundo en el que la presidenta electa, la ganadora del Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Ky, elegida democráticamente por el pueblo, vive, por culpa de un grupo de militares que se mantiene en el poder por un golpe de Estado, arrestada en su casa y aislada del resto de la sociedad, ante la indiferencia de la comunidad internacional. Burma también es el país del mundo con mayor índice de reclutamiento forzoso y con uno de los índices más bajos de desarrollo sanitario y educativo", asegura Lee Moo, mientras bebemos un té en la casa principal del campamento base. "Por si todo esto fuera poco, somos una gran lavadora de dinero que proviene del narcotráfico, además de productores de unas 2.000 toneladas de opio anuales, que vienen a ser, aproximadamente, 200 toneladas de heroína pura. Un dinero manchado de sangre y obtenido con mano esclava que se limpia a través del turismo para engrosar las arcas de la Junta Militar. Un turismo controlado y limitado que sólo puede ver lo que los militares quieren. Como ves, querido amigo, la esperanza de mi pueblo es poca; nos sentimos solos y olvidados".

El campamento no es el típico asentamiento militar. Apenas se nota. La presencia de hombres armados es escasa y las trincheras improvisadas dan paso a pequeños campos de trigo y cultivos de arroz que se mezclan con huertas familiares.

El río Mae Nan Moei, que sirve de frontera natural entre Birmania y Tailandia, protege el flanco oriental del campamento. "Controlamos todo el tráfico marítimo en esta parte del río; para nosotros es vital, ya que es una de nuestras principales fuentes de suministro" indica Lee Moo. "En caso de que se complicaran las cosas, es también una garantía de seguridad para mujeres y niños, ya que con sólo cruzarlo estarían a salvo en territorio tailandés… Aunque no siempre eso es garantía de supervivencia".

El puente de la Amistad marca la frontera entre Tailandia y Myanmar-Burma-Birmania, un puente que sirve de ruta comercial entre ambas orillas; por él circulan todo tipo de mercancías, tanto legales como ilegales.

Mae Sot es la última ciudad tailandesa antes de cruzar a territorio birmano. Ciudad de paso, que al mismo tiempo sirve de refugio a miles y miles de karen que huyen de la guerra. "En Mae Sot puedes encontrar lo que quieras, desde prostitución infantil, contrabando de órganos y esclavos karen hasta el último disco de Michael Bolton… Es una ciudad peculiar, donde parece que nada ocurre y, sin embargo, todo lo que sucede en el interior del territorio karen por culpa de la guerra tiene su reflejo gemelo en Mae Sot", explica Yvonne Sutherland, una australiana de 60 años que ha pasado los últimos siete estudiando y denunciando el conflicto birmano en este territorio. Y continúa pintando un panorama desolador: "A este lado de la frontera, la guerra continúa. Las autoridades tailandesas de la zona son cómplices de lo que está sucediendo. Controlan los campos de refugiados a su antojo, cualquier ONG extranjera que se arriesga a criticarlos sabe que tiene sus días contados en el país. La situación de los refugiados es terrible, no tienen estatus de refugiados, no tienen papeles, no pueden moverse de los campos. Las autoridades comercian con ellos y los reasientan como mano de obra barata en vertederos, plantaciones o en las fábricas. La situación de estos seres humanos es terrible; además, saben que es mejor no provocar problemas, ya que en caso de hacerlo, las autoridades tailandesas te repatrían de vuelta a Burma y te entregan directamente al Ejército, y uno ya sabe lo que eso significa: la muerte".

Efectivamente, los campos de cultivo que se encuentran en la carretera que conecta Mae Sot con Sop Moei están repletos de refugiados karen sin papeles. Trabajan como mano de obra barata. Aunque las autoridades tailandesas niegan esta práctica, la mayor parte de estos trabajadores irregulares provienen del campo de refugiados de Mae la Onn. Otra prueba de la terrible situación de indefensión en la que se encuentran los refugiados es el vertedero de Mae Sot. Unas 300 familias viven permanentemente en él recogiendo basura; la mayoría de ellos, de forma forzada.

Aphu –no quiere dar su verdadero nombre por miedo a las posibles represalias de las autoridades tailandesas– huyó de Burma hace año y medio. En un primer momento fue trasladado a las proximidades del campo de Mae la Onn, pero al poco tiempo de llegar fue reasentado y obligado a trabajar junto al resto de su familia en el vertedero de Mae Sot. "Esto no es vida. Algunas veces me digo a mí mismo que habría sido mejor quedarse en la selva y morir en nuestra tierra. En año y medio ya se me ha muerto un hijo por culpa de una enfermedad. Aquí, mi familia y yo hemos perdido nuestra dignidad, no nos queda nada", cuenta entre sollozos.

Pero los de situación más complicada son aquellos que han tenido la mala suerte de ser realojados en el interior de alguna de las fábricas de los alrededores de Mae Sot. Ni siquiera ven la luz del día. Centenares de familias viven hacinadas en el interior de estos centros trabajando como esclavos. En muchos casos, el número de trabajadores es muy superior a la capacidad de la fábrica, por lo que muchos de ellos se ven obligados a vivir en pequeñas chabolas que rodean el lugar. Toda la familia trabaja de una u otra manera en la factoría. Los hombres, por lo general, en la cadena de producción; las mujeres, y especialmente las menores, ganan algún dinero extra ejerciendo la prostitución tanto en el interior de la instalación como en los alrededores del polígono.

La doctora Chyntia's es la responsable de la Mae Tao Clinic, un centro médico que atiende a la mayoría de los refugiados karen que cruzan la frontera o que viven en los campos. "La situación a la que se enfrentan los que llegan a Mae Sot es muy complicada, muchos de ellos no tienen otra alternativa que realizar trabajos en los que las condiciones sanitarias son escasas o nulas. La mayoría de los que enferman mueren. Pero, sin duda alguna, quienes peor se encuentran son los que vienen del interior de Burma. Llegan cuando ya es demasiado tarde para hacer algo por sus vidas", asegura. "El sida, la malaria, la tuberculosis y las minas antipersonas son las principales causas de muerte de nuestros pacientes. Nosotros no podemos con todos, y a menudo muchos caen en las redes de las mafias que operan en Mae Sot".

La frontera entre Myanmar y Tailandia, especialmente en la zona de Mae Sot, está invadida por centenares de ONG. Al margen de los organismos internacionales como Acnur, Unicef, Cruz Roja y algunas ONG como Médicos Sin Fronteras, Handicap International y otras de reconocido prestigio y profesionalidad, han surgido entidades que, bajo el seudónimo de fundaciones y ONG, se están beneficiando del drama humano de los karen. Llama la atención la cantidad de proyectos humanitarios camuflados y justificados bajo el nombre de Dios que uno encuentra aquí. "En Mae Sot, si no mueves un proyecto de al menos medio millón de dólares, no eres nadie", dice Yvonne Sutherland. "En este rincón del mundo, muchos han encontrado en la palabra de Dios la justificación para tomar un arma, montar una ONG o trabajar de forma clandestina al otro lado de la frontera. Las piedras preciosas y la madera son productos muy golosos".

Para que todo sea aún más negro, no podemos olvidar la mafia que se ha montado en torno a los organismos oficiales karen. Las diferencias entre las distintas brigadas y facciones del KNLA y el KNU (brazo político del KNLA) han provocado numerosas disputas internas que han dado lugar a escisiones armadas y políticas. Hoy por hoy, para realizar cualquier tipo de gestión para el desarrollo de un proyecto se ha de pasar por toda la pesada burocracia de estos organismos; son ellos quienes determinan el proyecto, su localización y ejecución. "Por desgracia, nuestras instituciones están viciadas, gran parte del dinero que llega se queda en ellas, no acaba en las manos de los que realmente lo necesitan", asegura Moun Jo, uno de los principales líderes del KNLA y KNU. "Este año, por ejemplo, hemos tenido varios casos en los que nos hemos visto obligados a cerrar varias escuelas. ¿El motivo? Que el dinero que estaba destinado a los sueldos de los profesores desapareció. Es triste admitirlo, pero la verdad es que muchos de nuestros hermanos de sangre se están beneficiando del drama de nuestro pueblo".

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