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Las esquinas habitadas

"A veces la vida se carga de un simbolismo tan evidente que resulta innecesario hacer hincapié en él. Hace unos días, cuando el invierno empezaba a cornear los callejones y los parques y las plazas y los puentes, murió un indigente de cuarenta y tres años mientras dormía en el portal de una sucursal bancaria. Parece una canción de Sabina pero es una realidad tan constante en nuestras vidas, en nuestro mundo, que a veces pasa inadvertida. Vinieron esas noches heladas de invierno y una de ellas lo mató: lo remató. La vida y él mismo al unísono se habían encargado de irlo debilitando día a día, hasta que su organismo, esquelético, no aguantó los grados bajo cero de aquella noche, mientras dormía entre cartones en el portal de una entidad bancaria. Era ya un montón de huesos que apenas se sostenía contra una esquina determinada, en una de las calles más comerciales de la ciudad, extendía la mano y pedía limosna sin decir palabra; pasábamos ante él como ante una estatua callejera, a veces le dábamos alguna moneda y seguíamos el camino tranquilamente...". (Jano, marzo 2005)

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